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Esbirros. Milei, Yuyito y la prensa

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  • 5 de septiembre de 2024
  • 4 minutos de lectura
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Laura Di Marco

PARA LA NACION

Esbirros. Esa fue la palabra que usó Cristina Kirchner en 2023 en su descargo después de la condena por la causa Vialidad. Hablándole directamente al CEO del Grupo Clarín, dijo entonces: “Magnetto, puede darles la orden a sus esbirros de Casación y de la Corte Suprema de que me metan presa”. Aludía así a diciembre de 2023, cuando quedara desprovista de sus fueros.

Esbirros también era, curiosamente, la palabra preferida de Fidel Castro en su larga batalla cultural. La aplicaba a la disidencia y la usó con eficacia para construir una férrea hegemonía dentro de la isla. Esbirro es el equivalente cubano de “gorila”. ¿Su función? Estigmatizar, deslegitimar o quitarle la categoría humana al que es señalado como enemigo del pueblo.

Lo paradójico es que el último fin de semana fue Milei –nada menos– quien usó ese término estigmatizante para referirse a periodistas de la nacion. Raro. O, tal vez, no tanto: un anarcocapitalista outsider del siglo XXI apropiándose de las palabras de la batalla cultural del viejo y despreciado comunismo del siglo XX.

En nuestra democracia liberal, la Constitución garantiza el trabajo del periodismo de interés público, no de todo tipo de periodismo. ¿Y cuál es esa tarea? Investigar, observar y fiscalizar al poder. A cualquier poder. El periodismo profesional es –o debería ser– una herramienta de la gente, no de la política ni de ningún otro factor. A Milei, sin embargo, le cuesta comprender ese rol institucional. Confunde al periodismo populista –tal como lo caracteriza el catedrático Fernando Ruiz, profesor de Periodismo y Democracia de la Universidad Austral– con el profesional. El primero trabaja con la indignación y no distingue –o no le importa distinguir– entre la mentira y la verdad. Se dirige solo a su público, tal como lo hacen los políticos. El segundo, en cambio, se maneja con datos y fundamentos, y sigue protocolos para chequear la información. Y, tal vez, lo más importante: matiza. Milei se marea con ambos.

Confunde, también, un error involuntario con una “operación” malintencionada. O con una mentira. Interpreta una crítica sana con el síndrome de abstinencia de la pauta. Etiqueta como “ensobrado” a cualquier periodista que lo cuestione. Asocia un amable off the record –las charlas informales de las que se nutre el periodismo político– con el forjamiento de una amistad y luego se enoja cuando ese mismo periodista, días más tarde, lo critica públicamente. Es entonces cuando se siente brutalmente traicionado y sobrerreacciona como un niño herido.

“Lo curioso es que los ‘ensobrados’ siempre son los que lo critican”, apunta Ruiz. Claro que el Presidente tiene derecho a criticar, defenderse o desmentir. Lo que no puede es insultar, estigmatizar o deslegitimar el rol institucional de la prensa porque eso lo acerca peligrosamente a la “jefa de la banda”, tal como él mismo definió a Cristina Kirchner y sus seguidores.

A esta convivencia tóxica, Milei le agrega un ingrediente central: las redes sociales. Los periodistas han perdido el monopolio de la palabra, deduce, y por eso están celosos.

El Presidente no lee diarios, solo repasa títulos y se informa a través de redes. ¿Las redes democratizan la palabra, como cree Milei? El politólogo Lucas Romero dice que no. Por varias razones: son terreno fértil para el hostigamiento, vehiculizan noticias falsas y, a la vez, se nutren de los diarios o medios tradicionales.

Al frente de la consultora Synopsis, acerca: apenas un 15 o 20% de la sociedad utiliza X. Sin embargo, afirma Romero, la ex-Twitter funciona como agenda setting. Es decir: ocupa el rol que antes tenían las tapas de los diarios o los programas de radio de la primera mañana instalando los temas de la conversación pública.

Milei se mira en el espejo de Menem, al punto de que ha elegido de novia a una de sus exparejas, Amalia “Yuyito” González. Pero a Yuyito, a diferencia del Presidente, le encanta el juego del periodismo. Tanto que del noviazgo presidencial ha hecho una crónica cotidiana.

Claro que la estigmatización mileísta de la prensa no debería ocultar los pecados propios. Cuando Yuyito reinaba como ícono sexual, en los 90, el periodismo vivía su época dorada. “Hoy no es así –admite Fernando Ruiz–; es evidente que una gran parte de la sociedad percibe que el periodismo es un lugar donde se hace la política, por eso la prensa comparte el mismo desprestigio que su dirigencia”. En una palabra, la gente cree en ciertos periodistas, pero no tanto en el periodismo como institución.

El proceso de desinflación hace que los descuidos institucionales se vean como temas menores. Y en ese alto liderazgo de popularidad, pareciera que a Milei se le perdona casi cualquier cosa. Pero la historia es buena consejera: si el Presidente mirara hacia atrás, se daría cuenta rápidamente de que nada, pero nada, es para siempre.

Laura Di Marco

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Entrevista con el biólogo Bruce Lipton

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¿Y si te dijeran que sos mucho más poderoso/a de lo que pensás y que podés moldear, en gran medida, tu biología cambiando tu sistema de creencias?

A contramano de lo que la vieja ciencia creía -que estamos absolutamente determinados por nuestros genes-, el biólogo Bruce Lipton, afirma y prueba que nuestros genes pueden ser transformados por nuestras percepciones.

Nombrado una de las 100 mentes más brillantes, lo entrevisto en exclusiva este viernes 22 de noviembre, a las 17hs, en vivo y en diferido en mi canal de Youtube.

Te dejo el link para que puedas entrar:

https://youtube.com/live/TDJeAy2sH5Y?feature=share

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Cristina está matando al peronismo

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  • 23 de octubre de 2024
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Laura Di Marco

PARA LA NACIÓN

Cristina estalló con una desafortunada frase presidencial: “Me encantaría meterle el último clavo al cajón del kirchnerismo, con Cristina adentro”. Ella actuó como ella: se victimizó y lo interpretó de un modo literal. “¿Así que ahora también me querés matar?”, sobreactuó por X. Una enorme actriz dramática, sin dudas. Lo paradójico es que, más allá de las metáforas poco felices, quien realmente está matando al peronismo –que incluye, desde luego, al kirchnerismo– es ella.

Cristina siempre tuvo una relación problemática con el padre del movimiento, que incluyó insultos a su figura (en privado, obviamente) y desprecio a sus leales, como muy bien solía relatar el fallecido y respetado Antonio Cafiero en sus imperdibles diálogos con su entonces compañera de bancada en el Senado. Fue el propio Cafiero quien acuñó aquella frase icónica sobre el 17 de octubre: “El peronismo necesita conmemorar el Día de la Lealtad porque es un movimiento lleno de traidores”. Son los actuales “Judas” y “Poncio Pilatos” de adentro, que tan bien supo detectar Cristina. De allí, su furia.

La clave del asunto es que, para revivir al peronismo, hay que traicionar al padre o a la madre política. Así fue siempre en la historia del movimiento, después de la muerte del líder, cuyo liderazgo era indiscutido. La reinvención va de la mano de un necesario recambio generacional y la construcción de una nueva narrativa que conecte con el ahora, pero, sobre todo, con el futuro.

Esa alma contingente, como diría el sociólogo Juan Carlos Torre, que mantenía joven al peronismo porque podía leer correctamente cada momento político, parece haber desaparecido. Cristina quiere capturar a los jóvenes, pero construye una oferta con José Mayans y Ricardo Pignanelli, mientras sus ojos en la nuca le hacen ver a Milei como un revival de Martínez de Hoz.

El mecanismo de reproducción del movimiento sigue una receta muy precisa: surge un líder novedoso, como Menem o los Kirchner, en su momento. Ese líder se presenta como “lo nuevo”, aunque su base sea la misma de siempre. En su narrativa de reconstrucción, el nuevo líder afirma que ahora sí estamos ante el auténtico peronismo, que él o ella pondrán en marcha al país, y que quien sea que haya estado antes traicionó al pueblo. Con este truco, por caso, nació la encarnación K: de un matrimonio que fue muy menemista en los 90, pero que debió abjurar del ideario de esa década para componer una nueva canción, en palabras del “Poncio Pilatos” bonaerense. Bajo este procedimiento, Eduardo Duhalde pasó de ser padrino de los Kirchner a “jefe de la mafia”.

Del mismo modo fracasó el intento de Alberto Fernández que, al no poder desprenderse de su madrina, jamás pudo lograr una encarnación novedosa, más allá de sus propias y enormes falencias políticas y personales.

En una palabra, es la sobrevida política de Cristina la que está trabando ese vivificante mecanismo de reproducción. Un mecanismo que es la gema del know how de nuestra The Crown. Luego de la derrota de 1983, el peronismo se reinventó mediante una interna y, de ese modo, logró hegemonizar los años que siguieron.

Como afirma el politólogo jesuita Rodrigo Zarazaga: la fragmentación de los partidos políticos afecta a todos los espacios, pero daña más al peronismo. ¿Por qué? Porque el movimiento creado por Perón le habla a un colectivo. Su “clientela”, por llamarla así, es un pueblo y un conjunto de trabajadores formales que hoy ya no existen. La columna vertebral está quebrada entre formales, informales y jóvenes a quienes no les interesa ser sindicalizados, ni mantener el mismo trabajo para toda la vida. Zarazaga, que lleva adelante profundas investigaciones en el conurbano, afirma, además, que cambió la identidad y la intensidad del peronismo en los barrios vulnerables. Pero sobre todo cambiaron las creencias y los valores de los más pobres. Hay nuevos modos en la pobreza, que los viejos popes peronistas no vieron venir. Aunque uno increíblemente sí “la está viendo”. Fue el periodista militante K Roberto Navarro.

“¿Ustedes vieron los actos de Milei? –se preguntó, días atrás–. Está lleno de gente humilde. ¡Milei se llevó a los pobres!”, gritó eureka, en plena epifanía. Fue en un editorial de su programa en el que, sin titubear, utilizó la palabra “llevar” para referirse a los pobres confirmando el viejo paradigma del peronismo: los ciudadanos menos favorecidos son de su propiedad. Y más aún: son fácilmente acarreables por migajas e incapacitados para elegir líderes nuevos.

El sueño oculto de Cristina, ya en la viudez y con la epopeya del 54% en las presidenciales de 2011, era ponerles una lápida a los “viejos carcamales” del PJ (así los llamaba ella) y construir, a través del kirchnerismo, una formación política superadora.

“Ustedes (los periodistas), que la critican tanto, algún día le van a tener que agradecer. Cristina va a correr del mapa a esta manga de impresentables”, afirmaba entonces un avezado operador radical K –que algunos sindicaban, incluso, como uno de los testaferros de Néstor Kirchner– en Cristina Fernández, la verdadera historia, la biografía no autorizada de la expresidenta. Pero la historia, caprichosa, fue completamente al revés. Despojada de otros poderes, Cristina se vio obligada a aliarse con los “impresentables” para pelear por lo que le queda: un sello con el que hoy se identifica apenas el 20% de la sociedad, según el consultor Juan Mayol (Opinaia) o, como máximo, el 30, como revelan las mediciones de Facundo Nejamkis, director de Opina Argentina.

Esta semana, Nejamkis presentó números sorprendentes sobre la interna peronista del 17 de noviembre. Ante la pregunta ¿con quién se siente más identificado?, realizada dentro del universo peronista, el 47% se inclinó por Kicillof y el 39%, por Cristina. ¿Y si el ex hijo político de Cristina le ganara la interna? Eso sí que sería matar a la madre, en términos metafóricos. Lo cierto es que, detrás del gobernador bonaerense, se alinean los que están hartos del látigo, el bullying político, el ninguneo y el sometimiento. Como se quejaba esa semana “el Cuervo” Larroque, examigo del alma de Máximo Kirchner y ahora ministro bonaerense: “No puede ser todo por la vía de la imposición”. Estamos asistiendo a un mix de The Crown y House of Cards.

Claro que Kicillof no es, precisamente, lo que podría llamarse un líder novedoso. Quería componer una nueva canción, pero terminó cantando la marcha peronista en el acto del 17 de octubre. Justo él que se formó en una agrupación estudiantil de izquierda (TNT) que detestaba al peronismo. La cara visible de su contienda es nada menos que Ricardo Quintela, que no es precisamente Churchill. Tampoco un líder disruptivo. Gobierna una provincia en llamas, donde 1 de cada 9 riojanos es empleado público, a quienes les paga con chachos. Detrás de Kicillof también se encolumna el tan poderoso como impresentable intendente de La Matanza, Fernando Espinoza, investigado por presunto abuso sexual. No pareciera una escudería muy marketinera hacia afuera, pero sí podría serlo hacia dentro del PJ, a la hora de animársele a ella.

Lo cierto es que difícilmente se rearme el sistema político tal como lo conocimos. Como afirma el ensayista Giuliano Da Empoli, el exitoso autor de Los ingenieros del caos (libro que explica a los Milei y los Trump de la vida): nada volverá a ser como antes. No significa que lo actual sea bueno: significa que estamos ante un cambio de escenario que parece haber llegado para quedarse. El que no se reinvente corre peligro de muerte. Vale para todos, pero sobre todo para el peronismo.

Cristina estalló con una desafortunada frase presidencial: “Me encantaría meterle el último clavo al cajón del kirchnerismo, con Cristina adentro”. Ella actuó como ella: se victimizó y lo interpretó de un modo literal. “¿Así que ahora también me querés matar?”, sobreactuó por X. Una enorme actriz dramática, sin dudas. Lo paradójico es que, más allá de las metáforas poco felices, quien realmente está matando al peronismo –que incluye, desde luego, al kirchnerismo– es ella.

Cristina siempre tuvo una relación problemática con el padre del movimiento, que incluyó insultos a su figura (en privado, obviamente) y desprecio a sus leales, como muy bien solía relatar el fallecido y respetado Antonio Cafiero en sus imperdibles diálogos con su entonces compañera de bancada en el Senado. Fue el propio Cafiero quien acuñó aquella frase icónica sobre el 17 de octubre: “El peronismo necesita conmemorar el Día de la Lealtad porque es un movimiento lleno de traidores”. Son los actuales “Judas” y “Poncio Pilatos” de adentro, que tan bien supo detectar Cristina. De allí, su furia.

La clave del asunto es que, para revivir al peronismo, hay que traicionar al padre o a la madre política. Así fue siempre en la historia del movimiento, después de la muerte del líder, cuyo liderazgo era indiscutido. La reinvención va de la mano de un necesario recambio generacional y la construcción de una nueva narrativa que conecte con el ahora, pero, sobre todo, con el futuro.

Esa alma contingente, como diría el sociólogo Juan Carlos Torre, que mantenía joven al peronismo porque podía leer correctamente cada momento político, parece haber desaparecido. Cristina quiere capturar a los jóvenes, pero construye una oferta con José Mayans y Ricardo Pignanelli, mientras sus ojos en la nuca le hacen ver a Milei como un revival de Martínez de Hoz.

El mecanismo de reproducción del movimiento sigue una receta muy precisa: surge un líder novedoso, como Menem o los Kirchner, en su momento. Ese líder se presenta como “lo nuevo”, aunque su base sea la misma de siempre. En su narrativa de reconstrucción, el nuevo líder afirma que ahora sí estamos ante el auténtico peronismo, que él o ella pondrán en marcha al país, y que quien sea que haya estado antes traicionó al pueblo. Con este truco, por caso, nació la encarnación K: de un matrimonio que fue muy menemista en los 90, pero que debió abjurar del ideario de esa década para componer una nueva canción, en palabras del “Poncio Pilatos” bonaerense. Bajo este procedimiento, Eduardo Duhalde pasó de ser padrino de los Kirchner a “jefe de la mafia”.

Del mismo modo fracasó el intento de Alberto Fernández que, al no poder desprenderse de su madrina, jamás pudo lograr una encarnación novedosa, más allá de sus propias y enormes falencias políticas y personales.

En una palabra, es la sobrevida política de Cristina la que está trabando ese vivificante mecanismo de reproducción. Un mecanismo que es la gema del know how de nuestra The Crown. Luego de la derrota de 1983, el peronismo se reinventó mediante una interna y, de ese modo, logró hegemonizar los años que siguieron.

Como afirma el politólogo jesuita Rodrigo Zarazaga: la fragmentación de los partidos políticos afecta a todos los espacios, pero daña más al peronismo. ¿Por qué? Porque el movimiento creado por Perón le habla a un colectivo. Su “clientela”, por llamarla así, es un pueblo y un conjunto de trabajadores formales que hoy ya no existen. La columna vertebral está quebrada entre formales, informales y jóvenes a quienes no les interesa ser sindicalizados, ni mantener el mismo trabajo para toda la vida. Zarazaga, que lleva adelante profundas investigaciones en el conurbano, afirma, además, que cambió la identidad y la intensidad del peronismo en los barrios vulnerables. Pero sobre todo cambiaron las creencias y los valores de los más pobres. Hay nuevos modos en la pobreza, que los viejos popes peronistas no vieron venir. Aunque uno increíblemente sí “la está viendo”. Fue el periodista militante K Roberto Navarro.

“¿Ustedes vieron los actos de Milei? –se preguntó, días atrás–. Está lleno de gente humilde. ¡Milei se llevó a los pobres!”, gritó eureka, en plena epifanía. Fue en un editorial de su programa en el que, sin titubear, utilizó la palabra “llevar” para referirse a los pobres confirmando el viejo paradigma del peronismo: los ciudadanos menos favorecidos son de su propiedad. Y más aún: son fácilmente acarreables por migajas e incapacitados para elegir líderes nuevos.

El sueño oculto de Cristina, ya en la viudez y con la epopeya del 54% en las presidenciales de 2011, era ponerles una lápida a los “viejos carcamales” del PJ (así los llamaba ella) y construir, a través del kirchnerismo, una formación política superadora.

“Ustedes (los periodistas), que la critican tanto, algún día le van a tener que agradecer. Cristina va a correr del mapa a esta manga de impresentables”, afirmaba entonces un avezado operador radical K –que algunos sindicaban, incluso, como uno de los testaferros de Néstor Kirchner– en Cristina Fernández, la verdadera historia, la biografía no autorizada de la expresidenta. Pero la historia, caprichosa, fue completamente al revés. Despojada de otros poderes, Cristina se vio obligada a aliarse con los “impresentables” para pelear por lo que le queda: un sello con el que hoy se identifica apenas el 20% de la sociedad, según el consultor Juan Mayol (Opinaia) o, como máximo, el 30, como revelan las mediciones de Facundo Nejamkis, director de Opina Argentina.

Esta semana, Nejamkis presentó números sorprendentes sobre la interna peronista del 17 de noviembre. Ante la pregunta ¿con quién se siente más identificado?, realizada dentro del universo peronista, el 47% se inclinó por Kicillof y el 39%, por Cristina. ¿Y si el ex hijo político de Cristina le ganara la interna? Eso sí que sería matar a la madre, en términos metafóricos. Lo cierto es que, detrás del gobernador bonaerense, se alinean los que están hartos del látigo, el bullying político, el ninguneo y el sometimiento. Como se quejaba esa semana “el Cuervo” Larroque, examigo del alma de Máximo Kirchner y ahora ministro bonaerense: “No puede ser todo por la vía de la imposición”. Estamos asistiendo a un mix de The Crown y House of Cards.

Claro que Kicillof no es, precisamente, lo que podría llamarse un líder novedoso. Quería componer una nueva canción, pero terminó cantando la marcha peronista en el acto del 17 de octubre. Justo él que se formó en una agrupación estudiantil de izquierda (TNT) que detestaba al peronismo. La cara visible de su contienda es nada menos que Ricardo Quintela, que no es precisamente Churchill. Tampoco un líder disruptivo. Gobierna una provincia en llamas, donde 1 de cada 9 riojanos es empleado público, a quienes les paga con chachos. Detrás de Kicillof también se encolumna el tan poderoso como impresentable intendente de La Matanza, Fernando Espinoza, investigado por presunto abuso sexual. No pareciera una escudería muy marketinera hacia afuera, pero sí podría serlo hacia dentro del PJ, a la hora de animársele a ella.

Lo cierto es que difícilmente se rearme el sistema político tal como lo conocimos. Como afirma el ensayista Giuliano Da Empoli, el exitoso autor de Los ingenieros del caos (libro que explica a los Milei y los Trump de la vida): nada volverá a ser como antes. No significa que lo actual sea bueno: significa que estamos ante un cambio de escenario que parece haber llegado para quedarse. El que no se reinvente corre peligro de muerte. Vale para todos, pero sobre todo para el peronismo.

Laura Di Marco

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LA TRAMA DEL PODER

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En mi programa del sábado 28 en LA NACIÓN + analizamos el discurso de los hermanos Milei en Parque Lezama junto al especialista en lenguaje corporal Daniel Zazzini. ¿Cómo vió al Jefe? También adelantamos algunos temas que vamos a analizar en el programa de hoy.

Podés ver el análisis completo del sábado 28 en el siguiente link: https://lnmas.lanacion.com.ar/video/la-trama-28-de-septiembre-2024-jwidVQewSoKd/

Los esperamos hoy 20.30 para otro programa de La Trama del Poder.

¿Qué va a pasar con el veto a la Ley de Financiamiento Universitario? ¿El Congreso lo va a rechazar? Nos lo responde @ramiromarra, legislador de La Libertad Avanza, quien insiste en la importancia de auditar las universidades, y Álvaro González, diputado del Pro cercano a Larreta, quien votará en contra del veto.

@colomortash, presidente de Somos Libres Medicina, nos cuenta cómo se vive el debate dentro de la UBA.

El abogado constitucionalista @armestod nos explica qué pasa si se rechaza el veto. ¿Milei tiene una instancia más para rechazar la Ley? Después de la aprobación de la Boleta Única de papel, el gobierno estudia ahora eliminar las Paso. ¿Cómo impactan esas medidas en el sistema electoral?

El analista económico @damiandipace detalla el impacto económico de todas estas medidas. ¿Cómo afecta el conflicto de Medio Oriente en el bolsillo del argentino?

Además, un informe exclusivo de @luisgasulla10 sobre una causa de extorsión sindical a empleadas de una Pymes. Hablamos con el abogado de las denunciantes, Pablo Torres Barthes.

Y suma un análisis imperdible en tiempos de debate por el financiamiento de las universidades públicas: Los números de las auditorías en las universidades.

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