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Los casos Brieger, Rakauskas y Alice Munro: la lenta agonía del “no te metás”

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Alice Munro, rozada por una denuncia que conmueve al mundo literario
Alice Munro, rozada por una denuncia que conmueve al mundo literario.

Un atardecer del 21 de abril de 2003, la adolescente Lucila Yaconis, hija de Isabel –una de las Madre del Dolor– moría asesinada intentando evitar un ataque sexual. Sucedió en un cruce de las vías del ferrocarril Mitre. Más de veinte años después, el crimen aún sigue impune. Pero tal vez lo más espeluznante de aquel asesinato es que dos personas podrían haberlo evitado, aunque eligieron no meterse en lo que consideraron un “tema personal”.

Uno de los que podrían haberle salvado la vida a Lucila era un técnico de ascensores, cuya oficina quedaba justo sobre el terraplén del ferrocarril. El hombre escuchó los gritos de una chica en la oscuridad y, al salir, vio una pareja que se revolcaba sobre la tierra, como si estuvieran peleando: eran Lucila y su agresor. “¿Qué pasa, che, qué son esos gritos?”, preguntó. “Tranquilo, jefe, no pasa nada Estoy con mi novia”, le contestó el asesino. La contraseña cultural tranquilizó al técnico, que siguió con su trabajo.

El mantra del “no te metás” (hablamos del “no te metás” para denunciar o impedir un delito) es una de las marcas culturales identitarias del argento: recordemos que el “argento” es la versión degradada o menos evolucionada del argentino.

¿Y cuál sería la novedad, entonces? Que esa creencia con la que fuimos socializados parece estar en retirada, en sintonía con un clima cultural global de destapar lo silenciado. El “no te metás” alcanzó su pico más corrosivo durante la dictadura, cuando muchos eligieron mirar para el costado cuando el terrorismo de Estado secuestraba ciudadanos argentinos, por fuera de todo marco legal.

La avalancha de denuncias públicas de acoso, encubrimiento, violaciones o abuso sexual contra políticos intocables o escritores y académicos famosos, blindados por su prestigio, son indicadores de que la opaca creencia del “no te metás” empieza a entrar en crisis.

¿Serán las nuevas generaciones, que parecen más sanas y transparentes? ¿Serán las redes sociales, que multiplican al infinito lo silenciado? ¿Será el principio de revelación del que habla Milei? ¿Será el efecto pandemia? Lo cierto es que ahora descubrimos que se puede ser venerado por las elites y también abusador. O supuesto acosador, como el caso de Pedro Brieger, denunciado por 19 mujeres y expuesto por una presentación colectiva de Periodistas Argentinas.

Fue un hombre valiente, el periodista Alejandro Alfie, el que decidió meterse y darle crédito a la denuncia de una de sus víctimas, a pesar de las amenazas de juicio por parte de Brieger. Decidió seguir adelante y publicar su denuncia en X. Un signo de los nuevos tiempos. A partir de la determinación de Alfie, muchas otras víctimas perdieron el miedo y se animaron también a hablar. Eso sí: gran parte del mundillo académico y mediático conocía las conductas inapropiadas que habría tenido Brieger con mujeres, durante al menos treinta años. Pero nadie habló. Un sonoro silencio que dice mucho.

Días atrás la Justicia confirmó el procesamiento del intendente de La Matanza, Fernando Espinoza, acusado de abusar sexualmente de su exsecretaria, Melody Rakauskas. “No me mataron de casualidad”, revela hoy la presunta víctima del poderoso barón del conurbano. Y sigue: “Todavía me pregunto cómo sigo viva, me costó mucho llegar a este punto. Esto no se remonta solo al día del abuso, hay agravantes, a mí me atacaron en más de una oportunidad, he llegado a estar en terapia intensiva, me han perseguido fuerzas de seguridad y me han chocado el auto, me pasaron un montón de cosas”. Tuvo que venir un cambio de gobierno para que Melody pudiera ser escuchada finalmente por la Justicia, a menudo dependiente de las señales del poder político.

Rakauskas vivió años prácticamente recluida. Nadie le creía. Espinoza fue políticamente blindado y protegido por el peronismo y su encarnación K. Pasa en las mejores familias, como en la de la premio Nobel de Literatura, Alice Munro. Salvando las distancias, claro.

La fuerte revelación de una de las hijas de la prestigiosa escritora, Andrea Robin Skinner, generó un cataclismo cultural en Canadá. El último domingo, en una columna publicada en el diario canadiense Toronto Star, denunció que había sido abusada por el segundo marido de Munro, Gerald Fremlin, desde que tenía apenas nueve años hasta su adolescencia. Y dijo más: que su madre, conociendo la situación, simplemente le dijo: “Hablaste demasiado tarde”. Peor aún: Munro eligió proteger al abusador hasta su muerte, en contra de su propia hija.

Para quienes supongan que se trata de casos aislados, les digo que no: la Justicia criolla acumula muchas denuncias de madres que, primero acuden a los tribunales para denunciar al padrastro o, incluso, al padre biológico abusador, pero que luego se retractan. Retiran la denuncia inicial para, como Munro, proteger a su pareja.

El caso de Andrea Robin Skinner, que solo pudo denunciar públicamente diez años más tarde de la muerte de su madre, recuerda las revelaciones de la hija adoptada de Woody Allen, Dylan Farrow, cuando escribió una extensa columna en The New York Times revelando que había sido abusada sexualmente por el cineasta cuando tenía 7 años, en el ático de la casa que compartían con Mia Farrow. Allen nunca fue arrestado, pero el relato de Dylan arruinó gran parte de su prestigio.

El 2021, la escritora y editora Vanessa Springora, con su libro El consentimiento, generó otro cataclismo cultural, esta vez en Francia. Con apenas trece años y una situación de vulnerabilidad familiar, Springora había conocido al escritor Gabriel Matzneff, una celebridad de la época. Treinta y seis años mayor que ella. Ambos empiezan una “relación”. Matzneff formaba parte de la élite cultural francesa y sus aventuras con menores de 16 años eran festejadas en los programas de televisión. Hoy padece una condena social y sus libros fueron retirados de la venta.

Aún hoy, en algunos círculos, se considera “temas personales” lo que definitivamente son temas políticos porque atañen a las relaciones de poder entre las personas: es obvio que cuando, dentro de una empresa, familia o sociedad, alguien tiene una posición de superioridad –porque es una “vaca sagrada” venerada, por ejemplo, como sucedió con la reciente denuncia contra la escritora Alice Munro, que protegió a su marido abusador– hay una obvia disparidad de poder que mete miedo a la víctima. Y la paraliza en su denuncia.

Vayamos a un tema “menor”: el bullying hacia un empleado, que se toma de punto, por parte de un jefe o una jefa: El acoso moral en el trabajo es un extraordinario ensayo de la psiquiatra Marie-France Hirigoyen, que expone esta dinámica de silencio o de indiferencia de los compañeros de la víctima acosada. No se meten, aunque presencian el daño. Callan por miedo a ser ellos los acosados o los echados. O, peor aún: se alían con el depredador.

La Argentina parece moverse hacia un momento de mayor verdad, en sintonía con el mundo occidental. Lo que antes era mudo hoy tiene palabras. Lo que hace veinte o treinta años era naturalizado hoy podría ser un delito. O una atrocidad. Las nuevas generaciones ya no lo toleran, como no toleran los privilegios de la casta. Cualquier casta. Tarde o temprano, la taba se da vuelta. Y, sí, hay mucha gente nerviosa.

Laura Di Marco

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La voz de Fabiola, una bomba neutrónica sobre el pseudoprogresismo K

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Laura Di Marco

PARA LA NACION

La voz de Fabiola ha terminado de dinamitar lo que quedaba del pseudoprogresismo K. Si cuando estaba peleado con Cristina Kirchner Alberto prometió acabar con el kirchnerismo, su promesa parece haberse materializado con creces en los últimos días. Tal vez deberíamos haberlo captado de un modo literal. El testimonio de Fabiola sobre la violencia de género que padeció mientras fue primera dama –violencia que su exmarido jamás desmiente en los chats que se filtraron– tuvo el efecto de una bomba neutrónica sobre la bandera feminista, que, aunque tiene más de cien años de historia en la Argentina, en los últimos años había sido apropiada por Cristina y sus seguidores.

¿Alguna fuerza política recogerá esa bandera, en lugar de aguijonearla como hacen los libertarios? ¿Los radicales, el centro político? Parece un buen momento para poner las cosas en su lugar y reapropiarse de la defensa de los derechos de las mujeres –una defensa poco creíble hoy en manos del peronismo– y en sintonía con el clima de época del mundo occidental.

La voz de Fabiola –que nadie conocía hasta el momento– dejó mudos y confundidos a los protagonistas de la constelación K. Los dejó mareados, peleados, contradictorios, shockeados. Dijeron barbaridades, luego se desdijeron. Los operadores más avezados, viejos lobos de mar, aprovecharon el affaire para armar dudosas teorías conspirativas que no llegan a tapar el sol con la mano. Fabiola habría llegado a declarar que Fernández le pegaba cachetazos a diario delante de su hijo de dos años y que le habría dado una patada en la panza, mientras estaba embarazada. Ayer, ante el juez Ercolini, explicó que había empezado a consumir alcohol después de un aborto que el propio Fernández le había obligado a practicar.

No solo el peronismo quedó mudo. También las exparejas de Alberto Fernández. Ni Marcela Luchetti, madre de su hijo Tani, ni Vilma Ibarra salieron a defenderlo públicamente frente a acusaciones tan graves. Al menos, no hasta ahora.

La socióloga Dora Barrancos, de 83 años, leyenda viviente del feminismo en la Argentina y exdirectora del Conicet, quedó envuelta en una guerra de guerrilla en las redes. Según el portal de Horacio Verbitsky, El Cohete a la Luna, en un chat con científicos, Barrancos –una vaca sagrada de la academia– habría escrito: “Estoy en condiciones de asegurar fehacientemente que nunca A.F. agredió físicamente a Fabiola. Ella arrastra una compleja situación psíquica, a lo que se unió su adicción alcohólica”.

LA NACION le consultó a Barrancos si esas afirmaciones eran reales, pero ella no respondió. La autora de numerosos libros sobre feminismo y, referente indiscutida (hasta ahora) en el área no solo le dio cursos sobre políticas de género y diversidad al propio presidente Fernández sino que también dictó clases de feminismo para la policía y las Fuerzas Armadas. Barrancos ha sido una suerte de emblema que el kirchnerismo exhibió en viajes y eventos como un símbolo intelectual de las nuevas generaciones de derechos.

Atendiendo a este rol, Fernández se comunicó con su antigua maestra para explicarle “su” verdad, tal como lo había hecho con los más íntimos. Por ejemplo, con Luis D’Elía. En ese diálogo, Barrancos le habría dicho:

“No tenés que explicarme nada. Mi esposo atendió a Fabiola y yo conozco toda la verdad”.

D’Elía no estuvo tan empático: le aconsejó a Fernández que se pegara un tiro en la cabeza (y luego fue denunciado por instigación al suicidio). El esposo de Barrancos es el médico acupuntor Eduardo Moon, quien sería testigo en la batalla legal contra Fabiola. The Crown es La Cenicienta al lado de la novela del peronismo.

Las preguntas que se abren para Barrancos y algunos voceros kirchneristas que le echan la culpa a la víctima son muy concretas.

Siguiendo el razonamiento de la socióloga: ¿la supuesta “compleja situación psíquica” de Fabiola la hace merecedora de golpes o, más bien, de un tratamiento? ¿Y qué hay del resto de las mujeres que Fernández grababa, como trofeos, en su despacho? ¿También ellas padecían de una “compleja situación psíquica”?

Yañez aseguró, en la entrevista con Infobae, que las mujeres con las que su marido habría tenido affaires –y fotografiaba desnudas, según su testimonio– le enviaban a su propio teléfono imágenes de esos encuentros, tal vez en un amago de sororidad. ¿O de perversidad?

Otra que no tuvo ni una pizca de sororidad fue la periodista militante Julia Mengolini, cuando no titubeó en ningunear la voz de Fabiola –dijo que “vale poco”–, a contrapelo del mantra feminista “yo te creo”. Mengolini y el inefable grouchomarxismo K.

¿Para qué grababa Fernández a las mujeres con las que supuestamente estaba? ¿Qué pasa por la cabeza de un hombre que le da a su mujer –y a su pequeño hijo para que juegue– un celular con videos eróticos o en obvias situaciones de coqueteo?

El psiquiatra Enrique de Rosa Alabaster, director de la Asociación Argentina de Victimología, asocia las filmaciones con episodios fetichistas, donde las mujeres ocupan el lugar de trofeos de guerra. “Muy típico y común del macho alfa”. Una satisfacción autoerótica, cuya narrativa es: “yo pude estar con Fulana y la hice hacer esto”. Son relaciones de sometimiento, aunque las grabaciones hayan sido voluntarias. Al menos en la filmación que se viralizó con una periodista en la Casa Rosada, él parece estar tomándole examen.

¿Por qué Alberto Fernández dice “no recordar” el diálogo por chat con Fabiola de agosto de 2021 –el período en el que se conoció la foto de Olivos– cuando ella le reprocha por los golpes recibidos durante tres días seguidos? Es más, ¿por qué desaparecieron esos chats del celular incautado al expresidente?

Muchas preguntas para los intelectuales del kirchnerismo, que dejan en claro que una gran formación intelectual no necesariamente otorga sentido común ni discernimiento. Que Barrancos sea defensora del feminismo es una suerte. No podemos ni imaginar qué habría dicho si abonara en las filas del machismo.

¿Estuvo extorsionando Fabiola a Alberto Fernández? Eso no se puede descartar. Ser víctima en cualquier situación, incluso en asuntos de violencia de género, no vuelve heroína a nadie. Creer en un mundo de buenos y malos es entrar en la lógica infantil de los cuentos de hadas.

Quizá sin saberlo, Alberto Fernández eligió la misma estrategia que los defensores de Carlos Monzón hace 36 años, cuando aún ni se hablaba de violencia de género. La serie de Netflix sobre la vida del boxeador muestra cómo su equipo de abogados elige deliberadamente a una mujer como defensora de un femicidio con la idea de generar empatía frente a la platea femenina. Fernández designó a Silvina Carreira guiado por esa idea. “Si puede dar una nota televisiva, no la revictimiza tanto la situación”, arrancó Carreira. La empatía te la debo.

La que no tuvo piedad con su fallida criatura fue Cristina Kirchner. Ella sí que le creyó a Fabiola. Aunque le es imposible despegarse del presidente que ella misma inventó, nunca dudó de los golpes ni de la veracidad de las fotos que “delatan los aspectos más sórdidos y oscuros de la condición humana”. Cristina siempre lo supo.

¿Y qué puede pasar ahora con el peronismo, luego de la implosión de la encarnación K? Para el historiador Loris Zanatta, una vuelta al conservadorismo y a la raíz nacional católica del peronismo clásico.

Cristina lo diría de un modo más coloquial: más perdidos que turco en la neblina. Aunque ahora la frase, dirigida inicialmente hacia los Milei boys, aplica perfectamente a ella y los suyos. Nunca escupas hacia el cielo.ß

Laura Di Marco

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Karina, Victoria y la Selección. Populismo periodístico

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El problema del populismo es que es contagioso. Impregna a sectores de la oposición, del periodismo y de nuestra vida cotidiana porque no se trata solo de un sistema político sino, también, de una forma de socialización. Todos hemos sido socializados bajo ese mantra y su sistema de creencias. Como diría el italiano Loris Zanatta: la cultura populista que nos coloniza desde hace casi 80 años o más –depende desde dónde se arranque a contar– forma parte de la biografía de la nación y salpica para todos lados.

El nacionalismo berreta, de bajas calorías, es un insumo básico de la cultura populista y el fútbol su vehículo estrella. Intocable, además, en un país que es potencia futbolera y que exporta sus talentos al mundo. Para un país roto en su autoestima, la selección argentina es uno de los pocos motivos de orgullo para exhibir ante el mundo. Sus triunfos son reparatorios y compensatorios para tantas frustraciones económicas. Por eso, la fibra que toca es delicada, irracional. Casi religiosa.

Fue precisamente esa fibra la que manipularon con éxito los militares y, luego, el kirchnerismo, que elevó prácticamente a santo la polémica figura de Maradona. Ahora le toca el turno al mileísmo. Tanto, que llegó a echar a un funcionario por condenar la discriminación contenida en un canto homofóbico, racista y xenófobo. Un amplio sector del periodismo criticó a Julio Garro, el funcionario echado e, incluso, a la vicepresidenta Victoria Villarruel, que llegó a festejar los estribillos emitidos por Enzo Fernández con un tuit en el que, de paso, agredió gratuitamente a Francia. “Yo te banco, Enzo”, escribió. Lo paradójico es que el propio Enzo ya se había disculpado.

Sin embargo, muy pocos periodistas se atrevieron a criticar el contenido del mensaje y, muchos menos, a sus emisores: nuestros jugadores. Un sector más ínfimo aún se permitió avalar un pedido de disculpas de Messi, como líder de la selección –Dios no lo permita, como dirían las abuelas– o, quizá más pertinente, un comunicado de disculpas de la AFA. Al margen, la que sí podría pronunciarse críticamente sobre el contenido del “canto de cancha”, como minimizó Villarruel, es la FIFA.

¿Y por qué parte del periodismo fue tan indulgente con nuestra selección? Por pánico a la reacción de sus audiencias; por temor a navegar a contracorriente. Populismo periodístico, digámoslo así. El sesgo de confirmación mete miedo a criticar cualquier cosa que tu público ame. Nadie está exento.

De ese 57% de apoyo popular que tiene el Presidente, según las encuestas, la mayoría celebró gustosa el tuit populista de la vicepresidenta y reprobó fuerte el pedido de disculpas de Karina Milei, cuando el último jueves tuvo que acudir de urgencia al palacio Ortiz Basualdo a explicarle al embajador Romain Nadal que lo de Villarruel había sido una “iniciativa personal”. Una movida lógica: sin disculpas oficiales, el viaje de Milei a Francia para la inauguración de los Juegos Olímpicos corría peligro.

El último martes, una cordial reunión en la embajada de Francia entre el ministro Luis Caputo y empresarios de ese país pareció empezar a sanar la herida abierta por Victoria. Nota al pie: el círculo rojo quedó horrorizado con el mensaje violento de la vice, que pareció por un momento más movida por su base de votantes que por su evidente proyecto de poder a largo plazo. “Nos parecía que los imprevisibles eran los Milei, pero esta vez quedaron invertidos los roles”, comentó, sorprendido, un hombre de negocios que participó de la reunión con Caputo.

Pero lo interesante fueron las excusas para justificar lo injustificable. Una: es solo un canto de cancha. ¿Puede separarse la cancha de la vida? Los cantos de cancha son los que aprenden los chicos, cuyos padres luego se quejan o, peor aún, son víctimas de la violencia en las escuelas. Dos: no nos van a imponer criterios racistas europeos. Nosotros no somos racistas. Falso. Un reciente estudio de la UBA reveló que uno de los grupos que reciben los mayores niveles de prejuicio son los inmigrantes latinoamericanos, que viven en villas o barrios populares. Y la frutilla del postre: Messi fue destratado en Francia cuando jugaba para el PSG y también lo fueron los argentinos, de lo que se desprende que la selección francesa “merecía” el cántico. Tal vez porque usaba la pollerita demasiado corta.

Un tuitero libertario, enfurecido con Karina Milei, escribió: nosotros no nos arrodillamos y no pedimos disculpas. Traducción: para el argento populista disculparse no es sinónimo de fortaleza sino de humillación.

Claro que, si queremos ir hacia un país más serio y respetado, con reglas claras, convendría revisar lo que pensamos y por qué lo pensamos. Salir del pozo tal vez implique un completo reseteo cultural. Porque son estas creencias, y no otras, las que nos trajeron hasta aquí.

Laura Di Marco

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El caso Loan. Durmiendo con el enemigo

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27 de junio de 2024

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Laura Di Marco

PARA LA NACION

Una noche de noviembre de 2021, un niño de cinco años –la misma edad que Loan– era asesinado en su propia casa a manos de dos mujeres: la madre y su pareja. El resultado de aquel horror fue la ley Lucio, que vino a iluminar y a reparar un asunto indigerible: la violencia contra los chicos, perpetrada por quienes deberían cuidarlos y amarlos. Lucio Dupuy fue asesinado porque el Estado le falló. Nadie lo vio realmente. Ni el sistema médico ni el judicial.

Otro noviembre, pero de 2017, fallecía otra nena de 12 años esperando un corazón sano que jamás llegó a tiempo. El drama de la familia Lo Cane alumbró la ley Justina, que amplió la conciencia sobre la importancia de donar órganos, pero sobre todo cambió paradigmas y esquemas mentales.

En los 90, el caso del soldado Carrasco terminó con el servicio militar. En los 80, el asesinato de Alicia Muñiz, perpetrado por un boxeador idolatrado, allanó el camino para acuñar el término “femicidio” (hasta entonces solo se hablaba de “crimen pasional”) y habilitó el debate sobre la violencia de género. Incluso, el horror de la dictadura terminó generando un nuevo consenso democrático, que se inauguró en 1983 y que, con sus vaivenes, en líneas generales se cumplió: nunca más a la violencia política.

Casos atravesados por un denominador común: el dolor familiar y social. Un dolor de tal hondura que es capaz de penetrar en las zonas más opacas y falladas de una sociedad, de un Estado, y de generar una enorme conmoción. Una conmoción que irrumpe sin permiso y desnuda “eso” que se niega.

Pero ¿es necesario atravesar noches tan oscuras para evolucionar, poner sobre la mesa lo que antes permanecía oculto o para despertar lo dormido? Tirar del hilo de esa pregunta resulta inquietante.

Y ahora, con Loan, ¿qué nos está mostrando la desaparición de este niño pequeño, que nos hiere el alma, que pudo haber sido vendido a una red internacional de trata mientras almorzaba con su propia familia? Toda la trama del caso Loan y sus personajes configuran una pequeña Argentina.

El intendente de Nueve de Julio, Hugo Ynsaurralde, que un día alerta sobre mafias en su propio territorio y al siguiente se desdice. Y que, cuando lo entrevistan en TV, parece un padre común, un movilero. Hablemos del comisario del pueblo, Walter Maciel, hoy preso. Maciel está acusado de liberar la zona y de plantar pruebas. La Justicia ahora también descubrió que el comisario, que convivía con el intendente en el mismo territorio, tenía una denuncia previa por abuso sexual.

Ynsaurralde –cuyo apellido, aunque sea con “y”, convengamos en que no lo ayuda– también ignoraba, aparentemente, que había nombrado a una funcionaria, María Victoria Caillava, que ahora está presa y sospechada de haber vendido al nene junto con su pareja. La Argentina tiene fronteras porosas. No se trata solo de las “manos porosas” de los políticos, como dice Milei.

El drama de Loan nos muestra, con toda crudeza, que el delito de la trata está instalado, es común e incluso está naturalizado en las áreas fronterizas de la Argentina profunda. Desde el 13 de junio, día de la desaparición, los cronistas televisivos enviados por los canales nacionales de noticias recogieron decenas de testimonios de secuestros de chicos, donde siempre está involucrado el poder local. Definitivamente, no hay trata –ni narco– sin complicidad de la política, la Justicia y la policía.

La última semana, un canal de TV entrevistó a Alicia Enríquez, de 48 años, oriunda de la localidad correntina de Santa Rosa, a 180 km de la capital. Portaba un cartel: “Busco a mi hija desde hace 32 años”. Según su testimonio, Alicia quedó embarazada a los 16 años y su padre, involucrado en la política local, la “entregó” a una funcionaria municipal. Una vez que dio a luz, la funcionaria habría vendido a su bebé.

El caso Loan también le puso un foco al lado más siniestro de las “adopciones truchas”, como revela la hermana Marta Pelloni, coordinadora de la red Infancia Robada. La denuncia de Alicia aún duerme el sueño de los justos. O el sueño de lo injusto.

El policial de Corrientes nos estremece porque desromantiza la idea de la familia Ingalls y desmiente las imágenes edulcoradas que se muestran en Instagram. Según los especialistas, esas postales de la felicidad familiar perfecta –y que, en algunos casos, esconden realidades mucho más duras– son fuente de depresión para quienes viven en entornos tóxicos. Mucho más comunes de lo que nos gustaría creer. Para algunos, la vida dentro de sus propias familias puede ser más peligrosa que caminar de madrugada solo por la zona más caliente del conurbano.

Como si el caso hubiera sido escrito por un maestro de la intriga, en la familia de Loan todos parecen sospechosos. Cualquiera podría ser. Y todos se acusan entre sí. La abuela Catalina desconfía de su yerno y hasta de su propia nuera. Y la madre del niño, apunta hacia su familia política. De hecho, madre y padre contrataron abogados diferentes.

Estremece la foto icónica del almuerzo en el paraje El Algarrobal con 14 comensales en la casa de la abuela Catalina. Frágil, desprotegido, pequeñito, Loan aparece rodeado por cinco sospechosos, que hoy están detenidos. En las pequeñas Argentinas de cada día, dormir con el enemigo es cosa frecuente.

Laura Di Marco

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