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Javier Milei: por qué arrasa, ¿genio o loco?

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30 de agosto de 202317:25

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Laura Di Marco

En la cocina comedor de su casa, en el barrio privado Valle Claro, de Benavídez, Javier Milei tiene una heladera especial destinada a acopiar latas del energizante Monster, una bebida común entre los jóvenes, sus votantes. Mango Loco es su sabor preferido. “Voy a pedir que me auspicien”, suele decir, en broma.

Jóvenes y pobres –los excluidos del sistema– fueron quienes definieron el resultado de las últimas primarias. ¿Definieron el resultado o se vengaron de quienes perciben como sus victimarios? Digamos todo: la Argentina es un yacimiento de liderazgos exóticos. De hecho, Milei genera tanta atracción en la prensa del exterior como, en su momento, generaban Cristina Kirchner y sus hijos políticos, La Cámpora. La “mileimanía”, ensaya el consultor Federico González, es una experiencia más religiosa que política. Y un producto típico del siglo XXI.

Se trata de un fenómeno inasible para quienes pretendan capturarlo con ojos del siglo XX. Primero porque es emocional, no racional. No importa lo que Milei diga; sus fans no lo escuchan. Podríamos decir que lo sienten. ¿Y qué sienten? “No lo votan por liberal o por ser de derecha, sino porque grita”, aporta Jaime Durán Barba, acaso el analista que mejor supo captar la crisis de representación política y la moda de los outsiders en las democracias occidentales.

Por eso los casilleros clásicos de la política, como izquierda o derecha, tropiezan con esa enorme dificultad: la habilidad de poder leerlo a la luz de un mundo que ha cambiado de un modo radical, a caballo de la revolución tecnológica.

Como afirmaba Natalio Botana en una entrevista reciente con La Nación: “Si uno revisa la historia de la Revolución Industrial ve que, cuando se producen estos impactos tecnológicos, siempre hay desajustes muy profundos en el plano social. Eso es lo que vieron en la primera revolución industrial los primeros pensadores socialistas y liberales; lo que vio un John Stuart Mill y lo que vio un Karl Marx”. Marx afirmaba que cuando una sociedad cambia su modo de producir bienes también cambian las formas de la política.

Primer desacople. Mientras Milei produce miedo y preocupación en el círculo rojo –ese mix de factores de poder y élites ultrainformadas–, entre sus votantes “comunes”, por decirlo de algún modo, solo genera esperanza. La información surge de los focus groups realizados luego de las primarias. El libertario es el vehículo más apto que han encontrado los excluidos y un sector de las clases medias, con altos niveles de hartazgo en sangre, para desmontar el armazón de la Argentina corporativa que configuró el propio peronismo. Sus fans, claro, no la llaman así, aunque sí sienten sus efectos.

Vamos a un focus group realizado en Córdoba, la provincia que le dio el triunfo a Macri en 2015. Una chica de 26 años, madre de una nena de 10, explica su voto al libertario: “Trabajo en blanco, estudié y me recibí aun siendo madre adolescente y no puedo siquiera soñar con comprarme una casa. Mientras, veo cómo les regalan terrenos a los que no trabajan. Terrenos que, encima, termino pagando con mis impuestos y a los que no puedo acceder por tener un trabajo formal”. La Argentina necesita un cambio de raíz, dice. Lo que terminó de convencer a esta joven mamá de clase media baja fue el crimen de Morena, en Lanús.

Está claro que el peronismo perdió, hace rato, el monopolio de la representación política de los sectores populares, pero lo verdaderamente anacrónico es el análisis que hace el propio kirchnerismo sobre la mileimanía, un fenómeno que claramente ayudó a incubar. Para los “hijos” de Cristina, en cambio, Milei es una avanzada “antiderechos” creada por los “medios hegemónicos”. No hay peor ciego que el que no quiere ver.

El propio Milei describió en el Council de las Américas a los enemigos de su batalla cultural (y los de sus votantes): empresarios prebendarios, políticos de la “casta” que viven de la teta del Estado y que regalan lo que no es de ellos, medios de comunicación tradicionales, burocracia sindical e intelectuales a los que definió como “operadores del poder”. El rechazo mileísta pareciera abarcar a todo aquello que configuró la cultura política del siglo XX.

Milei está obsesionado con la muerte. Es un temor que lo persigue desde siempre. Tal vez por eso explora la posibilidad de la inmortalidad física. Uno de sus libros de cabecera, apoyado sobre la mesa del living de su chalet de dos plantas, es La muerte de la muerte, de José Luis Cordeiro y David Wood. En su portada, los autores se preguntan: ¿será la muerte, en apenas unas décadas, algo opcional?

¿Expresa el libertario la muerte de un sistema o solo estamos ante una anomalía, un paréntesis fruto de la profunda crisis que atravesamos? Meses atrás, el líder de un grupo empresario invitó al libertario a sus oficinas para conocer sus ideas. Quería saber, por ejemplo, cómo pensaba resolver el problema de los piquetes en CABA. “Eso es muy fácil”, soltó Milei. Pero ¿cómo?, insistió el empresario. Y la respuesta que obtuvo lo dejó atónito: “Con la Policía de la Ciudad, claramente no –subrayó Milei–. Pero ya hablé con la CIA y el Mossad; ellos lo van a resolver”.

El coqueteo con Massa y sus empresarios amigos ¿es real? Lo comprobable es que hay candidatos massistas en las listas de La Libertad Avanza. De hecho, no sería la primera vez que el peronismo financia armados para dañar al “enemigo” que luego se le terminan yendo de las manos.

Pero más que a Massa habría que mirar a Macri, si Milei llegara a salir victorioso. De eso, gran parte de los radicales y los “lilitos”, que hoy apoyan a Patricia Bullrich, están completamente seguros.

Los que fuman debajo del agua observan un detalle en la escena argentina que, para muchos, resulta inquietante. Los bonos soberanos de largo plazo están en alza. “Es decir que alguien está viendo algo bueno”, tercia un empresario que estuvo presente en la última reunión del Council de las Américas. Lo “bueno” podría ser que los tres principales candidatos presidenciales son promercado. Y que ninguno de ellos tiene dudas acerca del capitalismo.

Pero en el círculo rojo económico van más allá. En esas aguas circula otra versión: el factor Macri, detrás de Milei. El rol de “contención al disparate” que podría ejercitar el expresidente sobre el líder libertario, si finalmente gana. Una contención similar a la que ejerció el Partido Republicano sobre el incontrolable Donald Trump, con chances de volver al poder.

Afirma un importante dirigente radical: “A Macri no le disgustaría para nada que gane Milei y, seguramente si eso sucede, una parte de Pro se iría con él para sostenerlo. Eso sí: Juntos por el Cambio explotaría por el aire”. En este esquema, analiza, una parte de la coalición opositora se iría con el libertario y la otra, con Horacio Rodríguez Larreta y Sergio Massa. Una eventual derrota también partiría al radicalismo. Un panorama a futuro, que pone en valor la histórica afinidad entre el ministro de Economía y Gerardo Morales.

En plena campaña, un periodista que entrevistaba al libertario se atrevió a preguntarle: “Dicen que estás loco, ¿es cierto?”. Milei, al que le suele saltar la térmica cuando una pregunta no le gusta, esta vez recogió el guante: “La diferencia entre un genio y un loco es el éxito”.

Laura Di Marco

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Política y emociones. El coach argentino del poder que pocos conocen

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  • 12 de diciembre de 2024

PARA LA NACION

Laura Di Marco

Una tarde de abril de 2022 toqué el timbre en el chalet de dos plantas de Javier Milei, en el barrio cerrado Valle Claro. El ahora presidente era, entonces, el disruptivo outsider que subía imparablemente en las encuestas. Hasta aquel momento, la casa de Milei era inescrutable. Misteriosa. Plagada de leyendas. De hecho, ningún periodista había entrado en ella.

–Que vos estés aquí es una señal- dedujo él, de inmediato.

–¿Una señal de qué?

–¡De que voy a ser presidente! –exclamó, como si fuera una obviedad–. Te explico: vos hiciste la biografía de Macri, que se llevaba mal con el padre, igual que yo. Y después escribiste sobre la historia de Cristina, que tuvo un padre colectivero: igual que yo. Y ahora estás acá para hacer mi perfil, ¿se entiende por qué el próximo presidente voy a ser yo?

¿De qué hablaba Milei, quizá sin saberlo del todo?

Del peso de su biografía personal en su carrera política. Se trata de un sendero poco explorado –e incluso subestimado– en el periodismo político y el análisis tradicional, que sin embargo se torna esencial a la hora de comprender el liderazgo argentino y nuestra sucesión de fracasos. Este es el nudo que aborda el flamante y exquisito libro Biografía del poder, de Alberto Lederman, un consultor de altísimo nivel de la política y del empresariado argentino y coordinador de célebres seminarios vip sobre el poder y las emociones, por donde han desfilado prácticamente todos los dirigentes públicos que conocemos. Durante casi 50 años, Lederman se ha dedicado a formatear a las élites argentinas en una suerte de gran terapia de grupo, entre otras herramientas.

En su libro, el autor desmenuza cómo piensan y funcionan esas élites. Logra sostener una hipótesis provocadora sobre la dirigencia argentina y sus patologías, tal como promete en la contratapa: la búsqueda del poder como droga y bálsamo para calmar sus traumas. El abandono o, más fuerte aún, la orfandad, afirma, es uno de los más comunes. El poder vendría a compensar esa vulnerabilidad de origen. Hablamos de una orfandad en un sentido real o figurado. Orfandad como la carencia de una nutrición parental sana, consistente, contenedora.

La orfandad de Milei es clara; él mismo lo ha contado como hijo de un padre violento que lo descalificaba, insultaba y lastimaba emocionalmente durante toda su infancia y adolescencia. No es difícil deducir que el Presidente sea leal con quienes siempre creyeron en él y lance una caterva de descalificaciones –junto con su militancia tiutera– cuando recibe la más leve crítica. El que se quema con leche, ve una vaca y llora.

Ante cuestionamientos razonables, su mente se remite al pasado. Por ejemplo, cuando su padre lo golpeó cuando, a los 13 años, deslizó en la mesa familiar que la guerra de Malvinas era una farsa, cuando Milei padre la apoyaba con fervor. A Macri le cabe otro tanto. Los conflictos con Franco Macri son conocidos, sumados a la frialdad de una madre a la que le costaba sentir a su hijo y obsesionada con la imagen social.

La soberbia política de Cristina solo esconde lo contrario: el hecho de que siempre se haya sentido inferior. No es que objetivamente lo sea, claro está: es un sentimiento muy viejo acuñado en su infancia pobre e incrustado muy profundo en el cerebro de aquella adolescente de Tolosa, que buscaba desesperadamente ser vista y pertenecer a la élite platense de la que se rodeaba. El infinito resentimiento, y hasta la voracidad por el dinero mal habido, incluso, pueden explicarse en aquellos primeros años de su vida. Claro que aquí no buscamos justificaciones sino explicaciones: dos conceptos que suelen confundirse, pero que son bien distintos.

Parado desde esta perspectiva novedosa, Lederman formula su tesis: no es la economía sino la salud mental de los líderes lo que explicaría la profunda crisis del país. Un exmandatario que integró la seguidilla de presidentes durante la crisis de 2001, suele decir lo mismo pero un modo más brutal. “El problema de la Argentina es, ante todo, psiquiátrico”.

¿Y qué hay de Edgardo Kueider, el protagonista de uno de los mayores escándalos de corrupción del año? Nació en Concordia, en el seno de una numerosa familia sirio libanesa, de clase media baja, cuyo sustento venía de una modesta mueblería y tapicería familiar. El padre se evaporó en su temprana infancia y lo criaron tíos y tías. Para compensar esas carencias soñaba con ser rico, tal vez por eso se metió en el peronismo y terminó envuelto en una trama de contrabando y lavado de dinero que muy probablemente termine con su carrera política.

Esa precariedad originaria de Kueider hizo que líderes más sólidos de la provincia –¿podríamos arriesgar, dirigentes con otras biografías?–, como Jorge Busti o Augusto “El Choclo” Alasino nunca lo hayan querido. Es la misma precariedad de Sergio Uribarri, uno de los poquísimos casos de exgobernadores condenados y presos por corrupción. Uribarri es oriundo de un pequeño pueblo entrerriano, General Campos, del que fue intendente. Las grandes ligas siempre le fueron ajenas, de ahí la falta de sofisticación en la confección de sus enjuagues. En otra escala, a los Kirchner les pasó lo mismo: lavar dinero a través de hoteles es de manual. Y de los más berretas.

En Biografía del poder, Lederman afirma que cada una de estas trayectorias políticas son respuestas a las biografías personales de cada uno de sus protagonistas.

Pero volvamos a Kueider. En su apuro por salir de pobre, ya entre 2009 y 2014, cuando aún era secretario general de la intendencia de Concordia, Migraciones registró 166 viajes entre Uruguay, Brasil y Paraguay. Su interés por los negocios inmobiliarios iba en aumento. Años más tarde se pelearía con su padrino político, el exgobernador Gustavo Bordet, que empezaría a impulsar como candidato a diputado a otro personaje muy significativo dentro de esta trama: Guillermo Michel, oriundo de Gualeguaychú, exdirector de Aduanas de Sergio Massa. En los últimos meses, Kueider y Michel protagonizaron furibundos cruces políticos en su provincia.

De hecho, Kueider y su secretaria son atrapados por la Armada paraguaya, en Ciudad del Este, una fuerza con la que Michel había trabado lazos cuando era funcionario. Como explicaba un periodista paraguayo, entrevistado por la revista Análisis digital: “Si la Armada hizo el procedimiento es porque tenía un dato porque, en esa Aduana, no paran a nadie”. La voracidad lleva a dejar cabos sueltos o al no registro, como subestimar el hecho de que los enemigos que se van construyendo en ese empinado y riesgoso camino también pueden jugar sus fichas.

Un dato curioso: el abogado de Kueider en Paraguay, Ricardo Preda, también fue letrado del expresidente paraguayo Horacio Cartes, un especialista en pasos de Aduana.

“(Los líderes) están más entrenados en decir, aunque no sea significativo lo que dicen, y se les hace difícil escuchar –escribe Lederman– porque eso implica registrar lo que el otro dice y hacer el intento de entenderlo, de hablar con otros para pensar con ellos mismos”.

Una buena interpretación que aplica a muchos políticos, empresarios e, incluso, líderes comunicacionales. Aman escucharse, de ahí la falta de registro que muchas veces tienen de los demás y sobre todo de su entorno, que los lleva a cometer errores tan groseros como dejar una mochila con más de 200.000 dólares sin declarar, a la hora de pasar por un control de Aduana en un paso fronterizo.

Por Laura Di Marco

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Trump y Milei: la consolidación de una nueva derecha rebelde

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  • 7 de noviembre de 2024

PARA LA NACION

¿Qué significa el regreso de Donald Trump a la Casa Blanca, con un triunfo mucho más rutilante aún que su primera elección de 2016? ¿Qué dice el apoyo explícito y riesgoso de Javier Milei al trumpismo, en medio de la incierta campaña electoral norteamericana, mientras negociaba un nuevo programa con el FMI?

¿La victoria de Trump fortalece a Milei? ¿O expresan fenómenos parecidos, pero diferentes?

Los jóvenes mileístas endiosan a Trump porque lo ven como el émulo global del “Javo”. Pero, cuando Trump propone un Estado fuerte y hegemónico, aumenta el gasto público y amplía el déficit fiscal -como lo hizo en su primer gobierno- y dice, de paso, que le gustaría ser “dictador por un día”, se parece más a Cristina que a Milei.

Trump propone arancelar la importación; Milei, en cambio, se define como antiimpuestos y como anarcocapitalista, aunque ahora como presidente parece haberle tomado el gusto al Estado como motor de su propia batalla cultural. Trump es pro ruso; Milei es pro Ucrania.

Y sin embargo hay un anclaje de hierro que los une: ambos odian al progresismo y todo lo que huela a woke: el feminismo, la ideología de género, el correctismo político, la agenda climática, la ecología, la equidad y todos los tópicos que plantea la aborrecida, en términos de Milei, agenda global 2030. El resentimiento a las élites -o al sistema de representación- es el marcador común de estas nuevas derechas. O de la derecha alternativa, como también se la llama: el territorio que el martes consolidó Trump.

Las preguntas y, mucho más aún, las probables respuestas a esta cultura emergente le abren la puerta a un fenómeno tan novedoso como apasionante. Incluso, inquietante. Hablamos de la configuración de una nueva derecha, en tensión con la derecha clásica, que a diferencia de la tradicional va en contra del orden establecido y de todo mecanismo de intermediación. Una derecha rebelde, como antes lo era la izquierda.

¿Hay una inversión de roles? Así parece. Es que, históricamente, la que cuestionaba al sistema y a las élites mundiales siempre era la izquierda. Para Trump y Milei -y ahí hay un fuerte punto de acuerdo entre ambos-, el mundo occidental, tal como lo conocemos, está asumiendo posiciones “socialistas”.

Posiciones “políticamente correctas”; de hecho, los exponentes de la derecha rebelde denuncian una “dictadura del correctismo político” y, resentidos con las élites políticamente correctas, denuncian la hipocresía que se esconde detrás de esas formas, según ellos, ficcionales.

El analista Lucas Romero, director de la consultora Synopsis, acostumbrado a tomarle el pulso a una sociedad que va mutando, está convencido de que hay una revalorización de lo auténtico, por eso lo políticamente incorrecto, aunque sea grosero, es visto como una fuente de legitimación.

“Lo políticamente correcto representa al ciudadano común. Nosotros, en nuestra vida privada, somos incorrectos”, analiza.

La idea conecta con la mirada de Natalio Botana, cuando explica que, en la era de las redes sociales, cada ciudadano asume su propia representación. Es decir, hay en marcha un mecanismo de desintermediación y de impugnación de las élites, que incluye a la política tradicional, los medios tradicionales de comunicación, organismos internacionales como la ONU, el FBI (en el caso de Trump), la CIA, el FMI (en el caso de Milei), la Unión Europea y una larga lista del mundo del siglo XX.

El razonamiento de la derecha alternativa, apoyada por el ciudadano de a pie, sería algo así: las redes hicieron más transparentes la oscuridad de las élites. Se ven más claramente los hilos de sus negocios espurios, su corrupción, sus “curros”, como diría Milei.

Un ejemplo: el oportunista “tajaí” de Sergio Massa, que lo puso en ridículo en la campaña de 2015, destapó la hipocresía de un político – ¿o de todos? – que es capaz de fingir tonalidades diferentes, de acuerdo a un falso guión, para cualquier electorado. La viralización de ese teatro habría sido imposible sin redes sociales o teléfonos inteligentes. Cualquier integrante de las élites tradicionales están a tiro de un tuit o del carpetazo de un troll de 20 años.

¿A que llamamos élite? Políticos tradicionales, universidades, organismos internacionales, periodistas, profesores, intelectuales. A la filosofía de Elon Musk, nombrado el martes en el discurso triunfal de Trump, le gustaría que la sociedad global pudiera gestionarse de un modo descentralizado. Silicon Valley, en sintonía con la derecha rebelde, razona así.

Otro punto fuerte en común entre el fortalecido mundo de Trump y el de Milei es el sentimiento anti establishment, anti casta, conceptos a los que se acercó prematuramente el historiador y periodista Pablo Stefanoni cuando escribió, en 2021 (cuando Milei ni siquiera era político) el ensayo ¿La rebeldía se volvió de derecha?

Stefanoni acuña una tesis novedosa en su investigación. Para las derechas alternativas, las élites se han vuelto de izquierda y la derecha es, ahora, la encargada de expresar al ciudadano común. En la Argentina, el rechazo hacia el garantismo judicial, asumido por Milei, es un buen ejemplo de ese maridaje. O cuando Milei sugiere que no se mete con la diversidad sexual, pero que, sin embargo, rechaza el “lobby” de la comunidad LGTB. ¿Y qué sería el “lobby” si no una política pública para potenciar los derechos de esa comunidad?

En este nuevo universo, Lucas Romero sostiene una tesis inquietante, volviendo a la idea de la destrucción de los clásicos mecanismos de intermediación propios del siglo XX: el gobierno tiene una estrategia deliberada, no solo de fracturar el frente político, sino también de partir y deslegitimar el universo de los medios tradicionales de comunicación, de ahí la saña del propio Milei y los autodenominados “gordos” tuiteros” con los diarios y canales importantes de cable o aire. Y los dardos contra sus principales periodistas.

“Milei no se la agarra con (Roberto) Navarro o con los periodistas kirchneristas sino con medios o periodistas que le hablan a su electorado. El objetivo es que esos medios, que consumen los “propios”, no lo critiquen. Por eso necesita quitarles legitimidad a sus emisores; que la gente pierda confianza en ellos. Mostrarlos como mentirosos, malintencionados, ensobrados”.

Cerca de Milei admiten que quebrar el bloque percibido como propio -subrayamos aquí la palabra “percibido”- apunta a desgastar a medios y periodistas y deslegitimar sus eventuales críticas. Una visión pergeñada por Santiago Caputo.

El mundo volvió a girar con el triunfo de Trump y ahora la derecha rebelde se instala en el centro del poder. La moneda, como siempre en una historia abierta, está en el aire.

Por Laura Di Marco

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Cartografía del nuevo poder: nace La Cámpora de derecha

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Tal como sucedía en La Cámpora de Cristina –los pibes para la “liberación”–, la escudería digital del Presidente cobija a los que creen y a los que cobran. Los últimos se autorrotulan –y los rotulan sus “enemigos” internos– como “Gordos Tuiteros”; los primeros son los liberales sin cargo, influencers que dan la batalla cultural por las “ideas correctas”. También, como en la marca original de la escudería joven kirchnerista, hay una tribu que mezcla a ambos: a los que cobran y a los que creen. Ahí se ubican algunos integrantes de “Los Herederos de Alberdi”. E, incluso, hay un cuarto grupo: las viudas de Javier Milei o los “neoliberales”, liberales ligados a la política tradicional de derecha, algunos provenientes de Pro, hoy expulsados del paraíso del poder real, pero dentro del ecosistema libertario.

Todo el ecosistema digital de Milei, los que cobran y los que creen, tienen menos de 40 años. Son creadores de canales de YouTube; de exitosos streamings donde se debaten los distintos matices de las ideas libertarias, manejan cuentas de X que mueven millones porque las monetizan.

Son protagonistas de una subcultura que corre completamente por fuera de la política tradicional y de los medios tradicionales que construyó, como toda subcultura, un lenguaje propio. Nuevas canciones, como diría Kicillof. Son palabras acuñadas al calor de las redes. Algunos ejemplos: “doxear” significa revelar la verdadera identidad de un influencer o la difusión de un documento que puede dañarlo (como un contrato en el “maldito” Estado); “termo” se banca todo lo que diga Milei. Permanecer “tácito”, es decir, escondido bajo un seudónimo. “Incel” es un término que merece un párrafo aparte.

“Incel” es un acrónimo de “célibe involuntario” o involuntary celibate, en inglés. Empezó a usarse en las redes, pero se extendió a la vida: forma parte del lenguaje joven de la derecha alternativa. En su forma más básica, el concepto describe a alguien –generalmente a un hombre– que se siente despreciado por mujeres por múltiples causas, entre ellas la ideología. Entre los jóvenes, reconocerse de derecha –incluida la aversión al feminismo– sigue siendo una mancha venenosa.

Pero la guerra ideológica estalló esta semana en la escudería digital de los jóvenes de Milei.

X fue escenario de una auténtica guerra de guerrillas entre dos tribus bien definidas. Podríamos decir que entre dos ideologías de los sub-40 que siguen a Milei: los voraces por los cargos, una suerte de nueva Cámpora de la derecha que se está gestando en el seno de la Casa Rosada, de la mano de Agustín Romo, versus los “bienintencionados”. Liberales sin Estado en sangre.

Los últimos vienen exponiendo en las redes los contratos y cargos en el Estado de los “Gordos Tuiteros”, cuyos exponentes centrales son Juan Doe –su nombre real es Juan Pablo Carreiro– y El Gordon Dan. Daniel Parisini (Gordo Dan) es el conductor de La Misa de Dan, en el canal del streaming libertario Carajo.

Con bajada de línea de la Casa Rosada, hay streamings que devinieron en una suerte de 6,7,8 en formato digital. Los “puros”, incluso, acusan a los “infectados” por el “maldito” Estado, de que estas plataformas recibirían dinero del Estado. Rencillas del mundo Peluca. Critican, por caso, que diputados liberales como Agustín Romo tengan familiares nombrados en Trenes Argentinos.

En esta semana negra para los “Gordos Tuiteros”, Augusto Grinner, de la escudería neoliberal junto con Álvaro Zicarelli (Zicarelli fue asesor en política exterior de Milei, en sus orígenes) reveló en X, desde su cuenta @DePeroncho, los supuestos nexos entre el Estado y Carajo: Iván Gómez, editor del exitoso streaming es, a la vez, coordinador de gestión de comunicación digital de la Casa Rosada. ¿No era que a Télam había que cerrarla porque funcionaba como una usina de propaganda oficialista? Las contradicciones de Santiago Caputo.

Durante la campaña 2023, en una de esas rencillas entre tribus libertarias, Carreiro le hizo una seria promesa a uno de sus interlocutores: “Antes de ser empleado público me corto la yugular. Todo empleado público es un ladrón”, exageró. El 4 de junio de este año fue designado director de Comunicación Digital. El martes, su salario –expuesto por los “puros”– fue tendencia.

Alejandro Alfie, periodista de Clarín especializado en medios, escribió en su cuenta: “Veo que el joven tuitero Juan Doe es tendencia. Algunos comparan su salario como funcionario con el de docentes y personal no docente de las universidades públicas. ¿Será porque Juan Carreira, director de Comunicación Digital del gobierno de Milei, cobra $3.424.640 por mes?”

El Gordo Dan no la pasó mejor. Esta semana también se blanqueó que su pareja, María Belén Casas, fue designada jefa de Gabinete en la Subsecretaría de Política Universitaria. Cobrará un sueldo de más de dos millones de pesos. La guerra entre los “liberales” vs. los “cabeza de termo” (así se llaman ellos) está desatada. Termo alude a obediencia ciega, tan propio de La Cámpora original. Hoy es patrimonio de “Los Gordos”.

En los albores del siglo XXI Herrero Liberal, cuyo nombre verdadero es Matías Bernal, se hizo kirchnerista, como tantos jóvenes de su generación que hoy rondan los 40. Era un pibito, dice él. ¿Qué lo fue alejando de aquel mundo para cruzar, de lleno, al charco libertario? El doblevarismo, el feminismo, la ideología de género. Bernal se reconoce, además, como cristiano. En la campaña de 2023, Matías, que es realmente herrero de profesión y vive en Lomas de Zamora, grabó un video en defensa de Milei que tuiteó el propio líder libertario y se terminó viralizando. La novedad era que un trabajador del conurbano explicaba su voto a Milei.

Un par de meses más tarde se convertía en el primer youtuber en entrevistar a la inasible ministra Sandra Pettovello, a quien contactó por Instagram. Hoy es uno de los dueños del exitoso streaming Anima Digital e integrante del programa de debate crítico Táctica liberal, junto con Cristopher Marchesini y Lucas Apollonio. A su vez, Cristopher y Lucas manejan dos medios digitales, Mate con Mote (con un millón y medio de seguidores) y En el Ojo del Poder, respectivamente. Un mundo completamente nuevo.

“No me gustaría saber que algunos de mis compañeros no están acá solo por la batalla cultural; por las ideas correctas –dice Herrero Libertal–. Enterarme de que algunos están por los cargos, como una Cámpora de la derecha, me dolería mucho. El solo hecho de que un influencer reciba dinero del Estado lo convierte automáticamente en lo que vino a combatir”, destaca Bernal, hoy integrante de la escudería de Pettovello.

Otro de los bienintencionados, en cruzada contra los “Gordos”, acerca: “Si no ves el cambio de paradigma y lo ponés a tu favor, vas mal”. La autodenominación de “Gordo tuitero” viene del propio grupo, que siempre se jactó de que “seis gordos ‘boludeando’ en las redes pusieron a un presidente”.

El choque de las ideas, pensadas desde el llano, con el poder real parece producir una extraña alquimia en algunos cerebros. El famoso teorema de Baglini se eleva aquí a la categoría de verdad científica: se puede reproducir en cualquier escenario y bajo cualquier ideología. El consumo de poder, la secretaria, los choferes, el dinero, tienen alta capacidad de penetración en los egos. Lo de izquierda o derecha se siente, apenas, como un detalle.

Laura Di Marco

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