Columna LN
Massa, Moria y la era del neomenemismo K
Los intendentes del PJ coinciden: afirman que el kirchnerismo “formateó” con su cultura a Massa, durante los últimos años y que Cristina es su coach ideológica.

“Yo tengo fe que todo cambiará. Yo tengo fe que siempre brillará la luz de la esperanza no se apagará jamás”. La música de Palito Ortega, ahora compañero de fórmula presidencial de Eduardo Duhalde, suena en un tren bizarro que cruza de Ushuaia a La Quiaca: es el tren de la Esperanza y la Victoria. Es plena campaña electoral. Un joven ambicioso, pero ignoto, picotea la cabeza del caudillo bonaerense aprovechando las horas muertas de la travesía. “Yo quiero ganar Tigre”, le susurra al oído. Duhalde lo mira entre intrigado y divertido. Con un caudillo eterno, como Ricardo Ubieto, Tigre siempre había sido imposible para el peronismo. “Primero juntame a todas las cabezas del PJ y después hablamos”.
Es finales de 1998 y el joven ambicioso tiene 26 años. Se llama Sergio Massa. En el clima cultural y político del menemismo tardío tiene dos íntimos amigos: el menemista Diego Santilli y Horacio Rodríguez Larreta, integrante del Ministerio de Desarrollo Social, que entonces ocupaba Palito Ortega. Malena Galmarini que, a los 20 años, había sido asesora de Carlos Menem, empieza una relación personal con Bárbara Diez, la mujer de Larreta: una wedding planner que les terminó armando el casamiento. Al grupo de jóvenes, que comparten salidas lujosas, restaurantes caros y discotecas, hay que sumarle a Emilio Monzó, por entonces en pareja con la exsenadora María Laura Leguizamón. Hay otro protagonista más de este rompecabezas. Un operador de bajo perfil, que le lleva más de una década al grupo de amigos: se trata de un dirigente del siempre perdidoso PJ porteño, que a fines de los 90 empieza a acercarse a un lejano matrimonio santacruceño. Se llama Alberto Fernández.
Varios años más tarde, Leguizamón se casaría con Marcelo Figueiras, dueño del laboratorio Richmond, que, en plena pandemia, ganó notoriedad cuando prometió fabricar en el país la vacuna Sputnik V. Ya entonces, el operador del PJ se había convertido en presidente. Poder, relaciones y negocios: la familia peronista nunca defrauda.
El joven Massa había militado en lo que hoy Cristina y Máximo, sus actuales padrinos en su anhelada llegada al poder, llamarían la “derecha neoliberal”, la Ucedé de Alsogaray, absorbida por el riojano. A sus 19 años, tenía un jefe político, Carlos Maslatón, hoy dirigente de La Libertad Avanza, el partido de Javier Milei (con quien está enfrentado). Analista de mercados financieros, Maslatón augura que estamos en una situación similar a la de Menem, en 1990, después de la hiperinflación. “A mí me da que la economía va a ir para arriba”. Massa escuchó el augurio, se frotó las manos, y lo llamó para tomar un café en su nuevo despacho. ¿Qué pensará Cristina, ahora devenida su coach?
A fines de los 90, el joven Massa tiene otro amigo de la misma generación: Cristian Ritondo, entonces segundo en el área de Seguridad, junto con Miguel Ángel Toma. Unos años más tarde, la relación con Duhalde, construida en aquel tren remoto, finalmente rendiría sus frutos. Con apenas 30 años, en 2002, Massa recibe una de las cajas más grandes de la política: la Anses. Pasan los años, llegamos a 2015. Ritondo es ahora el ladero más fiel de la gobernadora María Eugenia Vidal. Los amigos, Massa y Ritondo, siguen compartiendo información y expertise. Ritondo vivía y vive en Tigre. Massa jamás criticó la política de seguridad de su amigo. Un hilo rojo conecta al menemismo con el kirchnerismo y con sectores de la oposición.
Al combo hay que agregarle a Gerardo Morales, de otra familia, pero igualmente cercano. En 2015, en la famosa cumbre radical de Gualeguaychú, el jujeño optó por una alianza en favor del tigrense, en detrimento de Macri. Cuando esta semana le preguntaron por el nuevo rol de su amigo, Morales contestó: “No soy sergiólogo, pero tengo una amistad y no voy a hablar mal de él”.
Especialista en increíbles trucos, el propio Massa se encargó de instalar, a través de sus múltiples operadores mediáticos, que la economía había mejorado por su llegada. “Estoy contento porque, si hacen el ajuste fiscal que la Argentina necesita, se beneficia el país. Y si no lo hacen, se caen todos juntos”, reflexiona un exfuncionario de Cambiemos, muy cercano a Macri.
Tiene lógica que a los “halcones” de Juntos les estén sonando todas las alarmas con la llegada de Massa al poder. Macri desconfía históricamente del vínculo entre el tigrense (“Ventajita”) y Larreta. Está convencido de que Massa influye sobre el jefe porteño, por ejemplo, a la hora de negociar leyes en el Congreso. Rápida de reflejos, Patricia Bullrich fue la primera en marcar distancia. “Massa no es confiable”. El viejo Cambiemos lo sufrió en carne propia.
En 2019, Massa estuvo a punto de integrar Cambiemos. Poliamoroso flexible –al parecer, le daba igual un modelo de país que otro– coqueteaba al mismo tiempo con María Eugenia Vidal y Máximo Kirchner. Y en sus ratos libres, con Margarita Stolbizer. A mediados de aquel año, en plena crisis recesiva, Macri se convenció de que debía incorporar a Massa a su esquema de poder, si quería tener chances electorales.
Una de las fórmulas que habían imaginado era la boleta de Massa presidente, junto al peronismo federal de Roberto Lavagna y Urtubey. Aquella oferta aparecería junto con la boleta de María Eugenia Vidal en la provincia de Buenos Aires. Así, Vidal sería la candidata a gobernadora de ambos, Macri y Massa y, lo más importante, el peronismo quedaba dividido electoralmente.
Macri lo llamó a su entonces vicejefe de gabinete, Mario Quintana, muy cercano a Carrió, y le encargó la tarea de convencer a su socia. Lilita siempre detestó a Massa. Pero, en el medio, sucedió lo inesperado. O lo esperado, según se mire. Massa desapareció durante 48 horas de todos los chats cambiemitas. Macri empezó a temer una traición. No se equivocó: a los dos días, Massa reapareció blanqueando su romance político con Máximo Kirchner, con quien se venía reuniendo, en secreto, desde hacía tres años. Es extraño que, con semejante biografía, el nuevo ministro de Economía asuma con la misión de producir confianza en los mercados. “No confían en él; hacen negocios, que es muy distinto”, aclara un empresario, que conoce el paño.
El fruto de ese vínculo se vio claramente esta semana, en el Congreso, en ese largo abrazo entre el hijo de Cristina y el actual ministro, durante la ceremonia de renuncia como presidente de la Cámara de Diputados. La trama vuelve más entendible el reciente tuit animado de Carrió: “Llegó el diablito”.
“La derecha te va a usar y después te va a tirar”, dictaminó frente a Massa el gurú Máximo Kirchner la primera vez que se vieron cara a cara, después del “vamos a barrer a los ñoquis de La Cámpora”, leitmotiv de la campaña massista de 2015. No era fácil remontarla. Empezaron a reunirse secretamente en el primer semestre de 2016, en la quinta de Wado de Pedro, en Mercedes. Massa fue haciendo su trabajo sobre Máximo hasta que, a fines de 2019, el hijo logra ablandar a la madre. La reconciliación con el viejo traidor –así lo llamaba ella– fue en su oficina del Senado. “Máximo es más importante para mí de lo que te podés imaginar”, le confesó el tigrense a un intendente del conurbano.
Los intendentes del PJ coinciden: afirman que el kirchnerismo “formateó” con su cultura a Massa, durante los últimos años y que Cristina es su coach ideológica. Que acumulan muchas horas de charla política. Es todo una incógnita cómo podría funcionar el maridaje entre los sectores del establishment, que se entusiasman con este neomenemismo K, y el cristinismo setentista. ¿Alcanzará con el espanto?
Moria Casán, la flamante suegra de Massa, aporta lo suyo al combo: un toque de glamour, déjà vu de los malditos 90. Y sin embargo, existe la realidad. Todo es operable para Massa, menos la realidad. Y la realidad económica argentina es desesperante, si no se hace lo que hay que hacer.
Por Laura Di Marco para lanacion.com
Columna LN
¿Francella o Darín? Dos actores en la grieta

- 20 de agosto de 2025
- 00:29
- 4 minutos de lectura
PARA LA NACION
Homo Argentum es un indudable éxito de taquilla, potenciado por la apropiación de los libertarios de lo que interpretaron como un símbolo de la batalla cultural: una crítica despiadada al progresismo, la disonancia del “corazón woke”, como diría el Presidente, y el doble discurso K entre la supuesta defensa de las causas nobles y la corrupción o la mentira agazapadas por debajo de los dichos.
Claro que, en este guion argumental, no hay que perder de vista algo central: los directores del film, Mariano Cohn y Gastón Duprat, abrevan en una militancia cultural antiperonista y crítica de progresismo de doble estándar, como lo demostraron en El hombre de al lado. O, más cabalmente, en El ciudadano ilustre, cuyo protagonista es Oscar Martínez.
En El ciudadano ilustre, por caso, Duprat y Cohn muestran otro costado del “gen” argentino: la envidia que se esconde bajo el logro ajeno. Como si la creencia inconsciente del argento medio susurrara: “lo que él o ella tienen me corresponde”. O “a alguien se lo habrá sacado”. El kirchnerismo, por cierto, trabajó paciente, pero persistentemente, sobre ese resentimiento.
Cabe hacer hincapié en la palabra “interpretación” del film que hicieron los libertarios de las 16 viñetas porque puede haber muchas otras, como en su momento sucedió con El Eternauta, apropiado por el mundo K.
Es que ¿acaso el director “progre”, de doble discurso, de Homo Argentum no se encuentra también en el mundo anti-K? Aunque suene a una linda narrativa de campaña, no existe el mundo de “los argentinos de bien” versus “los argentinos del mal”.
El “mal” y el “bien” suelen convivir en una misma persona y, de hecho, conviven. El “mal” es lo que el psicoanalista Carl Jung llama “sombra”, esas características “negativas” que generalmente tenemos proyectadas en los demás.
Sin embargo, bajo la mirada de los libertarios, la “hipocresía” del gen progre argento, que queda al descubierto en los personajes de Francella, vendría a encontrar su remedio en las formas “genuinas” de Milei.
Lo curioso es que Homo Argentum también es una película políticamente incorrecta, que abreva en el cine italiano de Dino Risi, Mario Monicelli y Ettore Scola. Su formato está inspirado en las viñetas de Los monstruos y Los nuevos monstruos, donde descuellan Vittorio Gassman y Ugo Tognazzi. Sin embargo, la saga de Risi se inserta en un contexto muy distinto: una Italia que pasa de la pobreza a la prosperidad, que a la vez impulsa la emergencia de una nueva burguesía enriquecida que se corrompe. Aquellas viñetas itálicas cuestionan ese clima de época. Pero, en cambio, ¿qué nos deja Homo Argentum? ¿Que somos irremediablemente chantas o ventajeros? ¿O habrá otras mutaciones genéticas de la argentinidad?
¿Francella o Darín? ¿El personaje elige al actor o el actor resuena con el personaje? La pregunta es importante porque el propio Francella, uno de los más queridos actores de la Argentina –igual que Darín–, defendió la película con la idea de que nos identifiquemos.
El problema surge cuando ponemos la lupa en los personajes que eligen Francella y Darín. Diametralmente opuestos en su sensibilidad. Tanto en las viñetas de Homo como en Poné a Francella, Casados con hijos (con el insuperable Pepe Argento) o El encargado, Francella encarna a esa clase media arribista, que se burla de todo el mundo y celebra la ventaja que obtiene, al parecer sin conciencia de su maldad.
En Eliseo, el portero inescrupuloso, va un paso más allá: usa la delación como medio, como otros igualmente innobles, que justifican su fin de adueñarse del edificio. Como afirma un crítico que prefiere no ser identificado: “Francella caricaturiza al ‘garca’ y lo festeja”. Lo burlesco está en casi todos sus personajes. ¿Igual que en el personaje Milei?
Vamos ahora a Darín. En “Bombita” –el personaje que encarna en una de las historias de Relatos salvajes– hay un “gen” argentino muy diferente. “Bombita” no es un violento, sino, aunque desregulado, un hombre que se rebela frente a un sistema corrupto. Dirigido por Juan José Campanella –un no peronista, pero “progre”–, en Luna de Avellaneda, se pone en la piel de Román Maldonado, un antihéroe que se propone el salvataje de un club de barrio. En El hijo de la novia y, más aún, en El secreto de sus ojos, ganadora de un Oscar a la mejor película extranjera, Darín lleva a su personaje a la máxima nobleza y sensibilidad del gen argento. Ese combo también nos pertenece.
¿Darín o Francella? ¿O ambos? Podemos inclinarnos por lo segundo. Un gen argento capaz de lo mejor y de lo peor. De lo luminoso y lo sombrío. Depende del contexto y de qué costado potencie el liderazgo del momento.
Por Laura Di Marco
Columna LN
Los insultos de Milei, ¿espejo del argento?

- 5 minutos de lectura
PARA LA NACION
El lunes por la noche, en la Fundación Faro y ante una audiencia amiga, Milei tomó una decisión audaz para su escudería: entrar en abstinencia de insultos. Una jerga a la que tiene adicción, ya desde sus tiempos de panelista. Algún adicto podría decirle, como ocurre en los grupos que tratan los consumos problemáticos: solo por hoy. Es decir, veremos si logra despojarse en el tiempo –y en medio de una campaña electoral violenta– de una fórmula que lo hizo fenomenalmente popular y que logró establecer un puente comunicacional eficaz con una Argentina en la que, desde hace 15 años, seis de cada diez ciudadanos no terminan el colegio secundario en tiempo y forma.
Los insultos presidenciales, ya una marca registrada del mileísmo, expresan además una cruzada identitaria contra el correctismo político. O contra la hipocresía de la “casta” que, en la narrativa presidencial, arrasó al país, pero –eso sí– con buenos modales. Ese es su caballito de batalla contra los “sommeliers” de las formas que “carecen de ideas”.
La promesa de abstinencia vino después de un extenso relevamiento que hizo La Nación el último fin de semana, en el que contabilizó 611 insultos en los últimos 100 días, 57 de ellos relacionados con el sexo anal. La andanada, según muestra la exploración, se fue radicalizando y creciendo, igual que sus seguidores. Ejemplo: la mayoría de los insultos fueron lanzados en el streaming del “Gordo Dan”, acaso uno de sus más violentos tuiteros. “El Gordo Dan” también fue cambiando su tonalidad: de médico genetista que ayudaba a los niños –una suerte de “Santi” Maratea de la derecha– a odiador serial.
Como rememora el analista internacional Álvaro Zicarelli, quien se asume públicamente como gay y que participó activamente, entre 2020 y 2023, del protomileísmo, Daniel Parisini (el nombre verdadero de “Dan”) era un médico que tenía, sí, un discurso anticomunista, conservador, antivegano y sobre todo apuntado contra el correctismo político, pero de ningún modo tenía posiciones discriminatorias hacia los homosexuales. Intelectual muy cercano al fallecido Juan José Sebreli, Zicarelli argumenta: “De lo contrario, jamás se habría sentado conmigo”.
Una escena reciente revela hasta qué punto la violencia verbal y la cultura de la discriminación hacia las diversidades sexuales empiezan también a permear o, tal vez, a habilitar emocionalmente a un sector de la sociedad que se sentía inhibido por los modos del wokismo.
“Participo de muchas mesas de varones –confiesa un hombre relevante del mundo editorial– y lo que hace cinco años era impensable hoy se puede decir. Escucho, atónito: ‘Ese puto, ¡quién se cree que es!’, o ‘a esa puta la conozco’, ‘fulana es una loca’”. El editor del que hablamos no tiene dudas de que si Milei es reelegido estaremos ante un sociedad extremadamente más violenta e intolerante.
Es cierto que, como apunta provocativamente el consultor Jorge Giaccobe, del otro lado del mostrador hay más “Mileis que Kovadloffs”. Es decir, Milei le habla a un amplio sector de la sociedad que se le parece y lo hace en su propio lenguaje. Pero es igual de cierto que desde lo más alto del liderazgo político se puede extraer lo mejor o lo peor de las personas. Sucede como en la vida: hay personas que sacan nuestra mejor versión y otras que nos conectan con nuestra más profunda oscuridad. Al argento que tira la basura en plena avenida Santa Fe no se le ocurriría arrojar ni una pizca de papel sobre la Quinta Avenida.
¿Alguien dejaría de votar a Milei por sus insultos? Hoy seguramente no. No mientras mantenga a raya la inflación y ordene la macroeconomía. Pero, como dice el encuestador Lucas Romero, si el Presidente se mantuviera en silencio ganaría en imagen positiva. Dicho de otro modo: la violencia verbal no le quita votos, pero le impide sumar más.
Milei, como Cristina Kirchner, está convencido de que se discuten sus formas porque la oposición –y eventualmente cualquier detractor– carece de ideas. Cristina le daba otra vuelta a esa narrativa: se fijan en el tamaño de mi cartera, ha dicho decenas de veces, porque lo que les molesta es el fondo. Es decir, las políticas del kirchnerismo que, según ella, mejoraron la redistribución del ingreso. Convengamos, sin embargo, que al lado de Milei Cristina es la condesa de Chikoff.
Ocurre que las formas nunca están desligadas del fondo. ¿O acaso la forma que eligió el kirchnerismo para construir poder –la corrupción– no contaminó el fondo de ese proyecto político? El 80% de lo que lastima no es tanto lo que se dice, sino cómo se lo dice. El cómo siempre hace al qué.
Es cierto, como dice Giaccobe, que el tono emocional de los principales bandos que hoy hablan de política es violento. Pero también lo es que la agresividad verbal de Milei es un parteaguas: la mitad de la Argentina la rechaza, sobre todo ese 26% que votó en primera vuelta a Patricia Bullrich y luego se volcó por él. Los “viejos meados”, en palabras del “Gordo Dan”.
Los años por venir definirán si aquel editor espantado en una mesa de varones antiwoke –identificados con la derecha conservadora– tiene razón o si la sociedad se harta de la marea violeta y fabrica los anticuerpos necesarios para preservar el corazón de una democracia: el respeto por la otredad.
Por Laura Di Marco
Columna LN
Narrativa y misticismo, el triángulo esotérico del Presidente

PARA LA NACION
Santiago Caputo, el mago del Kremlin, el monje, las manos del rey, tiene tatuada en la espalda la psicografía del Hombre Gris dibujada por el vidente argentino Benjamín Solari Parravicini. Una psicografía o predicción que presuntamente advertía, décadas antes de que sucediera, el advenimiento de Javier Milei, el hombre que salvaría a la Argentina.
Al menos así surge de la interpretación del grupo Las Fuerzas del Cielo o el llamado Grupo de los Seis, jóvenes tuiteros que rodean al asesor estrella del Presidente, fanáticos de Parravicini, liderados por Agustín Romo y el Gordo Dan. De hecho, fue Romo quien le regaló a su jefe dos gigantografías que Caputo luce en su despacho: las de El Hombre Gris y Faro de Faro. De ahí el nombre de su fundación, Faro. Romo es un gran batallador en contra de la “ideología woke”.
Misticismo y política cada vez se tejen con más nitidez en la narrativa libertaria, en la que el Presidente está rodeado, más que por un triángulo de hierro, por un triángulo esotérico. Es en este contexto en el que hay que comprender la reciente reunión, en su oficina de la Casa Rosada, entre Santiago Caputo y la sobrina nieta de Parravicini, Marcela Podestá Costa. La invitada fue recibida durante dos horas y homenajeada con una selfie, en la que se recorta, detrás, la gigantografía del Hombre Gris, la misma que el consultor se tatuó en el cuerpo cuando prometió (y acertó) que el libertario saldría primero en las PASO de 2023. La anécdota es relatada en Las Fuerzas del Cielo (Planeta), el próximo libro del periodista Juan Luis González, quien ya antes había publicado la exitosa biografía presidencial El Loco.
En esta cosmovisión, también muy presente en la hermana presidencial, Milei, más que un líder político, sería una suerte de enviado por el “Uno” –así llama el Presidente a Dios– y también blindado por él. Los intelectuales y políticos que se quejan del poco cuidado institucional de LLA deberían observar la escena desde este panóptico libertario: solo desde ese sitio todo se decodifica mejor. Del mismo modo hay que leer la frase de cabecera presidencial, que no es política, sino espiritual: “La victoria en la batalla no depende de la cantidad de soldados sino de las fuerzas que vienen del cielo”. Una cita del Libro de los Macabeos. Un dato revelador: en el debut de la agrupación Las Fuerzas del Cielo, en noviembre pasado, los jóvenes mileístas lucieron el pin de la “cruz orlada”, otro fetiche de la simbología de Parravicini. La misma cruz fue exhibida por Caputo y su tropa en la última apertura de las sesiones ordinarias en el Congreso.
No es la primera vez que Podestá Costa visita la Casa Rosada. Hace un año, también se reunió con los hermanos Milei en la Casa Rosada, a quienes les llevó como obsequio aquella cruz insignia de su tío abuelo, aunque luego se quejó por su uso político. Contradicciones esotéricas.
Los caprichos del destino conectan a Parravicini con la astróloga Ludovica Squirru. El abuelo de Ludovica, Carlos Squirru, era amigo del Nostradamus argentino. Parravicini le llevaba sus revelaciones, canalizadas según Parravicini, por el arcángel San Gabriel.
Adentrarse en el mundo de los hermanos Milei es alumbrar un territorio en el que la política, lo público, lo privado y sobre todo lo místico se funden en un mismo universo. Las fronteras son difusas y confusas. Las lógicas, diferentes de todo lo conocido. Se trata de un territorio plagado de brujos, rabinos esotéricos, revelaciones, apariciones y terapias alternativas, muchas de ellas convalidadas y adoptadas por parte de la sociedad –es importante recalcarlo–, sobre todo por las clases medias urbanas. La ciencia tradicional es otro blanco de esta cultura emergente.
En su reciente biografía sobre Karina Milei (Karina. La Hermana. El Jefe. La Soberana, de Editorial Sudamericana), Victoria De Masi, su autora, relata cómo se suben o se bajan peldaños en La Libertad Avanza. “Karina te escanea y sabe –advierte De Masi–. Si tu energía es baja, es suficiente para que te expulsen del movimiento. Lo importante para ellos es vibrar alto”. Podría traducirse con otra frase de Milei: “Los argentinos de bien”. Otra frase de la cultura espiritual, no de la política tradicional. Lo mismo podría decirse del nombre que les otorga a sus enemigos. A Larreta lo ha bautizado “El Siniestro” y a los “zurdos”, “enfermos del alma”.
El historiador italiano Loris Zanatta diría que todos los populismos son, en el fondo, mascaradas de religiones que dividen al mundo entre buenos y malos. Y que cada populismo tiene a sus propios buenos y malos.
Juan Luis González cuenta en El Loco que Milei padeció una profunda crisis personal en la pandemia. Durante aquella peste habían fallecido su terapeuta y uno de sus cinco perros, clonados de Conan. De aquella crisis lo rescató su hermana Karina. Tan mal estuvo que su hermana lo llevó a vivir nuevamente a la casa de sus padres, los mismos a quienes Milei ha reseñado, más de una vez, como los verdugos de una infancia violenta.
Fue en ese lapso, cuenta González, cuando el líder libertario sufrió una revelación, supuestamente de Dios: sería presidente en 2023. Poco antes de la pandemia, suma De Masi en su trabajo de investigación, la misma “revelación” fue hecha a los hermanos por el Brujo Gustavo, un extraño personaje que se acercó en 2018 al entorno mileísta, pero que luego terminó traicionando a Javier. El mismo mensaje le trajo el rabino ortodoxo Axel Wahnish, el guía espiritual que parece haber reemplazado a su terapeuta fallecido durante la pandemia.
Pero atención que Parravicini es el rockstar de Santiago Caputo y la guardia pretoriana digital joven de Milei, no de Javier ni de Karina. Ellos, en todo caso, lo adoptaron y tienen otros referentes. Así lo describen los periodistas Manuel Jove y Maia Jastreblansky en El Monje, la verdadera historia de Santiago Caputo, el guionista de Milei (Planeta), otro texto que el mercado editorial lanzará en abril para la Feria del Libro. Allí, los autores se zambullen en el más enigmático personaje del mundo libertario y de sus seis adláteres: Macarena Alifraco, la más influyente al lado del operador; El Gordo Dan; Agustín Romo; Juan Doe, Tomás Jurado y Lucas Luna (Sagaz, en X). Todos ellos se conocieron en el territorio digital, aunque Ramiro Marra hizo, luego, de nexo. Si La Cámpora se movía entre blogs, Las Fuerzas del Cielo orbita entre los tuits.
Treintañeros casi todos, comparten guiños esotéricos generacionales y una fascinación por los signos y símbolos del Imperio Romano, íconos que circulan, por ejemplo, en juegos online entre los jóvenes de su generación. Por caso, una de las cuentas que se le atribuyen a Santiago Caputo lleva como nick @MileiEmperador. Series como Peaky Blinders, Game of Thrones o la saga de Star Wars forman parte de la estética joven libertaria y, por qué no, de esta nueva forma de hacer política.
Jove cuenta que Lucas Luna le regaló a su jefe un prendedor de la simbología de Star Wars: las manos del Rey. Los jóvenes ya preparan un manual fundacional de la doctrina libertaria, Las Epístolas del Cielo, cuya tapa anda circulando por X. Académicos tradicionales, abstenerse: la cultura popular hollywoodense, unida a un particular misticismo, ha llegado al poder.
Con la democracia liberal en crisis, si alguien pretende comprender a este animal político exótico que es Milei –y sus seguidores– con categorías del siglo XX, fracasará. Para adentrarse en esta nueva lógica, mejor desentrañar al maestro Yoda o a su discípulo Luke Skywalker, un redentor o un elegido de La Fuerza. En este caso, de Las Fuerzas del Cielo. La lucha ya no es –desde hace rato– entre izquierdas y derechas, dirían los libertarios, sino, como en La guerra de las galaxias, entre la luz y la oscuridad.
Por Laura Di Marco
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