La trama del poder
Laura Di Marco: “Las caras de la hipocresía”
Hace once años hice una profunda investigación sobre La Cámpora, que se volcó en un libro. Aquel libro de principios de 2012 arrancaba con una frase de Néstor Kirchner. Les hablaba a sus hijos políticos. La escena relatada era 2008, en la Quinta de Olivos.

El editorial de Laura Di Marco, en La Trama del poder, en LN+
1 de julio de 202321:29
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PARA LA NACION
“Muchachos, hay algo que tienen que entender. En política, hay dos clases de tipos: los que trabajan para un proyecto colectivo y los cogedores sueltos. A las dos de la segunda categoría hay que saber detectarlos a tiempo porque, tarde o temprano, te terminan cagando”
Néstor Kirchner se refería a Sergio Massa y a otros dirigentes que, en ese entonces, estaban dentro del kirchnerismo, como Martín Loustau, y a quiénes Néstor Kirchner percibía como políticos con desmedidas ambiciones personales. Políticos, como el caso de Massa, tal vez demasiado parecidos a él.
Muchos años más tarde, en 2023 y tal como lo había pronosticado Néstor, Massa extorsionó a su viuda para quedarse con la candidatura única del reciclado kirchnerismo, ahora Unión por la Patria. O, como le llaman en las redes, “Unión por la Plata”.
Massa amenazó con renunciar y tirarles el Ministerio de Economía por la cabeza si no se cumplía con su ambición de ser ungido como el único candidato a presidente: “Si no soy el candidato, después de las Paso explota todo”.
Así fue como “Wadito” pasó a ser un [Eduardo] De Pedro traicionado y [Daniel] Scioli también, al que Alberto Fernández bajó de un hondazo que horas más tarde aparecía a los abrazos con el Presidente en el despacho presidencial.
Estos tres son tres personajes que se detestan entre sí, pero le mienten a la gente mostrándose armoniosos. Son hipócritas. Montan un show. Digamos las cosas como son. Cristina le ordenó esta semana a Scioli, el humillado, que se junte con Sergio Massa para mostrar una ficción de unidad.
Si les aplicaran el suero de la verdad surgiría que se odian. Se odian tan profundamente que, cuando Massa enfrentó al kirchnerismo en 2013, y Scioli era gobernador sufrió un extraño robo en su casa de Tigre. Los Massa siempre lo culparon a Scioli y lo interpretaron como una intimidación.
En esto Malena Galmarini coincide con [Luis] D’Elía que, al menos, es menos hipócrita que los demás y dice lo que la militancia piensa de verdad sobre Massa. El peronismo es el juego por ver quién es peor que quién. O más hipócrita.
Amado Boudou, condenado en tercera instancia -tiene condena firme- por robarse la máquina de hacer dinero, está trabajando, como si nada pasara, junto con su amigo Sergio Massa en el acuerdo con el Fondo Monetario Internacional.
Esta fue la primera semana de Massa ministro de Economía y precandidato a presidente. La semana que viene tiene que traer algo del acuerdo con el Fondo, por eso se abre para él una semana crucial.
Cuando militaban juntos en la Ucedé de Álvaro Alsogaray, Massa y Boudou tenían a un jefe político que se llamaba Carlos Maslatón. El nuevo rockstar liberal, ahora fanático de Cristina Kirchner.
La Cámpora y la militancia K no se fuman a Massa, pero se acomodan con Massa. Llenaron las listas con sus candidatos. Agustín Rossi, el ahora precandidato a vicepresidente de Sergio Massa, lo detesta desde siempre y lo ubica -con toda claridad- en el campo de la nueva derecha.
Massa, la nueva derecha. Massa, peor que [Mauricio] Macri, como dice ahora D’Elía. Massa, un océano de un centímetro de profundidad como dice Aníbal Fernández. La Cámpora es aliada de China y de la dictadura de Maduro.
Massa tiene lazos más que estrechos con la embajada de Estados Unidos y con el círculo rojo de la Argentina que empujó por su candidatura. Ojo, también el FMI empujó por su candidatura. Pero, ¿cómo? ¿Máximo Kirchner no había renunciado a su banca por el acuerdo con el Fondo y ahora tiene un candidato apoyado por el propio Fondo?
Es así. La hipocresía tiene muchas caras. La dictadura de Maduro, estrecha aliada del kirchnerismo y sobre todo de La Cámpora, inhabilitó a la candidata favorita de la oposición por 15 años. María Corina Machado lidera las encuestas para las elecciones presidenciales de 2024.
Lo asombroso del asunto es que el kirchnerismo se llena la boca afirmando que es víctima de una persecución judicial cuando apoya, de manera abierta, a sistemas que encarcelan o expulsan a opositores. No todo es lo que parece.
La hipocresía de la sociedad encarnada en el caso Silvina Luna
La noticia del grave cuadro de salud por el que atraviesa Silvina Luna, intoxicada con metacrilato, aplicado por el médico Aníbal Lotocki en 2011, desató un debate nacional sobre el fanatismo de las argentinas -pero también de los argentinos- por las intervenciones estéticas para parecer más jóvenes y menos imperfectos.
Esta semana he llegado a escuchar acusaciones que casi la convertían a Silvina Luna en culpable de su destino. La acusaban de haber sido manipulada. Lo que le falta a ese “análisis” es que miremos de frente nuestra propia hipocresía y que examinemos realmente nuestras propias creencias. Y después que cada cual haga lo que quiera con su cuerpo. Acá no demonizamos nada, ni a nadie, pero sí saber que hay en el fondo del drama de Silvina Luna.
Si se mira el mundo de los políticos hay pocos que tenga como parejas a “mujeres reales”. A mujeres normales. La mayoría -o los más visibles- tienen al lado mujeres que son verdaderos modelos de belleza -y modelos aspiracionales, también- o a mujeres 20 o 30 años menores que ellos. Con los empresarios sucede exactamente lo mismo.
Estos son los aspiracionales que luego baja a la sociedad. De hecho, por eso el boom de los padres mayores de 60, que tienen hijos con mujeres 20 o 30 años menores que ellos.
No acusamos a nadie, solo describimos una realidad, que es obvia y visible. Hablamos de una sociedad edadista, que expulsa a los mayores, que los hace sentirse invisibles y hasta afuera de la vida. Las mujeres lo sufren especialmente, pero también afecta a los hombres.
La vejez, ser vieja. La amenaza de verse fuera del mundo del espectáculo o de la televisión por “parecer” mayor (no tanto por serlo) está en el trasfondo de la gravedad del cuadro que atraviesa Silvina Luna.
Quién expuso el edadismo en blanco sobre negro, tal vez sin quererlo, fue Elisa Carrió. Y luego pidió disculpas. Hablaba de Luis Brandoni, de 83 años, su adversario para el Parlasur.
Parece que Brandoni, por el solo hecho de haber pasado los 80 años y aunque esté en un perfecto estado cognitivo como parece estarlo, está inhabilitado para competir por su edad.
No es una rareza argentina. La vejez no “garpa” en Occidente. En Hollywood, y aquí en la Argentina, hay un debate muy profundo sobre el hecho de que las actrices mayores no encuentran trabajo. Meryl Streep es probablemente la excepción.
Creencias sociales, profundamente arraigadas, que llevan a hombres y mujeres a hacer cualquier cosa, incluso a poner en riesgo sus propias vidas, para no envejecer. Para no ser expulsados del paraíso.
El problema no es Silvina Luna sino nuestras ideas acerca de la vejez, los cuerpos, la sexualidad, la fama y el paso del tiempo. Si nos dieran el suero de la verdad, lo veríamos con toda claridad.
La trama del poder
Cristina y Milei: ¿se consolida una nueva grieta?

En un escenario político que parece redefinirse, se intensifican los movimientos alrededor de dos figuras centrales: Cristina Fernández de Kirchner y Javier Milei. Mientras Cristina reaparece en escena tras un largo silencio —desde su rechazo público a la ley de “ficha limpia”—, Milei continúa afianzando su posición como el único líder de la nueva centroderecha, desplazando incluso a Mauricio Macri.
Aunque Cristina y Milei encarnan espacios ideológicos antagónicos, entre ellos no existe la tensión irreconciliable que marcó la relación entre Cristina y Macri. La expresidenta no percibe en Milei una amenaza judicial directa, a diferencia de lo que sentía frente a Macri, a quien responsabiliza por una supuesta persecución desde la “mesa judicial”. De hecho, existe cierto respeto mutuo: Cristina habría leído un libro de Milei sobre inflación y, en privado, elogia su coraje político.
Esto no significa una alianza, sino una reconfiguración de los antagonismos. Cristina representa un peronismo que Milei no combate desde el plano judicial ni simbólico, sino desde un relato económico radical y una narrativa de “refundación” del Estado. Su objetivo, según dice, es claro: ordenar la macroeconomía, no saldar cuentas con el pasado. En su armado político conviven figuras del kirchnerismo, el massismo y el menemismo, lo que contrasta con la lógica excluyente del macrismo.
En paralelo, Mauricio Macri parece quedar cada vez más al margen. A pesar de algunos gestos de reconciliación —como un mensaje conciliador a Milei tras las elecciones—, su influencia en la interna opositora se diluye. Dirigentes como Santilli o Ritondo ya tomaron distancia, y algunos ya visten la camiseta del oficialismo.
El mileísmo emerge así como el nuevo eje de confrontación, desplazando el histórico kirchnerismo-antikirchnerismo. La nueva grieta ya no enfrenta al progresismo con la derecha tradicional, sino a quienes apoyan la visión refundacional de Milei contra quienes la resisten.
En ese tablero, los relatos culturales y simbólicos también están en disputa. Tanto el kirchnerismo como el mileísmo apuestan fuerte a la construcción de sentido: símbolos, épicas, enemigos claros. El escenario electoral empieza a perfilarse, y todo indica que los protagonistas principales ya están definidos.
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La trama del poder
Ficha Limpia: el naufragio que nadie se anima a explicar

El rechazo al proyecto de Ficha Limpia dejó al descubierto una trama de traiciones, pactos en las sombras y silencios cómplices. ¿Quién está detrás de la operación que rompió el tablero político? ¿El gobierno nacional, el PRO, Milei, o… Cristina?
El último programa del La Trama fue una noche caliente, cargada de tensión. La sesión por la Ley de Ficha Limpia terminó en un naufragio que defraudó a millones de argentinos. Mientras el 80% de la sociedad reclama transparencia, la política respondió con un espectáculo de engaños y giros inesperados. Dos senadores misioneros, Carlos Arce y Sonia Rojas Decut, que horas antes habían asegurado su voto a favor, se dieron vuelta sin dar explicaciones. Se levantaron de sus bancas y se fueron. ¿Quién dio la orden?
Rápidamente aparecieron las acusaciones cruzadas: desde el PRO, Macri apuntó contra el gobierno nacional y sugirió un pacto con Rovira, el jefe político en las sombras de Misiones. Desde La Libertad Avanza, Milei devolvió el golpe, responsabilizando al PRO de montar una operación mediática. Rovira, por su parte, no habla. Y eso también dice mucho. La nota de Martín Böhmer en La Nación afirma que el propio Rovira recibió un llamado del presidente. ¿Fue Milei, fue Caputo, fue alguien más? ¿Hubo o no hubo una negociación?
Lo que más me sorprende es el silencio. Silencio de los senadores, silencio del gobernador Passalacqua, silencio del propio Rovira. Incluso Milei, tan activo en redes cuando quiere escrachar periodistas, esta vez no dijo una palabra sobre las revelaciones de Böhmer. ¿Por qué? Hay quienes afirman que esta operación no fue ni del PRO ni del gobierno, sino de Cristina Kirchner. Ruckauf lo dijo con todas las letras: Cristina siempre fue la jefa de Rovira. ¿Fue esta una jugada para romper el eje Milei-Macri?
Este episodio es una radiografía de la casta política en acción. Una trama opaca, llena de internas, pactos subterráneos y operaciones cruzadas. Lo único claro es que la sociedad volvió a ser la gran víctima. Nos deben una explicación. Y, más que nunca, nos deben una política que no se burle de la confianza pública.
La trama del poder
MILEI VS LA PRENSA

Milei y su nueva batalla cultural contra la prensa
Hoy quiero compartir con ustedes mi mirada sobre el creciente enfrentamiento entre Javier Milei y un sector de la prensa crítica. No se trata sólo de reacciones aisladas contra periodistas como Alfredo Leuco, Marcelo Bonelli o el gran Jorge Fernández Díaz —figuras que, recordemos, han sido históricamente muy críticas del kirchnerismo—, sino de algo mucho más profundo: una nueva batalla cultural que apunta a desacreditar al periodismo como institución.
Este conflicto se intensificó a partir de una entrevista que Milei le concedió a Alejandro Fantino, donde el presidente no dudó en calificar de “mentirosos” y “operadores” a periodistas de larga trayectoria. Para mí, esta estrategia no es improvisada. Muy por el contrario, veo una narrativa deliberadamente impulsada por Milei y su asesor estrella, Santiago Caputo, que busca confundir: mezclan la crítica legítima al periodismo “ensobrado” —que existe, sin dudas— con el desprestigio generalizado de toda voz crítica o independiente.
En el editorial también cité a Fernando Ruiz, fundador de FOPEA y profesor de la Universidad Austral, quien hizo una advertencia que me parece clave: Milei es, desde los tiempos de Sarmiento, el presidente que mejor comprende el funcionamiento de los medios. Y esa comprensión, lejos de ser neutral, está siendo utilizada para debilitar al periodismo profesional en un momento donde la sociedad ya no valora a la prensa como antes.
Aunque reconozco que la quita de la pauta oficial es un paso hacia una mayor libertad de expresión, también planteé una duda legítima: ¿podemos asegurar que no existen apoyos encubiertos a medios o streamings ultraoficialistas? Las versiones, al menos, circulan.
Finalmente, quiero dejar una reflexión: confrontar con la prensa es legítimo, claro que sí. Lo que no suma, lo que le resta al presidente y al debate democrático, es el insulto. Sin medios fuertes, no hay democracia. Sin un periodismo profesional, es el Estado —ese mismo Estado que Milei dice detestar— el que termina controlando la comunicación, como ocurre en Cuba, en China o en Rusia. Y eso, más allá de cualquier simpatía política, debería preocuparnos a todos.
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