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El juicio por Vialidad: desvelando las mentiras de una “madre tóxica”

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Descifrar al kirchnerismo y la relación de los fanáticos con su lideresa requiere mucho más que la ciencia política, la economía o la historia. Requiere del marco teórico de la psicología y sus múltiples escuelas para responder preguntas que, sin incluir ese paradigma, parecen inexplicables. Cristina Kirchner podría ser condenada en el juicio por Vialidad. Los pedidos de pena del fiscal Diego Luciani se conocerán el próximo lunes, después de un alegato adictivo, que resume, con pruebas contundentes, la historia reciente de la corrupción K.

Luciani está derribando un mito que circula fuerte dentro de la militancia kirchnerista. Finalmente, Cristina no era la inocente viuda que se vio obligada a lidiar con los negocios oscuros del marido, una vez muerto. No. Las revelaciones del fiscal la muestran como copartícipe consciente de una maquinaria extractiva de dineros públicos. Una centralidad que se deja ver, entre otras pruebas, en los incontrastables mensajes hallados en el celular de José López, esa oveja descarriada que, supuestamente, le había roto el corazón a su jefa en 2016, cuando las cámaras lo captaron revoleando bolsos en la puerta de un convento. Entonces –gobernaba Macri– no había revoleo de ministros, sino de plata negra.

La dudosa teoría de la viuda inocente fue construida, con eficacia, por Héctor “Topo” Devoto, un exmilitante montonero, amigo íntimo del matrimonio K, y deglutida como comida rápida por todos los que necesitan creer. Porque, a no confundirse, en el kirchnerismo no todos cobran. La fe puede ser una fuente de seguridad tan eficaz como el dinero. Hay muchos que creen. Muchísimos. Y lo hacen con fervor. Y también están los que creen y cobran. Este es el combo ideal.

Más aún: entre los que creen sinceramente que el kirchnerismo ha encarnado una fuerza popular, que vino a redistribuir riqueza y a enfrentar a los “poderes fácticos”, se inscribe una larga fila de intelectuales. Y hay que deconstruir mucho –por usar una palabra de moda– para llegar a la verdad: ese es el trabajo que desarrolló, durante años, el periodismo de investigación, la oposición, y también, con sus marchas y contramarchas, la Justicia.

Escuchar a Luciani es un electroshock de realidad. Todo es muy claro para quien esté dispuesto a ver. El problema es que los que creen no quieren ver. ¿Por qué? Semejante confrontación con la verdad dispara un mundo de emociones: negación, agresividad, amenazas.

Roberto Navarro, el “periodista” de referencia de Cristina, fue denunciado esta semana por incitación a la violencia, después de su arriesgada propuesta –que, en verdad, es un delito– de “frenar” al periodismo que denuncia. Menos visible, pero en la misma línea, el médico sanitarista Jorge Rachid, asesor de Kicillof –el mismo que decía que Pfizer quería los glaciares a cambio de vacunas–, escribió un tuit en el que instruyó a los fieles para que no replicaran la “agenda del enemigo”.

En muchas dimensiones podría hacerse una analogía histórica entre el juicio de Vialidad y el Juicio a las Juntas. Pero tal vez el punto central de contacto entre ambos tribunales sea la exposición sanadora de la verdad, ante un sector de la sociedad que la niega. O la negaba.

Sobre la base de testimonios de la época, cuando Alfonsín impulsó el juicio contra los militares, la mitad de la sociedad argentina no creía –o no quería creer– que durante la dictadura habían existido centros clandestinos de detención. También descreían de los desaparecidos o de los bebés robados. Fueron los testimonios crudos de aquellas víctimas –testimonios que cualquiera podía ver por televisión– los que descorrieron el velo del horror. Y los que generaron una nueva conciencia.

Luis Moreno Ocampo suele recordar el conflicto que desató, en el seno de su propia familia, su participación en ese histórico “yo acuso”, de enorme trascendencia internacional. Su madre comulgaba en la misa con Videla y no creía –no podía creer– las imputaciones en su contra. Sin embargo, su opinión cambió rotundamente cuando vio por televisión el juicio, emitido entre abril y diciembre de 1985. Entonces, llamó a su hijo y le dijo: “Me equivoqué, este hombre debe ir preso”.

Y aquí llegamos a las madres. La narrativa de las madres, dentro de las familias, es potente. Las fuerzas políticas, como los trabajos, son una especie de familia: en nuestro inconsciente se insertan del mismo modo. Siempre hay un jefe que se parece a nuestro padre o una colega que nos inspira los mismos sentimientos –buenos o malos– que nuestra hermana.

Estamos inconscientemente formateados por lo que dijo nuestra madre, en la infancia, acerca de casi todas las cosas de la vida: papá, nuestros hermanos, otros miembros de la familia, el dinero o lo que sea. En su extraordinario libro El poder del discurso materno, la investigadora Laura Gutman da cuenta de este hechizante fenómeno a través de múltiples historias reales. Un fenómeno –creerle ciega y lealmente a mamá– que luego replicamos, en nuestra adultez, con determinados personajes a quienes les otorgamos poder. El mismo poder que tenía sobre nosotros nuestra mamá cuando éramos niños.

También aquí, en la narrativa familiar, hay que cavar muy hondo para llegar a la verdad. Esos investigadores amateurs en los que algunos adultos devenimos –con suerte y si es que hacemos algún tipo de trabajo interno– nos llevan a indagar. Y entonces empezamos a hacernos preguntas: ¿es verdad que cuando se separaron mis padres papá no quería visitarnos o es que mamá obstaculizaba el vínculo? ¿Es verdad que la tía era tan mala? ¿Me desearon realmente como hijo o hija?

Confrontar con la verdad no es para cualquiera y, a menudo, hay que ser muy valiente para soportarla. Valiente para cuestionar a mamá y a todas las figuras que, más adelante en la vida, se parecen a ella.

Cristina es una madre –tóxica, por cierto– para sus fieles. Cuestionarla puede ser devastador para sus hijos porque lo que se desmorona no es la figura de Cristina Kirchner sino el propio mundo. Hay preguntas duras, que ponen en tela de juicio todo un universo de creencias: ¿puede ser que no se trate de una persecución judicial, sino de una descomunal estafa? ¿Vinieron a solucionar la pobreza o a hacerse ricos copando el Estado? ¿Pueden no haber tenido sentido mi militancia, el tiempo dedicado o la ilusión que deposité? La mayoría prefiere construirse una realidad imaginaria a confrontar con estos hechos.

Idéntica analogía podría hacerse con las familias donde hay padres o padrastros abusadores. Cuando la víctima confronta al resto de sus familiares, la primera reacción es la negación. Luego viene la furia contra el mensajero; es decir, contra la víctima. Más tarde, acusan a la víctima de mentirosa. Le sigue la defensa cerrada del abusador. Y, finalmente, viene el encubrimiento por años de la verdad. Así se velan los secretos familiares.

¿No es un mecanismo increíblemente parecido a la dinámica entre Cristina y sus fieles? Entonces, la “irracionalidad” del fanatismo K –como la de cualquier otro– encuentra su propia racionalidad.

¿Cómo se puede defender lo indefendible? ¿Cómo se explica semejante ceguera? Es todo tan obvio, ¿cómo no lo ves? Bajo esta nueva luz, las preguntas que nos hacíamos encajan con respuestas de raíces más profundas.

Como propuso esta semana Elisa Carrió: en un país tan acostumbrado a la mentira, lo que causa escándalo es la verdad.

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Karina, “la Evita libertaria”

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10 de abril de 2024 17:53

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Laura Di Marco

PARA LA NACION

Más que la hermana menor, es una madre. De vendedora de tortas y soleros por Instagram, en 2018, a la mujer más poderosa del país y a la estratega política más influyente. Aunque su hermano la define más coloquialmente: “A mi hermana le encanta la rosca”. Tan extraordinaria es la historia que una importante editorial ya prepara su biografía. Tiene lógica. Porque, aunque en la Argentina el 2025 suena a una eternidad, los hermanos ya piensan en la próxima elección e, incluso, mucho más allá: en 2031.

Lo cierto es que Karina es un misterio del que aún se sabe muy poco. ¿Estamos antes un proyecto sucesorio de los hermanos? ¿O ella es, más bien, la “Marcos Peña” de Milei, ¿una estratega sin ambiciones propias? Los jóvenes liberales la llaman “la Evita libertaria”, no solo por su color de pelo sino por ser una mujer al servicio de un jefe, aunque paradójicamente sea ella “el Jefe” para Milei. El Presidente lo diría así: Karina es Moisés, el gran líder, y yo, Aarón, apenas un divulgador.

Los hechos revelan que su hermana menor siempre fue el sostén emocional presidencial, sobre todo cuando Milei estuvo separado de sus padres. “Karina sigue en contacto con ellos, aunque para eso tiene que pagar el precio de la humillación”, dirá Milei, en la intimidad. Karina lo acompañó en su carrera por el mundo del fútbol, fue su groupie en la banda de rock y, más tarde, la factótum de su exitoso espectáculo El consultorio de Milei, con teatros a sala llena. Recién entonces, años más tarde, empezó a tomarle el gustito al poder.

Como todos, tiene amigos y enemigos. Los amigos la describen como una mujer inteligente, incluso brillante y de una arrolladora capacidad de trabajo. Sus enemigos la señalan como el filtro político y emocional del Gobierno: ella es la que hace ascender o descender a las figuras que orbitan alrededor de su hermano. Un ejemplo es Ramiro Marra, referente en la ciudad. La “Evita libertaria” lo corrió de un plumazo y, en su lugar, colocó a Juan Pablo Scalese y a María del Pilar Ramírez, en la Legislatura porteña.

Sin embargo, otro sector de LLA y del macrismo afirman que la hermana sí tiene ambiciones políticas y que podría competir al frente de la lista bonaerense, en 2025. Lo argumentan: “En 2025, el apellido Milei tiene que estar en la provincia”. La idea es depender cada vez menos del extinto Juntos por el Cambio y sobre todo de Macri. Si lo segundo es cierto, ¿es por eso que compite y desconfía de Victoria Villarruel, por su supuesto juego propio y cercanía con Mauricio Macri? Una dirigente muy cercana a la vicepresidenta lo explica: “Karina, [Santiago] Caputo y Milei creen que solos arreglan el mundo, imposible que entre allí otra idea que no sea las de ellos”.

Macri cayó definitivamente en desgracia frente a ella, que esta semana lanzó la Libertad Avanza en el territorio porteño. Un abierto desafío hacia los Macri y sobre todo hacia Mauricio. El impulso se lo dio paradójicamente Patricia Bullrich, que quedó herida con su antiguo jefe. Patricia nunca se sintió realmente respaldada por Macri, durante la carrera presidencial.

En una palabra, Macri devino una piedra en el zapato. Un dirigente libertario, de los puros, le pone contexto: “Es que él quiso ser el líder de la centroderecha y no pudo. Entonces, a diferencia de Patricia, no viene con humildad a colaborar sino a decir lo que hay que hacer. Impone. Y ellos lo viven como invasivo”. La ecuación para Macri es clara. Si a Milei le va mal, él pagará un costo político. Pero, si le va bien, ¿qué gana? Dilemas republicanos.

Como su hermano, Karina es vulnerable a las teorías conspirativas. Un experto en trabajar sobre su cabeza es Santiago Caputo, el joven creador de la llegada de Milei a la Casa Rosada. Es que Caputo, integrante de la mesa más chica de Milei, no quiere competidores. Si lo dejan avanzar, Macri podría ser uno de ellos. Victoria Villarruel, también. Incluso, el círculo rojo “se hace los rulos” más con ella que con Milei. Karina tiene entre ceja y ceja a ambos. Pobre jamoncito.

Por separado, y también juntos, Caputo y Karina trabajan sobre la cabeza presidencial para meterle fichas contra Macri. La cabeza de Milei es un coto de caza. El ascenso de Karina ocurre en la paradoja de la Argentina política: la derecha, que desprecia al feminismo, empodera a más mujeres que el peronismo, el kirchnerismo y los radicales juntos. Sucedió en los 80 y los 90 con la Ucedé, de Álvaro Alsogaray, cuyas estrellas políticas eran dos mujeres: su hija María Julia y Adelina D’Alessio de Viola. Luego, el macrismo puso al tope de su grilla a Gabriela Michetti, Patricia Bullrich y María Eugenia Vidal.

El peronismo, en cambio, como toda monarquía, siempre fue el territorio de las viudas poderosas, las “esposas de” los caudillos. Sin embargo, Karina y Cristina tienen una inesperada familiaridad en común: el nombre. Karina Elizabeth y Cristina Elisabet. El destino es caprichoso.

Laura Di Marco

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Entre matones de autos blindados y golpistas pochocleros

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24 de enero de 2024

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Laura Di Marco

PARA LA NACION

A 44 días de haber sido elegido por 14 millones de argentinos, Javier Milei afrontó ayer el primer paro de una CGT que permaneció cuatro años en estado vegetativo –1700 días para ser más exactos–, mientras la inflación del 200% devoraba los ingresos formales y, mucho más vorazmente, los informales. El último paro de estos extraños ejemplares fue el 29 de mayo de 2019, durante el gobierno de Macri. Obvio.

Un gráfico del economista Fernando Marull detalla la foto cruda de la caída del salario real: desde 2016, los ingresos informales han perdido el 56% de su poder adquisitivo. Hablamos de la orfandad económica de la mitad de los argentinos que trabajan y que no pueden darse el lujo de las paritarias, como sí lo hace la oligarquía sindical.

Es que el abominable mercado viene haciendo el ajuste por su cuenta desde hace rato, un detalle que se le escapa a Pablo Moyano, devenido matón. Ayer, el más violento de los Moyano no tuvo mejor idea que amenazar con tirar al Riachuelo al ministro de Economía de un gobierno que fue votado para arreglar el descalabro que agudizó su propio candidato presidencial. Sergio Massa agregó, en apenas un año de gestión, casi tres millones de nuevos pobres. También Hugo Yasky justificó los 1700 días de silencio de sus compañeros con el desopilante argumento de que, durante el gobierno de Alberto, había paritarias y empleo.

Como dirían los libertarios: no la ven. ¿O será que no la quieren ver? Otro que no la ve o que no la quiere ver es el “golpista pochoclero” Pepe Albistur. O el pope sindical Héctor Daer, que también amenazó con escrachar a los diputados que aprueben la ley ómnibus o el DNU, desde la comodidad de su Audi.

Audi y Daer reproducidos al infinito por las redes sociales, una de las auténticas llaves del cambio. Cuando posteó la foto, Nik, el dibujante de Gaturro, se preguntó: ¿cómo hacen los sindicalistas para andar en autos de 120.000 dólares? Ni en sus sueños más revolucionarios Alfonsín habría podido imaginar lo fácil que puede ser exponer a la Argentina corporativa, a través de imágenes en X, Facebook, TikTok o Instagram.

De hecho, lo que no lograron Alfonsín ni Macri probablemente lo logre el tiempo. El tiempo y una nueva generación de argentinos que percibe a la vieja casta sindical como quien observa una antigualla de la Segunda Guerra Mundial. Dinosaurios pronunciando palabras que no entienden. Matones confiando en un poder extorsivo que se les esfuma. Millonarios a caballo de una revolución tecnológica que les roba, a tajadas, rebanadas de influencia. Lo “viejo” no está en su edad sino en su mentalidad.

Y, sin embargo, los viejos jerarcas mantienen sus privilegios. Durante el gobierno de Macri se trabajó políticamente para que los Moyano de la vida presentaran declaraciones juradas. No lo lograron. ¿La excusa legal? Aunque manejan millones de sus afiliados, no son funcionarios públicos. Pasado en limpio: si se enriquecen y no lo pueden justificar, no es delito. A lo sumo, y como cualquier ciudadano, afrontarán problemas impositivos. Hay varias causas, pero ninguna condena, por lo que todos sospechamos: la mayoría de los líderes sindicales –sobre todo, los que desde hace décadas están sentados en sus poltronas– son proveedores de sus propios sindicatos, a través de empresas gerenciadas por testaferros: a veces, incluso, por sus propias esposas. Hay algunos que hasta son dueños de diarios y canales de televisión.

Asistimos a un mundo nuevo que puja por nacer, mientras que el viejo no termina de morir. Un ejemplo: solía decirse que un presidente necesitaba 100 millones de dólares para llegar a la Casa Rosada y un enorme aparato. La llegada de Milei al poder desmintió esa máxima. Hay “verdades” consagradas de un viejo paradigma que deberían revisarse. De nuevo, no se trata de Milei sino de un cambio más global y profundo, aunque cambio no siempre signifique algo bueno. De hecho, no lo sabemos.

Otro ejemplo: el “golpista pochoclero” fue denunciado dos veces por su provocador video desde una reposera en Cariló. Primero lo hizo el abogado penalista Jorge Monastersky y luego una ciudadana de a pie, que simplemente entró a Comodoro Py y lo denunció por incitación a la violencia. Argumentó que Albistur no es un ciudadano común sino un publicista del peronismo, al que le ha ido muy bien, y que además conoce el poder de fuego de las palabras. La causa tramita en el juzgado de Ercolini.

El sonoro silencio de Kicillof ante el aberrante asesinato de Uma, hija de un custodio de Patricia Bullrich, no le impidió protestar en la movilización de la CGT. Fue tranquilo, a pesar de que en los últimos diez días se cometieron diez asesinatos en la provincia que gobierna. Kicillof llegó con increíbles laderos, entre ellos el Cuervo Larroque, que esta semana tuvo una brillante idea: colocar una pileta en una cárcel de Virrey del Pino desde donde los propios presos se grabaron, disfrutándola, con sus teléfonos celulares. Argentina, no la entenderías.

Laura Di Marco

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¿Hay que temerle a Milei? Claroscuros de un presidente atípico

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11 de enero de 202400:17

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Laura Di Marco

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“A mí no tienen que evaluarme con un político tradicional”, le decía, pacíficamente, Javier Milei esta semana a una periodista con la que tiene trato diario, en la Casa Rosada. Lo dice en la misma semana en la que estalló desproporcionadamente contra otra periodista, a raíz de una información errónea sobre sus perros, un punto de extrema sensibilidad para él, aunque una minucia en medio del maremoto de urgencias en el está embarcada la Argentina. ¿Quién de los dos es Milei? Ambos, tal vez.

Hacía muchos años que los argentinos no discutíamos temas tan profundos y sensibles como los contenidos en los más mil artículos que, entre la Ley Ómnibus y el DNU, Milei envió a un Congreso poco entrenado para esta gimnasia de alto rendimiento. Una clase política mareada por la derrota, a la que le dieron vuelta de golpe el escenario. Un giro que reconfiguró, incluso, al propio Congreso: topadora Milei eliminó de un plumazo la grieta K-anti K, que dominó al Parlamento durante las últimas dos décadas. Ahora, hasta se los ve a los legisladores trabajando a full, en pleno enero. Primer triunfo de la motosierra: la “casta” se quedó sin vacaciones.

Desde esta semana, el plenario en Diputados está cruzado por gritos, reproches, pero también con debates sobre asuntos medulares, en un abanico que va desde modificaciones en la educación -como la exigencia de un examen al finalizar la secundaria o la habilitación de los padres para que supervisen las notas de sus hijos- hasta la Ley de Pesca. Desde un proyecto de defensa de la competencia -una herramienta orientada a corregir la distorsión de los oligopolios- hasta los privilegios de la industria farmacéutica o de la casta sindical.

“Cada cosa que toca es un tongo”, afirma un dirigente que almorzó recientemente con Milei. Y agrega: “no va a bajar sus banderas esenciales, aunque al programa que le armó Sturzenegger lo va a tamizar con la política. No se va arriesgar a que todo fracase por no ceder en temas secundarios”. Ese es uno de sus problemas: mezclar lo esencial con lo accesorio.

En el grupo más cercano al presidente ronda el fantasma del fracaso de Ley Mucci, un proyecto de democratización sindical desbaratado por el peronismo, en los albores de la primavera democrática. La obsesión de Milei es, claramente, la reforma económica y, en ese plano, afirman quiénes hablan con él, está dispuesto a morir con las botas puestas.

La excentricidad del personaje atrae a la prensa del mundo, tanto o más que, en su momento de gloria, lo hacía Cristina Kirchner. Un equipo francés esta grabando en Buenos Aires un documental sobre el libertario para la TV nacional francesa. “Milei es una telenovela. Huele a drama”, afirma Robin Milner, uno de sus productores. Las primeras imágenes que llegaron a su país del nuevo presidente fue la de un outsider con pelo enrevesado, que conectaba fuerte con la sociedad, blandiendo una motosierra en medio de una multitud. “Eso nos asustó, pero a la vez nos generó mucha curiosidad”, afirma el francés, quien compara a Milei con la ultraderechista Marine Le Pen.

¿Será una comparación acertada o, como dice el propio Milei, habrá que abandonar las categorías clásicas de la política, como las europeas, para analizarlo?

Una postal de esta semana revela la magnitud del cambio. El flamante secretario de Integración Socio Urbana (Sisu), Sebastián Pareja, estrecho ladero libertario, le anunciaba a la tropa de Juan Grabois la caída de sus contratos. Cuando en la era Macri, sus funcionarios quisieron aplicar la motosierra gradualista en territorio piquetero, no pocos terminaron físicamente enfermos. Un tema del que se habla poco.

¿Hay que temerle a Milei?

Si al libertario le agarran ataques de furia por la red X y arremete contra periodistas, Néstor y Cristina financiaban escraches en medios del Estado, con programas corrosivos como 6,7,8; perseguían a medios con la AFIP y no dudaban en usar el aparato cultural, que alimentaban con dinero del Estado -o sea, de todos- para asociar a la prensa crítica con la última dictadura. Al lado de la perversidad orquestada por el matrimonio patagónico contra opositores y medios -uno de sus blancos predilectos-, los desbordes del nuevo presidente parecen, más bien y por ahora (habría que subrayar el “por ahora”), pataletas solitarias de su costado más infantil. Allí donde en Milei hay berrinches contra la “casta” o la prensa, en los Kirchner había una aceitada escuela de cálculo y estrategia.

Aunque con un final completamente incierto, la excentricidad del personaje logró lo que ninguna fuerza opositora había podido: poner en debate, incluso en sectores populares, ochenta años de populismo en la Argentina y disparar, en el Congreso, uno de los debates democráticos más ricos de los últimos cuarenta años.

Laura Di Marco

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