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Franco Rinaldi, ¿cancelación o libertad de expresión?

¿Usted cree que hay personas o grupos de personas discriminadas en la Argentina?, es una de las preguntas que incluye un estudio reciente del Instituto Pulsar (UBA), que pone el foco en las creencias de los argentinos. El 73% de los consultados respondieron que sí. ¿Y cuál sería la principal causa de esa discriminación? Al tope de las causas figura la pobreza.

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12 de julio de 2023 18:09

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Laura Di Marco

PARA LA NACION

Justo la polémica –una de ellas, en rigor– en la que se enredó el precandidato a legislador por Pro Franco Rinaldi, quien ha sido denunciado por sus rivales radicales por discriminación a raíz de la difusión de videos –altamente chocantes, por cierto– con una fuerte carga de homofobia, racismo y machismo. “Lanzallamas”, responde el politólogo en un stand up subido a las redes durante la pandemia, cuando imagina “soluciones” para el Barrio 31. Sus rivales internos buscan bajarlo de la lista de Juntos por el Cambio, mientras que Rinaldi y Jorge Macri, su ahora jefe político, denuncian un intento de cancelación.

La última en sumarse a la embestida fue la actriz Carla Peterson, esposa de Martín Lousteau, quien encabeza una jugada política inteligente y válida, en el marco de una campaña que apunta a minar las chances de su oponente. Inteligente porque su argumento apunta a la representación, que es lo que se vota: el candidato de Jorge Macri, afirma el radical, no representa los valores de Juntos por el Cambio. Peterson aceleró: “No es cancelación. Tampoco una performance. Es odio y discriminación. No es un hecho artístico ni libertad de expresión. Las disculpas no alcanzan”.

Del otro lado podrían contraargumentarle: ¿acaso Lousteau pidió disculpas por la resolución 125, una medida tan dañina para los argentinos que marcó el inicio de una grieta que arrasó con todo a su paso, incluso con vínculos familiares? ¿Quién habrá hecho más daño, Lousteau con la 125 o Rinaldi con su “performance”? El que esté libre de “pecado” que tire la primera piedra.

El asunto es vidrioso porque, en la polémica desatada en torno al politólogo, hay conceptos nuevos y palabras en disputa (como el término “cancelación”, por ejemplo). Vidrioso porque, si bien sus dichos merecen el más amplio repudio, están, según el sistema interamericano de derechos humanos, en el borde (pero adentro) de la cancha de la libertad de expresión y de pensamiento. Sin embargo, cualquiera que se haya sentido ofendido –que podrían ser muchos– puede denunciar a Rinaldi ante la Justicia ordinaria, con una afectación de derechos específica. De hecho, el lunes último la Justicia porteña abrió una investigación para dilucidar si incurrió o no en actos de discriminación.

Aunque, obvio, los policías de la moral –especialistas en señalar a los demás, pero poco predispuestos a indagar en su propia sombra– ya tienen un veredicto indubitable. ¿Es una solución bajarlo de la lista? Y si no lo es, ¿acaso no debería haber una consecuencia sobre un candidato con expresiones tan simbólicamente violentas? ¿Es Rinaldi el único “villano” de esta película o, en verdad, es el síntoma –el vehículo– de una parte de la sociedad que piensa como él?

¿Es correcto afirmar que pretenden “cancelar” a Rinaldi? En rigor, no. Cancelación es un término que puede aplicarse a los casos de Juan Darthés o Kevin Spacey; tal vez, también, al de Jey Mammon, aunque el asunto está aún en curso. La cancelación es ser excluido de la sociedad, perder el trabajo, ser apartado de los debates, no invitado, no citado en textos. Antes se lo llamaba una condena al ostracismo.

Meterse en estos laberintos vuelve el tema más complejo y apasionante. Lo llena de preguntas, más que del gatillo fácil de las certezas obvias. Obliga a reflexionar, a fondo, sobre polémicas no saldadas. Mutantes. Convoca a repensar los límites de la libertad y las paradojas de la democracia liberal, capaz de incluir aun a quienes no creen en ella. Demasiado profundo como para tratarlo seriamente en el marco de una campaña electoral tan intensa como sucia.

Como explica Ramiro Álvarez Ugarte, vicedirector del Centro de Estudios en Libertad de Expresión (CELE) de la Universidad de Palermo: “El límite de la cancha es el discurso del odio y la discriminación, cuando está concretamente vinculado a la violencia física, no metafórica como el caso de Rinaldi”. Ciertamente a nadie se le ocurriría –ni podría– hacer un streaming humorístico sobre el Holocausto.

Incluso, gran parte del periodismo argentino –concretamente, quienes opinan en los medios de comunicación– tiene conceptos confusos sobre lo que se puede o no se puede decir, en el marco de la democracia. Hay muchas cosas abominables, como este episodio, que la democracia tolera. Y ni qué hablar de la perturbación que provoca observar cómo un candidato, que toda su vida ha recibido cargas violentas de discriminación a raíz de su discapacidad, intente reproducir esos mismos mecanismos sobre otros. En una palabra: el caso Rinaldi hace trastabillar los conceptos y las opiniones arraigadas en más de uno. Excepto para los que nunca dudan. Dichosos de ellos.

Laura Di Marco

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Trump y Milei: la consolidación de una nueva derecha rebelde

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  • 7 de noviembre de 2024

PARA LA NACION

¿Qué significa el regreso de Donald Trump a la Casa Blanca, con un triunfo mucho más rutilante aún que su primera elección de 2016? ¿Qué dice el apoyo explícito y riesgoso de Javier Milei al trumpismo, en medio de la incierta campaña electoral norteamericana, mientras negociaba un nuevo programa con el FMI?

¿La victoria de Trump fortalece a Milei? ¿O expresan fenómenos parecidos, pero diferentes?

Los jóvenes mileístas endiosan a Trump porque lo ven como el émulo global del “Javo”. Pero, cuando Trump propone un Estado fuerte y hegemónico, aumenta el gasto público y amplía el déficit fiscal -como lo hizo en su primer gobierno- y dice, de paso, que le gustaría ser “dictador por un día”, se parece más a Cristina que a Milei.

Trump propone arancelar la importación; Milei, en cambio, se define como antiimpuestos y como anarcocapitalista, aunque ahora como presidente parece haberle tomado el gusto al Estado como motor de su propia batalla cultural. Trump es pro ruso; Milei es pro Ucrania.

Y sin embargo hay un anclaje de hierro que los une: ambos odian al progresismo y todo lo que huela a woke: el feminismo, la ideología de género, el correctismo político, la agenda climática, la ecología, la equidad y todos los tópicos que plantea la aborrecida, en términos de Milei, agenda global 2030. El resentimiento a las élites -o al sistema de representación- es el marcador común de estas nuevas derechas. O de la derecha alternativa, como también se la llama: el territorio que el martes consolidó Trump.

Las preguntas y, mucho más aún, las probables respuestas a esta cultura emergente le abren la puerta a un fenómeno tan novedoso como apasionante. Incluso, inquietante. Hablamos de la configuración de una nueva derecha, en tensión con la derecha clásica, que a diferencia de la tradicional va en contra del orden establecido y de todo mecanismo de intermediación. Una derecha rebelde, como antes lo era la izquierda.

¿Hay una inversión de roles? Así parece. Es que, históricamente, la que cuestionaba al sistema y a las élites mundiales siempre era la izquierda. Para Trump y Milei -y ahí hay un fuerte punto de acuerdo entre ambos-, el mundo occidental, tal como lo conocemos, está asumiendo posiciones “socialistas”.

Posiciones “políticamente correctas”; de hecho, los exponentes de la derecha rebelde denuncian una “dictadura del correctismo político” y, resentidos con las élites políticamente correctas, denuncian la hipocresía que se esconde detrás de esas formas, según ellos, ficcionales.

El analista Lucas Romero, director de la consultora Synopsis, acostumbrado a tomarle el pulso a una sociedad que va mutando, está convencido de que hay una revalorización de lo auténtico, por eso lo políticamente incorrecto, aunque sea grosero, es visto como una fuente de legitimación.

“Lo políticamente correcto representa al ciudadano común. Nosotros, en nuestra vida privada, somos incorrectos”, analiza.

La idea conecta con la mirada de Natalio Botana, cuando explica que, en la era de las redes sociales, cada ciudadano asume su propia representación. Es decir, hay en marcha un mecanismo de desintermediación y de impugnación de las élites, que incluye a la política tradicional, los medios tradicionales de comunicación, organismos internacionales como la ONU, el FBI (en el caso de Trump), la CIA, el FMI (en el caso de Milei), la Unión Europea y una larga lista del mundo del siglo XX.

El razonamiento de la derecha alternativa, apoyada por el ciudadano de a pie, sería algo así: las redes hicieron más transparentes la oscuridad de las élites. Se ven más claramente los hilos de sus negocios espurios, su corrupción, sus “curros”, como diría Milei.

Un ejemplo: el oportunista “tajaí” de Sergio Massa, que lo puso en ridículo en la campaña de 2015, destapó la hipocresía de un político – ¿o de todos? – que es capaz de fingir tonalidades diferentes, de acuerdo a un falso guión, para cualquier electorado. La viralización de ese teatro habría sido imposible sin redes sociales o teléfonos inteligentes. Cualquier integrante de las élites tradicionales están a tiro de un tuit o del carpetazo de un troll de 20 años.

¿A que llamamos élite? Políticos tradicionales, universidades, organismos internacionales, periodistas, profesores, intelectuales. A la filosofía de Elon Musk, nombrado el martes en el discurso triunfal de Trump, le gustaría que la sociedad global pudiera gestionarse de un modo descentralizado. Silicon Valley, en sintonía con la derecha rebelde, razona así.

Otro punto fuerte en común entre el fortalecido mundo de Trump y el de Milei es el sentimiento anti establishment, anti casta, conceptos a los que se acercó prematuramente el historiador y periodista Pablo Stefanoni cuando escribió, en 2021 (cuando Milei ni siquiera era político) el ensayo ¿La rebeldía se volvió de derecha?

Stefanoni acuña una tesis novedosa en su investigación. Para las derechas alternativas, las élites se han vuelto de izquierda y la derecha es, ahora, la encargada de expresar al ciudadano común. En la Argentina, el rechazo hacia el garantismo judicial, asumido por Milei, es un buen ejemplo de ese maridaje. O cuando Milei sugiere que no se mete con la diversidad sexual, pero que, sin embargo, rechaza el “lobby” de la comunidad LGTB. ¿Y qué sería el “lobby” si no una política pública para potenciar los derechos de esa comunidad?

En este nuevo universo, Lucas Romero sostiene una tesis inquietante, volviendo a la idea de la destrucción de los clásicos mecanismos de intermediación propios del siglo XX: el gobierno tiene una estrategia deliberada, no solo de fracturar el frente político, sino también de partir y deslegitimar el universo de los medios tradicionales de comunicación, de ahí la saña del propio Milei y los autodenominados “gordos” tuiteros” con los diarios y canales importantes de cable o aire. Y los dardos contra sus principales periodistas.

“Milei no se la agarra con (Roberto) Navarro o con los periodistas kirchneristas sino con medios o periodistas que le hablan a su electorado. El objetivo es que esos medios, que consumen los “propios”, no lo critiquen. Por eso necesita quitarles legitimidad a sus emisores; que la gente pierda confianza en ellos. Mostrarlos como mentirosos, malintencionados, ensobrados”.

Cerca de Milei admiten que quebrar el bloque percibido como propio -subrayamos aquí la palabra “percibido”- apunta a desgastar a medios y periodistas y deslegitimar sus eventuales críticas. Una visión pergeñada por Santiago Caputo.

El mundo volvió a girar con el triunfo de Trump y ahora la derecha rebelde se instala en el centro del poder. La moneda, como siempre en una historia abierta, está en el aire.

Por Laura Di Marco

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Cartografía del nuevo poder: nace La Cámpora de derecha

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Tal como sucedía en La Cámpora de Cristina –los pibes para la “liberación”–, la escudería digital del Presidente cobija a los que creen y a los que cobran. Los últimos se autorrotulan –y los rotulan sus “enemigos” internos– como “Gordos Tuiteros”; los primeros son los liberales sin cargo, influencers que dan la batalla cultural por las “ideas correctas”. También, como en la marca original de la escudería joven kirchnerista, hay una tribu que mezcla a ambos: a los que cobran y a los que creen. Ahí se ubican algunos integrantes de “Los Herederos de Alberdi”. E, incluso, hay un cuarto grupo: las viudas de Javier Milei o los “neoliberales”, liberales ligados a la política tradicional de derecha, algunos provenientes de Pro, hoy expulsados del paraíso del poder real, pero dentro del ecosistema libertario.

Todo el ecosistema digital de Milei, los que cobran y los que creen, tienen menos de 40 años. Son creadores de canales de YouTube; de exitosos streamings donde se debaten los distintos matices de las ideas libertarias, manejan cuentas de X que mueven millones porque las monetizan.

Son protagonistas de una subcultura que corre completamente por fuera de la política tradicional y de los medios tradicionales que construyó, como toda subcultura, un lenguaje propio. Nuevas canciones, como diría Kicillof. Son palabras acuñadas al calor de las redes. Algunos ejemplos: “doxear” significa revelar la verdadera identidad de un influencer o la difusión de un documento que puede dañarlo (como un contrato en el “maldito” Estado); “termo” se banca todo lo que diga Milei. Permanecer “tácito”, es decir, escondido bajo un seudónimo. “Incel” es un término que merece un párrafo aparte.

“Incel” es un acrónimo de “célibe involuntario” o involuntary celibate, en inglés. Empezó a usarse en las redes, pero se extendió a la vida: forma parte del lenguaje joven de la derecha alternativa. En su forma más básica, el concepto describe a alguien –generalmente a un hombre– que se siente despreciado por mujeres por múltiples causas, entre ellas la ideología. Entre los jóvenes, reconocerse de derecha –incluida la aversión al feminismo– sigue siendo una mancha venenosa.

Pero la guerra ideológica estalló esta semana en la escudería digital de los jóvenes de Milei.

X fue escenario de una auténtica guerra de guerrillas entre dos tribus bien definidas. Podríamos decir que entre dos ideologías de los sub-40 que siguen a Milei: los voraces por los cargos, una suerte de nueva Cámpora de la derecha que se está gestando en el seno de la Casa Rosada, de la mano de Agustín Romo, versus los “bienintencionados”. Liberales sin Estado en sangre.

Los últimos vienen exponiendo en las redes los contratos y cargos en el Estado de los “Gordos Tuiteros”, cuyos exponentes centrales son Juan Doe –su nombre real es Juan Pablo Carreiro– y El Gordon Dan. Daniel Parisini (Gordo Dan) es el conductor de La Misa de Dan, en el canal del streaming libertario Carajo.

Con bajada de línea de la Casa Rosada, hay streamings que devinieron en una suerte de 6,7,8 en formato digital. Los “puros”, incluso, acusan a los “infectados” por el “maldito” Estado, de que estas plataformas recibirían dinero del Estado. Rencillas del mundo Peluca. Critican, por caso, que diputados liberales como Agustín Romo tengan familiares nombrados en Trenes Argentinos.

En esta semana negra para los “Gordos Tuiteros”, Augusto Grinner, de la escudería neoliberal junto con Álvaro Zicarelli (Zicarelli fue asesor en política exterior de Milei, en sus orígenes) reveló en X, desde su cuenta @DePeroncho, los supuestos nexos entre el Estado y Carajo: Iván Gómez, editor del exitoso streaming es, a la vez, coordinador de gestión de comunicación digital de la Casa Rosada. ¿No era que a Télam había que cerrarla porque funcionaba como una usina de propaganda oficialista? Las contradicciones de Santiago Caputo.

Durante la campaña 2023, en una de esas rencillas entre tribus libertarias, Carreiro le hizo una seria promesa a uno de sus interlocutores: “Antes de ser empleado público me corto la yugular. Todo empleado público es un ladrón”, exageró. El 4 de junio de este año fue designado director de Comunicación Digital. El martes, su salario –expuesto por los “puros”– fue tendencia.

Alejandro Alfie, periodista de Clarín especializado en medios, escribió en su cuenta: “Veo que el joven tuitero Juan Doe es tendencia. Algunos comparan su salario como funcionario con el de docentes y personal no docente de las universidades públicas. ¿Será porque Juan Carreira, director de Comunicación Digital del gobierno de Milei, cobra $3.424.640 por mes?”

El Gordo Dan no la pasó mejor. Esta semana también se blanqueó que su pareja, María Belén Casas, fue designada jefa de Gabinete en la Subsecretaría de Política Universitaria. Cobrará un sueldo de más de dos millones de pesos. La guerra entre los “liberales” vs. los “cabeza de termo” (así se llaman ellos) está desatada. Termo alude a obediencia ciega, tan propio de La Cámpora original. Hoy es patrimonio de “Los Gordos”.

En los albores del siglo XXI Herrero Liberal, cuyo nombre verdadero es Matías Bernal, se hizo kirchnerista, como tantos jóvenes de su generación que hoy rondan los 40. Era un pibito, dice él. ¿Qué lo fue alejando de aquel mundo para cruzar, de lleno, al charco libertario? El doblevarismo, el feminismo, la ideología de género. Bernal se reconoce, además, como cristiano. En la campaña de 2023, Matías, que es realmente herrero de profesión y vive en Lomas de Zamora, grabó un video en defensa de Milei que tuiteó el propio líder libertario y se terminó viralizando. La novedad era que un trabajador del conurbano explicaba su voto a Milei.

Un par de meses más tarde se convertía en el primer youtuber en entrevistar a la inasible ministra Sandra Pettovello, a quien contactó por Instagram. Hoy es uno de los dueños del exitoso streaming Anima Digital e integrante del programa de debate crítico Táctica liberal, junto con Cristopher Marchesini y Lucas Apollonio. A su vez, Cristopher y Lucas manejan dos medios digitales, Mate con Mote (con un millón y medio de seguidores) y En el Ojo del Poder, respectivamente. Un mundo completamente nuevo.

“No me gustaría saber que algunos de mis compañeros no están acá solo por la batalla cultural; por las ideas correctas –dice Herrero Libertal–. Enterarme de que algunos están por los cargos, como una Cámpora de la derecha, me dolería mucho. El solo hecho de que un influencer reciba dinero del Estado lo convierte automáticamente en lo que vino a combatir”, destaca Bernal, hoy integrante de la escudería de Pettovello.

Otro de los bienintencionados, en cruzada contra los “Gordos”, acerca: “Si no ves el cambio de paradigma y lo ponés a tu favor, vas mal”. La autodenominación de “Gordo tuitero” viene del propio grupo, que siempre se jactó de que “seis gordos ‘boludeando’ en las redes pusieron a un presidente”.

El choque de las ideas, pensadas desde el llano, con el poder real parece producir una extraña alquimia en algunos cerebros. El famoso teorema de Baglini se eleva aquí a la categoría de verdad científica: se puede reproducir en cualquier escenario y bajo cualquier ideología. El consumo de poder, la secretaria, los choferes, el dinero, tienen alta capacidad de penetración en los egos. Lo de izquierda o derecha se siente, apenas, como un detalle.

Laura Di Marco

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La voz de Fabiola, una bomba neutrónica sobre el pseudoprogresismo K

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Laura Di Marco

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La voz de Fabiola ha terminado de dinamitar lo que quedaba del pseudoprogresismo K. Si cuando estaba peleado con Cristina Kirchner Alberto prometió acabar con el kirchnerismo, su promesa parece haberse materializado con creces en los últimos días. Tal vez deberíamos haberlo captado de un modo literal. El testimonio de Fabiola sobre la violencia de género que padeció mientras fue primera dama –violencia que su exmarido jamás desmiente en los chats que se filtraron– tuvo el efecto de una bomba neutrónica sobre la bandera feminista, que, aunque tiene más de cien años de historia en la Argentina, en los últimos años había sido apropiada por Cristina y sus seguidores.

¿Alguna fuerza política recogerá esa bandera, en lugar de aguijonearla como hacen los libertarios? ¿Los radicales, el centro político? Parece un buen momento para poner las cosas en su lugar y reapropiarse de la defensa de los derechos de las mujeres –una defensa poco creíble hoy en manos del peronismo– y en sintonía con el clima de época del mundo occidental.

La voz de Fabiola –que nadie conocía hasta el momento– dejó mudos y confundidos a los protagonistas de la constelación K. Los dejó mareados, peleados, contradictorios, shockeados. Dijeron barbaridades, luego se desdijeron. Los operadores más avezados, viejos lobos de mar, aprovecharon el affaire para armar dudosas teorías conspirativas que no llegan a tapar el sol con la mano. Fabiola habría llegado a declarar que Fernández le pegaba cachetazos a diario delante de su hijo de dos años y que le habría dado una patada en la panza, mientras estaba embarazada. Ayer, ante el juez Ercolini, explicó que había empezado a consumir alcohol después de un aborto que el propio Fernández le había obligado a practicar.

No solo el peronismo quedó mudo. También las exparejas de Alberto Fernández. Ni Marcela Luchetti, madre de su hijo Tani, ni Vilma Ibarra salieron a defenderlo públicamente frente a acusaciones tan graves. Al menos, no hasta ahora.

La socióloga Dora Barrancos, de 83 años, leyenda viviente del feminismo en la Argentina y exdirectora del Conicet, quedó envuelta en una guerra de guerrilla en las redes. Según el portal de Horacio Verbitsky, El Cohete a la Luna, en un chat con científicos, Barrancos –una vaca sagrada de la academia– habría escrito: “Estoy en condiciones de asegurar fehacientemente que nunca A.F. agredió físicamente a Fabiola. Ella arrastra una compleja situación psíquica, a lo que se unió su adicción alcohólica”.

LA NACION le consultó a Barrancos si esas afirmaciones eran reales, pero ella no respondió. La autora de numerosos libros sobre feminismo y, referente indiscutida (hasta ahora) en el área no solo le dio cursos sobre políticas de género y diversidad al propio presidente Fernández sino que también dictó clases de feminismo para la policía y las Fuerzas Armadas. Barrancos ha sido una suerte de emblema que el kirchnerismo exhibió en viajes y eventos como un símbolo intelectual de las nuevas generaciones de derechos.

Atendiendo a este rol, Fernández se comunicó con su antigua maestra para explicarle “su” verdad, tal como lo había hecho con los más íntimos. Por ejemplo, con Luis D’Elía. En ese diálogo, Barrancos le habría dicho:

“No tenés que explicarme nada. Mi esposo atendió a Fabiola y yo conozco toda la verdad”.

D’Elía no estuvo tan empático: le aconsejó a Fernández que se pegara un tiro en la cabeza (y luego fue denunciado por instigación al suicidio). El esposo de Barrancos es el médico acupuntor Eduardo Moon, quien sería testigo en la batalla legal contra Fabiola. The Crown es La Cenicienta al lado de la novela del peronismo.

Las preguntas que se abren para Barrancos y algunos voceros kirchneristas que le echan la culpa a la víctima son muy concretas.

Siguiendo el razonamiento de la socióloga: ¿la supuesta “compleja situación psíquica” de Fabiola la hace merecedora de golpes o, más bien, de un tratamiento? ¿Y qué hay del resto de las mujeres que Fernández grababa, como trofeos, en su despacho? ¿También ellas padecían de una “compleja situación psíquica”?

Yañez aseguró, en la entrevista con Infobae, que las mujeres con las que su marido habría tenido affaires –y fotografiaba desnudas, según su testimonio– le enviaban a su propio teléfono imágenes de esos encuentros, tal vez en un amago de sororidad. ¿O de perversidad?

Otra que no tuvo ni una pizca de sororidad fue la periodista militante Julia Mengolini, cuando no titubeó en ningunear la voz de Fabiola –dijo que “vale poco”–, a contrapelo del mantra feminista “yo te creo”. Mengolini y el inefable grouchomarxismo K.

¿Para qué grababa Fernández a las mujeres con las que supuestamente estaba? ¿Qué pasa por la cabeza de un hombre que le da a su mujer –y a su pequeño hijo para que juegue– un celular con videos eróticos o en obvias situaciones de coqueteo?

El psiquiatra Enrique de Rosa Alabaster, director de la Asociación Argentina de Victimología, asocia las filmaciones con episodios fetichistas, donde las mujeres ocupan el lugar de trofeos de guerra. “Muy típico y común del macho alfa”. Una satisfacción autoerótica, cuya narrativa es: “yo pude estar con Fulana y la hice hacer esto”. Son relaciones de sometimiento, aunque las grabaciones hayan sido voluntarias. Al menos en la filmación que se viralizó con una periodista en la Casa Rosada, él parece estar tomándole examen.

¿Por qué Alberto Fernández dice “no recordar” el diálogo por chat con Fabiola de agosto de 2021 –el período en el que se conoció la foto de Olivos– cuando ella le reprocha por los golpes recibidos durante tres días seguidos? Es más, ¿por qué desaparecieron esos chats del celular incautado al expresidente?

Muchas preguntas para los intelectuales del kirchnerismo, que dejan en claro que una gran formación intelectual no necesariamente otorga sentido común ni discernimiento. Que Barrancos sea defensora del feminismo es una suerte. No podemos ni imaginar qué habría dicho si abonara en las filas del machismo.

¿Estuvo extorsionando Fabiola a Alberto Fernández? Eso no se puede descartar. Ser víctima en cualquier situación, incluso en asuntos de violencia de género, no vuelve heroína a nadie. Creer en un mundo de buenos y malos es entrar en la lógica infantil de los cuentos de hadas.

Quizá sin saberlo, Alberto Fernández eligió la misma estrategia que los defensores de Carlos Monzón hace 36 años, cuando aún ni se hablaba de violencia de género. La serie de Netflix sobre la vida del boxeador muestra cómo su equipo de abogados elige deliberadamente a una mujer como defensora de un femicidio con la idea de generar empatía frente a la platea femenina. Fernández designó a Silvina Carreira guiado por esa idea. “Si puede dar una nota televisiva, no la revictimiza tanto la situación”, arrancó Carreira. La empatía te la debo.

La que no tuvo piedad con su fallida criatura fue Cristina Kirchner. Ella sí que le creyó a Fabiola. Aunque le es imposible despegarse del presidente que ella misma inventó, nunca dudó de los golpes ni de la veracidad de las fotos que “delatan los aspectos más sórdidos y oscuros de la condición humana”. Cristina siempre lo supo.

¿Y qué puede pasar ahora con el peronismo, luego de la implosión de la encarnación K? Para el historiador Loris Zanatta, una vuelta al conservadorismo y a la raíz nacional católica del peronismo clásico.

Cristina lo diría de un modo más coloquial: más perdidos que turco en la neblina. Aunque ahora la frase, dirigida inicialmente hacia los Milei boys, aplica perfectamente a ella y los suyos. Nunca escupas hacia el cielo.ß

Laura Di Marco

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