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Espinoza, claves de un blindaje escandaloso

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23 de mayo de 2024

PARA LA NACION

El peronismo tiene un enorme talento para blindar a personajes oscuros y, a la vez, señalar que la oscuridad habita en los otros. Es parte de su exitosa narrativa. Como afirma en Juicio al peronismo el exembajador Diego Guelar, que pasó por varias encarnaciones del PJ: “Me fui porque lo único que había quedado era la asociación ilícita”. El caso más paradigmático fue el de Carlos Menem, que tuvo que anclarse en una banca del Senado hasta los 90 años, ante la posibilidad de afrontar nuevamente una prisión domiciliaria.

Esta semana le tocó blindaje justicialista al jefe del peronismo matancero, Fernando Espinoza, acostumbrado, al parecer, a disponer de las personas como si fueran sus esclavos. Y también, cómo no, de los cuerpos de las mujeres, como ha sucedido a lo largo de las últimas cuatro décadas en varios feudos peronistas. Una de las formas que asumió el amago de blindaje fue una foto de esta semana del propio gobernador Axel Kicillof, tan sensible a los temas de género, junto con Espinoza inmediatamente después del procesamiento. Una de las características del populismo es que, más allá de las reglas, están los amigos. Ante todo, defender a los miembros de la propia tribu, aunque sus delitos sean aberrantes.

Aspirante a heredero de la corona peronista, en lucha con su hermano político Máximo –hijo biológico de la reina Cristina–, Kicillof parece mareado en la era Milei. Un día se abraza con Nacho Torres, que hace apenas unos meses era integrante de la derecha cipaya; al otro, con Maximiliano Pullaro y esta semana con un intendente procesado. Busca el apoyo de los intendentes del PJ. Las cosas que uno hace por necesidad. El procesamiento de Espinoza refleja el modus operandi de los señores feudales. No se trata de un caso aislado. Es parte de la cultura de sometimiento de esas formaciones predemocráticas que son los feudos, cuyo motor radica en las extorsiones y el clientelismo. La sexualidad y su control siempre están presentes donde se juega el poder, mucho más entre los autócratas.

El caso de María Soledad en Catamarca, el doble crimen de La Dársena en Santiago del Estero y el más reciente de Cecilia Strzyzowski tuvieron algunos componentes similares al caso por el cual fue procesado Espinoza, aunque en una escala aumentada. La matriz, sin embargo, es la misma. Se trata de mujeres humildes o de una posición inferior a los que controlan los resortes del poder en su territorio, devenidos hostigadores, abusadores o asesinos.

En los últimos tres casos se trató de femicidios con traducción política. En una palabra, aquellos delitos lograron tumbar a los clanes gobernantes del momento.

Con un peronismo en crisis y a la intemperie, ¿tendrá alguna traducción política el procesamiento del amo de La Matanza en la causa que lo investiga, desde hace tres años, por abuso sexual y, a la vez, por haber violado la restricción judicial de acercarse a quien sería su víctima, su exsecretaria privada?

El caso Espinoza atravesó este martes una sesión caliente de la Cámara de Diputados, en la que Silvia Lospennato condenó el feminismo fake de las sororas kirchneristas, aunque no lo llamó así.

Más políticamente correcto, lo consideró un silencio inadmisible y pidió que, al menos, la Legislatura bonaerense, le exigiera una licencia a Espinoza ante el escándalo. Sería lo normal en un país normal. Fue entonces cuando Cecilia Moreau, feminista ella, en lugar de asociarse al reclamo de Lospennato, sacó a relucir el caso de Manuel Mosca, exdirigente de Pro procesado por abuso sexual. Como en una tragicomedia en vivo, las redes comentaban la pelea en el barro entre ambas mujeres. Un famoso tuitero @Bobmacoy, cuyo nick es Doctor House, deducía: “Silvia Lospennato y Cecilia Moreau se están tirando degenerados por la cabeza”. Guerra de guerrillas en X.

La sexualidad y su control, siempre atravesados por la política. Esta semana también les tocó el turno a los libertarios. O, más bien, a las contradicciones libertarias. El secretario de Culto, Francisco Sánchez, otro oscuro personaje de la política, arremetió en Madrid contra derechos liberales consagrados –algunos, desde hace décadas– en las democracias más consolidadas del mundo desarrollado: las que el propio Milei suele poner como ejemplo.

Por increíble que parezca, el funcionario “libertario” propuso, palabras más, palabras menos, volver al oscurantismo de 1492. En un discurso opaco y anacrónico, arremetió contra el divorcio, la interrupción voluntaria del embarazo y el matrimonio gay. ¿Habrá alguna libertad mayor para un ser humano que las decisiones sobre la propia vida? En la Argentina, algunos que se autoperciben liberales son, en el fondo, rotundos conservadores. Más que Alberdi, Torquemada.

Laura Di Marco

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Cartografía del nuevo poder: nace La Cámpora de derecha

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Tal como sucedía en La Cámpora de Cristina –los pibes para la “liberación”–, la escudería digital del Presidente cobija a los que creen y a los que cobran. Los últimos se autorrotulan –y los rotulan sus “enemigos” internos– como “Gordos Tuiteros”; los primeros son los liberales sin cargo, influencers que dan la batalla cultural por las “ideas correctas”. También, como en la marca original de la escudería joven kirchnerista, hay una tribu que mezcla a ambos: a los que cobran y a los que creen. Ahí se ubican algunos integrantes de “Los Herederos de Alberdi”. E, incluso, hay un cuarto grupo: las viudas de Javier Milei o los “neoliberales”, liberales ligados a la política tradicional de derecha, algunos provenientes de Pro, hoy expulsados del paraíso del poder real, pero dentro del ecosistema libertario.

Todo el ecosistema digital de Milei, los que cobran y los que creen, tienen menos de 40 años. Son creadores de canales de YouTube; de exitosos streamings donde se debaten los distintos matices de las ideas libertarias, manejan cuentas de X que mueven millones porque las monetizan.

Son protagonistas de una subcultura que corre completamente por fuera de la política tradicional y de los medios tradicionales que construyó, como toda subcultura, un lenguaje propio. Nuevas canciones, como diría Kicillof. Son palabras acuñadas al calor de las redes. Algunos ejemplos: “doxear” significa revelar la verdadera identidad de un influencer o la difusión de un documento que puede dañarlo (como un contrato en el “maldito” Estado); “termo” se banca todo lo que diga Milei. Permanecer “tácito”, es decir, escondido bajo un seudónimo. “Incel” es un término que merece un párrafo aparte.

“Incel” es un acrónimo de “célibe involuntario” o involuntary celibate, en inglés. Empezó a usarse en las redes, pero se extendió a la vida: forma parte del lenguaje joven de la derecha alternativa. En su forma más básica, el concepto describe a alguien –generalmente a un hombre– que se siente despreciado por mujeres por múltiples causas, entre ellas la ideología. Entre los jóvenes, reconocerse de derecha –incluida la aversión al feminismo– sigue siendo una mancha venenosa.

Pero la guerra ideológica estalló esta semana en la escudería digital de los jóvenes de Milei.

X fue escenario de una auténtica guerra de guerrillas entre dos tribus bien definidas. Podríamos decir que entre dos ideologías de los sub-40 que siguen a Milei: los voraces por los cargos, una suerte de nueva Cámpora de la derecha que se está gestando en el seno de la Casa Rosada, de la mano de Agustín Romo, versus los “bienintencionados”. Liberales sin Estado en sangre.

Los últimos vienen exponiendo en las redes los contratos y cargos en el Estado de los “Gordos Tuiteros”, cuyos exponentes centrales son Juan Doe –su nombre real es Juan Pablo Carreiro– y El Gordon Dan. Daniel Parisini (Gordo Dan) es el conductor de La Misa de Dan, en el canal del streaming libertario Carajo.

Con bajada de línea de la Casa Rosada, hay streamings que devinieron en una suerte de 6,7,8 en formato digital. Los “puros”, incluso, acusan a los “infectados” por el “maldito” Estado, de que estas plataformas recibirían dinero del Estado. Rencillas del mundo Peluca. Critican, por caso, que diputados liberales como Agustín Romo tengan familiares nombrados en Trenes Argentinos.

En esta semana negra para los “Gordos Tuiteros”, Augusto Grinner, de la escudería neoliberal junto con Álvaro Zicarelli (Zicarelli fue asesor en política exterior de Milei, en sus orígenes) reveló en X, desde su cuenta @DePeroncho, los supuestos nexos entre el Estado y Carajo: Iván Gómez, editor del exitoso streaming es, a la vez, coordinador de gestión de comunicación digital de la Casa Rosada. ¿No era que a Télam había que cerrarla porque funcionaba como una usina de propaganda oficialista? Las contradicciones de Santiago Caputo.

Durante la campaña 2023, en una de esas rencillas entre tribus libertarias, Carreiro le hizo una seria promesa a uno de sus interlocutores: “Antes de ser empleado público me corto la yugular. Todo empleado público es un ladrón”, exageró. El 4 de junio de este año fue designado director de Comunicación Digital. El martes, su salario –expuesto por los “puros”– fue tendencia.

Alejandro Alfie, periodista de Clarín especializado en medios, escribió en su cuenta: “Veo que el joven tuitero Juan Doe es tendencia. Algunos comparan su salario como funcionario con el de docentes y personal no docente de las universidades públicas. ¿Será porque Juan Carreira, director de Comunicación Digital del gobierno de Milei, cobra $3.424.640 por mes?”

El Gordo Dan no la pasó mejor. Esta semana también se blanqueó que su pareja, María Belén Casas, fue designada jefa de Gabinete en la Subsecretaría de Política Universitaria. Cobrará un sueldo de más de dos millones de pesos. La guerra entre los “liberales” vs. los “cabeza de termo” (así se llaman ellos) está desatada. Termo alude a obediencia ciega, tan propio de La Cámpora original. Hoy es patrimonio de “Los Gordos”.

En los albores del siglo XXI Herrero Liberal, cuyo nombre verdadero es Matías Bernal, se hizo kirchnerista, como tantos jóvenes de su generación que hoy rondan los 40. Era un pibito, dice él. ¿Qué lo fue alejando de aquel mundo para cruzar, de lleno, al charco libertario? El doblevarismo, el feminismo, la ideología de género. Bernal se reconoce, además, como cristiano. En la campaña de 2023, Matías, que es realmente herrero de profesión y vive en Lomas de Zamora, grabó un video en defensa de Milei que tuiteó el propio líder libertario y se terminó viralizando. La novedad era que un trabajador del conurbano explicaba su voto a Milei.

Un par de meses más tarde se convertía en el primer youtuber en entrevistar a la inasible ministra Sandra Pettovello, a quien contactó por Instagram. Hoy es uno de los dueños del exitoso streaming Anima Digital e integrante del programa de debate crítico Táctica liberal, junto con Cristopher Marchesini y Lucas Apollonio. A su vez, Cristopher y Lucas manejan dos medios digitales, Mate con Mote (con un millón y medio de seguidores) y En el Ojo del Poder, respectivamente. Un mundo completamente nuevo.

“No me gustaría saber que algunos de mis compañeros no están acá solo por la batalla cultural; por las ideas correctas –dice Herrero Libertal–. Enterarme de que algunos están por los cargos, como una Cámpora de la derecha, me dolería mucho. El solo hecho de que un influencer reciba dinero del Estado lo convierte automáticamente en lo que vino a combatir”, destaca Bernal, hoy integrante de la escudería de Pettovello.

Otro de los bienintencionados, en cruzada contra los “Gordos”, acerca: “Si no ves el cambio de paradigma y lo ponés a tu favor, vas mal”. La autodenominación de “Gordo tuitero” viene del propio grupo, que siempre se jactó de que “seis gordos ‘boludeando’ en las redes pusieron a un presidente”.

El choque de las ideas, pensadas desde el llano, con el poder real parece producir una extraña alquimia en algunos cerebros. El famoso teorema de Baglini se eleva aquí a la categoría de verdad científica: se puede reproducir en cualquier escenario y bajo cualquier ideología. El consumo de poder, la secretaria, los choferes, el dinero, tienen alta capacidad de penetración en los egos. Lo de izquierda o derecha se siente, apenas, como un detalle.

Laura Di Marco

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La voz de Fabiola, una bomba neutrónica sobre el pseudoprogresismo K

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Laura Di Marco

PARA LA NACION

La voz de Fabiola ha terminado de dinamitar lo que quedaba del pseudoprogresismo K. Si cuando estaba peleado con Cristina Kirchner Alberto prometió acabar con el kirchnerismo, su promesa parece haberse materializado con creces en los últimos días. Tal vez deberíamos haberlo captado de un modo literal. El testimonio de Fabiola sobre la violencia de género que padeció mientras fue primera dama –violencia que su exmarido jamás desmiente en los chats que se filtraron– tuvo el efecto de una bomba neutrónica sobre la bandera feminista, que, aunque tiene más de cien años de historia en la Argentina, en los últimos años había sido apropiada por Cristina y sus seguidores.

¿Alguna fuerza política recogerá esa bandera, en lugar de aguijonearla como hacen los libertarios? ¿Los radicales, el centro político? Parece un buen momento para poner las cosas en su lugar y reapropiarse de la defensa de los derechos de las mujeres –una defensa poco creíble hoy en manos del peronismo– y en sintonía con el clima de época del mundo occidental.

La voz de Fabiola –que nadie conocía hasta el momento– dejó mudos y confundidos a los protagonistas de la constelación K. Los dejó mareados, peleados, contradictorios, shockeados. Dijeron barbaridades, luego se desdijeron. Los operadores más avezados, viejos lobos de mar, aprovecharon el affaire para armar dudosas teorías conspirativas que no llegan a tapar el sol con la mano. Fabiola habría llegado a declarar que Fernández le pegaba cachetazos a diario delante de su hijo de dos años y que le habría dado una patada en la panza, mientras estaba embarazada. Ayer, ante el juez Ercolini, explicó que había empezado a consumir alcohol después de un aborto que el propio Fernández le había obligado a practicar.

No solo el peronismo quedó mudo. También las exparejas de Alberto Fernández. Ni Marcela Luchetti, madre de su hijo Tani, ni Vilma Ibarra salieron a defenderlo públicamente frente a acusaciones tan graves. Al menos, no hasta ahora.

La socióloga Dora Barrancos, de 83 años, leyenda viviente del feminismo en la Argentina y exdirectora del Conicet, quedó envuelta en una guerra de guerrilla en las redes. Según el portal de Horacio Verbitsky, El Cohete a la Luna, en un chat con científicos, Barrancos –una vaca sagrada de la academia– habría escrito: “Estoy en condiciones de asegurar fehacientemente que nunca A.F. agredió físicamente a Fabiola. Ella arrastra una compleja situación psíquica, a lo que se unió su adicción alcohólica”.

LA NACION le consultó a Barrancos si esas afirmaciones eran reales, pero ella no respondió. La autora de numerosos libros sobre feminismo y, referente indiscutida (hasta ahora) en el área no solo le dio cursos sobre políticas de género y diversidad al propio presidente Fernández sino que también dictó clases de feminismo para la policía y las Fuerzas Armadas. Barrancos ha sido una suerte de emblema que el kirchnerismo exhibió en viajes y eventos como un símbolo intelectual de las nuevas generaciones de derechos.

Atendiendo a este rol, Fernández se comunicó con su antigua maestra para explicarle “su” verdad, tal como lo había hecho con los más íntimos. Por ejemplo, con Luis D’Elía. En ese diálogo, Barrancos le habría dicho:

“No tenés que explicarme nada. Mi esposo atendió a Fabiola y yo conozco toda la verdad”.

D’Elía no estuvo tan empático: le aconsejó a Fernández que se pegara un tiro en la cabeza (y luego fue denunciado por instigación al suicidio). El esposo de Barrancos es el médico acupuntor Eduardo Moon, quien sería testigo en la batalla legal contra Fabiola. The Crown es La Cenicienta al lado de la novela del peronismo.

Las preguntas que se abren para Barrancos y algunos voceros kirchneristas que le echan la culpa a la víctima son muy concretas.

Siguiendo el razonamiento de la socióloga: ¿la supuesta “compleja situación psíquica” de Fabiola la hace merecedora de golpes o, más bien, de un tratamiento? ¿Y qué hay del resto de las mujeres que Fernández grababa, como trofeos, en su despacho? ¿También ellas padecían de una “compleja situación psíquica”?

Yañez aseguró, en la entrevista con Infobae, que las mujeres con las que su marido habría tenido affaires –y fotografiaba desnudas, según su testimonio– le enviaban a su propio teléfono imágenes de esos encuentros, tal vez en un amago de sororidad. ¿O de perversidad?

Otra que no tuvo ni una pizca de sororidad fue la periodista militante Julia Mengolini, cuando no titubeó en ningunear la voz de Fabiola –dijo que “vale poco”–, a contrapelo del mantra feminista “yo te creo”. Mengolini y el inefable grouchomarxismo K.

¿Para qué grababa Fernández a las mujeres con las que supuestamente estaba? ¿Qué pasa por la cabeza de un hombre que le da a su mujer –y a su pequeño hijo para que juegue– un celular con videos eróticos o en obvias situaciones de coqueteo?

El psiquiatra Enrique de Rosa Alabaster, director de la Asociación Argentina de Victimología, asocia las filmaciones con episodios fetichistas, donde las mujeres ocupan el lugar de trofeos de guerra. “Muy típico y común del macho alfa”. Una satisfacción autoerótica, cuya narrativa es: “yo pude estar con Fulana y la hice hacer esto”. Son relaciones de sometimiento, aunque las grabaciones hayan sido voluntarias. Al menos en la filmación que se viralizó con una periodista en la Casa Rosada, él parece estar tomándole examen.

¿Por qué Alberto Fernández dice “no recordar” el diálogo por chat con Fabiola de agosto de 2021 –el período en el que se conoció la foto de Olivos– cuando ella le reprocha por los golpes recibidos durante tres días seguidos? Es más, ¿por qué desaparecieron esos chats del celular incautado al expresidente?

Muchas preguntas para los intelectuales del kirchnerismo, que dejan en claro que una gran formación intelectual no necesariamente otorga sentido común ni discernimiento. Que Barrancos sea defensora del feminismo es una suerte. No podemos ni imaginar qué habría dicho si abonara en las filas del machismo.

¿Estuvo extorsionando Fabiola a Alberto Fernández? Eso no se puede descartar. Ser víctima en cualquier situación, incluso en asuntos de violencia de género, no vuelve heroína a nadie. Creer en un mundo de buenos y malos es entrar en la lógica infantil de los cuentos de hadas.

Quizá sin saberlo, Alberto Fernández eligió la misma estrategia que los defensores de Carlos Monzón hace 36 años, cuando aún ni se hablaba de violencia de género. La serie de Netflix sobre la vida del boxeador muestra cómo su equipo de abogados elige deliberadamente a una mujer como defensora de un femicidio con la idea de generar empatía frente a la platea femenina. Fernández designó a Silvina Carreira guiado por esa idea. “Si puede dar una nota televisiva, no la revictimiza tanto la situación”, arrancó Carreira. La empatía te la debo.

La que no tuvo piedad con su fallida criatura fue Cristina Kirchner. Ella sí que le creyó a Fabiola. Aunque le es imposible despegarse del presidente que ella misma inventó, nunca dudó de los golpes ni de la veracidad de las fotos que “delatan los aspectos más sórdidos y oscuros de la condición humana”. Cristina siempre lo supo.

¿Y qué puede pasar ahora con el peronismo, luego de la implosión de la encarnación K? Para el historiador Loris Zanatta, una vuelta al conservadorismo y a la raíz nacional católica del peronismo clásico.

Cristina lo diría de un modo más coloquial: más perdidos que turco en la neblina. Aunque ahora la frase, dirigida inicialmente hacia los Milei boys, aplica perfectamente a ella y los suyos. Nunca escupas hacia el cielo.ß

Laura Di Marco

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Karina, Victoria y la Selección. Populismo periodístico

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El problema del populismo es que es contagioso. Impregna a sectores de la oposición, del periodismo y de nuestra vida cotidiana porque no se trata solo de un sistema político sino, también, de una forma de socialización. Todos hemos sido socializados bajo ese mantra y su sistema de creencias. Como diría el italiano Loris Zanatta: la cultura populista que nos coloniza desde hace casi 80 años o más –depende desde dónde se arranque a contar– forma parte de la biografía de la nación y salpica para todos lados.

El nacionalismo berreta, de bajas calorías, es un insumo básico de la cultura populista y el fútbol su vehículo estrella. Intocable, además, en un país que es potencia futbolera y que exporta sus talentos al mundo. Para un país roto en su autoestima, la selección argentina es uno de los pocos motivos de orgullo para exhibir ante el mundo. Sus triunfos son reparatorios y compensatorios para tantas frustraciones económicas. Por eso, la fibra que toca es delicada, irracional. Casi religiosa.

Fue precisamente esa fibra la que manipularon con éxito los militares y, luego, el kirchnerismo, que elevó prácticamente a santo la polémica figura de Maradona. Ahora le toca el turno al mileísmo. Tanto, que llegó a echar a un funcionario por condenar la discriminación contenida en un canto homofóbico, racista y xenófobo. Un amplio sector del periodismo criticó a Julio Garro, el funcionario echado e, incluso, a la vicepresidenta Victoria Villarruel, que llegó a festejar los estribillos emitidos por Enzo Fernández con un tuit en el que, de paso, agredió gratuitamente a Francia. “Yo te banco, Enzo”, escribió. Lo paradójico es que el propio Enzo ya se había disculpado.

Sin embargo, muy pocos periodistas se atrevieron a criticar el contenido del mensaje y, muchos menos, a sus emisores: nuestros jugadores. Un sector más ínfimo aún se permitió avalar un pedido de disculpas de Messi, como líder de la selección –Dios no lo permita, como dirían las abuelas– o, quizá más pertinente, un comunicado de disculpas de la AFA. Al margen, la que sí podría pronunciarse críticamente sobre el contenido del “canto de cancha”, como minimizó Villarruel, es la FIFA.

¿Y por qué parte del periodismo fue tan indulgente con nuestra selección? Por pánico a la reacción de sus audiencias; por temor a navegar a contracorriente. Populismo periodístico, digámoslo así. El sesgo de confirmación mete miedo a criticar cualquier cosa que tu público ame. Nadie está exento.

De ese 57% de apoyo popular que tiene el Presidente, según las encuestas, la mayoría celebró gustosa el tuit populista de la vicepresidenta y reprobó fuerte el pedido de disculpas de Karina Milei, cuando el último jueves tuvo que acudir de urgencia al palacio Ortiz Basualdo a explicarle al embajador Romain Nadal que lo de Villarruel había sido una “iniciativa personal”. Una movida lógica: sin disculpas oficiales, el viaje de Milei a Francia para la inauguración de los Juegos Olímpicos corría peligro.

El último martes, una cordial reunión en la embajada de Francia entre el ministro Luis Caputo y empresarios de ese país pareció empezar a sanar la herida abierta por Victoria. Nota al pie: el círculo rojo quedó horrorizado con el mensaje violento de la vice, que pareció por un momento más movida por su base de votantes que por su evidente proyecto de poder a largo plazo. “Nos parecía que los imprevisibles eran los Milei, pero esta vez quedaron invertidos los roles”, comentó, sorprendido, un hombre de negocios que participó de la reunión con Caputo.

Pero lo interesante fueron las excusas para justificar lo injustificable. Una: es solo un canto de cancha. ¿Puede separarse la cancha de la vida? Los cantos de cancha son los que aprenden los chicos, cuyos padres luego se quejan o, peor aún, son víctimas de la violencia en las escuelas. Dos: no nos van a imponer criterios racistas europeos. Nosotros no somos racistas. Falso. Un reciente estudio de la UBA reveló que uno de los grupos que reciben los mayores niveles de prejuicio son los inmigrantes latinoamericanos, que viven en villas o barrios populares. Y la frutilla del postre: Messi fue destratado en Francia cuando jugaba para el PSG y también lo fueron los argentinos, de lo que se desprende que la selección francesa “merecía” el cántico. Tal vez porque usaba la pollerita demasiado corta.

Un tuitero libertario, enfurecido con Karina Milei, escribió: nosotros no nos arrodillamos y no pedimos disculpas. Traducción: para el argento populista disculparse no es sinónimo de fortaleza sino de humillación.

Claro que, si queremos ir hacia un país más serio y respetado, con reglas claras, convendría revisar lo que pensamos y por qué lo pensamos. Salir del pozo tal vez implique un completo reseteo cultural. Porque son estas creencias, y no otras, las que nos trajeron hasta aquí.

Laura Di Marco

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