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Argentina, 1985: ¿qué nos hace llorar cuando la vemos?

¿Cómo construimos personalmente la historia de la Argentina? Más allá de lo que aprendemos en la escuela, ¿cuánto de lo que pensamos nos pertenece y cuánto clonamos de la narrativa familiar?

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La sala parece una misa. El silencio es emocionado, compacto, tanto que puedo escuchar a la señora sentada en la butaca de al lado susurrándole al marido: “Tengo piel de gallina”, le dice. En la pantalla no hay sexo ni romance. Estamos viendo un juicio. Una película sobre la historia política reciente que desmiente ese pronóstico del folclore argento –tóxico, por cierto– de que en la Argentina siempre, todo, termina mal. Todos conocemos el final, pero aun así nos emociona. Esta vez, increíblemente, la película de la Argentina termina bien. Esa certeza nos hace llorar.

“Cuando queremos, los argentinos somos los mejores del mundo. ¡No hay con qué darle!”, me informa, orgulloso, el marido de la señora, mientras va camino a la salida, en medio del aplauso cerrado que estalla al final de Argentina, 1985. El film de Santiago Mitre acaba de ingresar a la competencia por los Oscar 2023. ¡Bingo! El orgullo es completo. Hace tanto tiempo que no nos atraviesa esa emoción por este país. Se siente bien, se siente raro. Tal vez el éxito del film se trate, además, de eso: la autoestima nacional se restaura un poco en esa misa laica en la que, por un momento, se convierte el cine.

Yo también estoy emocionada. Pienso en mi papá, un radical apasionado que me iba narrando el Juicio a las Juntas en tiempo real, como un precursor ochentista de Twitter. Padre e hija coleccionábamos el Diario del Juicio, esas crónicas del horror que nutrían a una sociedad en shock, que empezaba a despertar. Las caras burlonas de Massera, el insulto de Viola, las palabras de Strassera, las miradas del “pibe” Moreno Ocampo: “¡Ese pibe es un fenómeno!”, se emocionaba mi papá, mientras miraba la TV, en tiempos previos a las redes sociales. La democracia recién recuperada vivía en un peligro permanente.

Toda esa gesta, que la película muestra con fidelidad, quedó impresa en mi cerebro adolescente no tanto por lo que yo podía decodificar, sino por lo que mi papá narraba. Hoy estoy segura de que si no hubiera sido por aquellos relatos ese juicio único contra los militares que violaron derechos humanos no habría calado tan hondo en mí.

¿Cómo construimos personalmente la historia de la Argentina? Más allá de lo que aprendemos en la escuela, ¿cuánto de lo que pensamos nos pertenece y cuánto clonamos de la narrativa familiar? Estas preguntas nos interpelan, a la vez, como padres: ¿qué les contamos a nuestros hijos sobre nuestro presente y pasado político?

La influencia de los padres sobre los hijos adolescentes está en el centro de la agenda mediática, casi cuarenta años más tarde, con la toma de colegios. Padres que, en función de su ideología, empujan a sus hijos a confundir una protesta legítima con una abierta transgresión de la ley. Minimizando, incluso, el destrozo de edificios públicos, al que ven como un “daño colateral” en la guerra santa que imaginariamente libran contra “el macrismo y sus esbirros”. De la restauración del Estado de Derecho a la relativización de la ley.

Porque Argentina, 1985 también nos interpela en ese sentido: ¿qué pasó con aquel país, lleno de ilusiones, que no solo soñaba con la recuperación del Estado de Derecho, sino también con hacer realidad aquella hermosa promesa de que con la democracia se come, se cura y se educa? El presente nos devuelve una foto mucho más cruda: 21 millones de compatriotas no tienen lo suficiente para desarrollar una vida digna. Diecisiete millones de pobres y cuatro de indigentes: no se trata de estadísticas sino de más de 20 millones de vidas humanas maltrechas. Cuarenta años más tarde, también lloramos por eso.

El senador Luis Juez fue vocero de esta frustración colectiva el último domingo en LN+. “La gente te pregunta: ¿en qué me cambiaron la vida estos 40 años de democracia? Decime una sola cosa que haya cambiado: educación, salud, futuro, jubilación. ¿Y saben qué? ¡Tienen razón! Yo hago política desde 1982. Siempre puse lo mejor de mí y no quiero mirar a mi hijo a los ojos y decirle que soy un fracasado. Que fracasamos”.

Acaso sin buscarlo la película protagonizada por Ricardo Darín y Peter Lanzani deja expuesto al kirchnerismo, en su peor versión. Deja en claro que, recluidos en el sur y desinteresados del drama que nos atravesaba, Néstor y Cristina Kirchner encarnaron un fenómeno extraalfonsinista. Un presidente que debió haber sido rodeado por toda la dirigencia política, ante semejante encrucijada, quedó completamente solo. El “gorila” de Alfonsín, acaso, no merecía ningún apoyo. Como diría el fiscal Strassera, muchos años más tarde: los que se llenan la boca acusando a los demás de connivencia o continuidad con la última dictadura jamás presentaron siquiera un habeas corpus.

Efectivamente, después de lo que significó el Juicio a las Juntas, hacer bajar un cuadro de Videla, veinte años más tarde, cuando los militares habían perdido todo poder de fuego, suena deslucido. Y hasta ridículo. “Acá quienes no hicieron nada por los derechos humanos son los Kirchner. Solo se dedicaron a hacer plata”, contraatacó, en 2010, el fiscal.

Por esas palabras, formuladas durante el gobierno de Cristina Kirchner, Strassera recibió una verdadera carga de artillería. Primero lo cruzó la presidenta por Twitter y, días más tarde, la lengua barrabrava del inefable Aníbal Fernández. “Strassera es un impresentable aun cuando le hagan una casa con forma de desagravio”, lanzó, y, para que no quedaran dudas, completó el concepto: “Las circunstancias lo pusieron en ese lugar (de acusar a las juntas militares), no creo que esa haya sido su vocación”. La militancia y los medios K llegaron a acusar al fiscal de “borracho”. De nuevo: no importaba lo que había hecho o no Strassera, sino de qué lado estaba. Ahora que una película homenajea su rol e, incluso, podría llegar a ganar un Oscar, el kirchnerismo querría robar algo de aquel capital simbólico. Pegarse al brillo del fiscal y borrar aquellos insultos. Pero ya es tarde: todo está allí para quien sepa buscar en la autopista informática, como un espejo de la justicia poética.

El populismo K es como los malos padres: le conviene infantilizarnos. Y despliega todo tipo de trucos para mantenernos en ese estado: pequeños, demandantes, muy centrados en los derechos y poco en los deberes. Nos despotencia como ciudadanos autónomos para que nos arrodillemos no ante la “patria cerealera”, como vociferó el último fin de semana Máximo Kirchner, sino ante papá y mamá, los verdaderos dadores: Perón y Evita, Néstor y Cristina o el caudillo feudal de turno, a lo Insfrán. Así se configura un país convenientemente infantil. O un país jardín de infantes, como diría María Elena Walsh.

Esa configuración es la que quedó expuesta en la toma de los colegios públicos porteños. Lo describe bien Laura Gutman, autora de La maternidad y el encuentro con la propia sombra: “Los padres de esos adolescentes que toman colegios también pretenden solo recibir. Sin embargo, no se les ocurre apoyar a los jóvenes para hacer algo a favor del otro. ¿Acaso no sería esperable que entre todos mejoremos la calidad de lo que sea que no nos gusta? ¿Propuestas? ¿Acciones concretas? ¿Amasar pan de buena calidad y repartirlo? ¿Cultivar algunas zanahorias en el patio de la escuela? ¿Inventar nuevos aprendizajes de modo más creativo? Definitivamente, crecer da mucha pereza”.

Crecer como país. Argentina, 1985 nos obliga a mirar hacia atrás y preguntarnos qué nos pasó. Y por qué nos pasó. ¿Estamos aún a tiempo de torcer la historia?

Por Laura Di Marco para lanacion.com.ar

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Laura Di Marco: “Un freno a la sultana”

La sultana, juntos a varios sultanes que se eternizan en sus territorios en la Argentina, fueron frenados por la Corte Suprema de Justicia esta semana, que le puso un límite a las reeleciones indefinidas y suspendió las de mañana, en Tucumán.

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El editorial de Laura Di Marco en La trama del poder, por LN+

13 de mayo de 202321:34

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Laura Di Marco

PARA LA NACION

Y justamente, a esa nena caprichosa que es Cristina Kirchner, le enfurece que le pongan un límite.

Acostumbrada, ella y su marido, a hacer su suprema voluntad desde que Néstor Kirchner se convirtió en el amo del feudo de Santa Cruz, el viernes tuiteó: “Se salieron con la suya”. Indigerible para la sultana. Imaginate: algún otro que no sea ella que se salga con la suya.

Justo Cristina que, como contó Luis Juez esta semana en LN+, tenía un plan, junto al santacruceño, para eternizarse 20 años en el poder. Y después de 20 años te deben la vida, decía Néstor, porque vos los nombraste a todos.

El matrimonio cooptaba a la gente no solo política sino también emocionalmente.

Hoy el principito Máximo Kirchner cerró un congreso del PJ en La Matanza, uno de los municipios más pobres de la Argentina, que no conoce la alternancia.

Es el showroom del peronismo. Fernando Espinoza, el sultán de turno, hace 18 años que la controla con un joystick desde Puerto Madero, donde vive, porque ni siquiera va a su lugar de trabajo.

La Matanza, desde donde hoy Máximo les habló a sus fieles, inconquistable para la oposición hasta ahora, es el corazón del conurbano. Y lo es porque, entre otras cosas, contiene un volumen de votantes equivalente a cinco provincias chicas.

En La Matanza, el Principito criticó a la Corte, con toda la sarasa que vienen repitiendo desde hace 20 años. Máximo le pegó especialmente a su presidente, Horacio Rosatti, obviando, con mucha picardía ante su grey, que el presidente de la Corte fue ministro de Justicia de su papá, compañero de gabinete de Alberto Fernández y que renunció denunciando un negociado de su papá.

El principito obvió otro dato: la verdadera gran corporación de la Argentina, es el perokirchnerismo que tiene tomados, desde hace años, territorios enteros de la Argentina. Físicos y simbólicos. Pedazos del Estado argentino que se han llevado a su casa o a las carteras Louis Vuitton de Cristina, que tanto le gustan.

Los Insfrán de la vida, 32 años en el poder de Formosa. Los Manzur de la vida, más de veinte años controlando Tucumán, y aspiraba a un quinto mandato más, que por el bien de los tucumanos se le frustró. Ah y también aspiraba a ser candidato a presidente, que también se le frustró por el bien de los argentinos. O sea: la Corte le hizo archivar los dos sueños de eternidad.

Cuando los sultanes se chocan de frente con la ley, que siempre es límite, se ponen muy creativos: ponen a sus delfines, a sus esposas o a sus choferes. Y también inventan trampas. Como este sincericidio del senador Pablo Yedlin, delfín de Manzur, que criticando el fallo de la Corte que les frenó las reelecciones eternas dijo esto: “¡Los votos dentro de las urnas!”.

Es que cuando la trampa es un modo de vivir la terminas naturalizando.

Esta semana nos deja una lección: la grieta se cierra con Justicia. Porque, a diferencia de otros proyectos hegemónicos que sí tuvieron éxito, como Cuba, Venezuela o Nicaragua, en la Argentina quedaron en pie resortes que ofrecieron resistencia: la Corte, otros sectores de la Justicia, la sociedad civil, la clase media, el campo, medios de comunicación robustos y críticos. En los otros casos, todos esos resortes fueron barridos.

Salvando todas las distancias -todas- la grieta de la dictadura fue saldada con la Justicia. En 1985, el juicio a las cúpulas militares que habían violado derechos humanos dio inicio a los 40 años ininterrumpidos de democracia que hoy disfrutamos.

Es cierto que no se enjuició a las cúpulas guerrilleras, que andan libres por la vida y algunos son funcionarios de este gobierno. Y, tal vez por eso, las heridas de los ‘70 todavía siguen abiertas.

Fijate, cuándo se bajó Cristina de toda candidatura -que muy probablemente no sea candidata a nada- fue condenada por la Justicia en la causa Vialidad.

Otro límite a la sultana es su propia imagen negativa y la de todas las figuras preponderantes del Frente de Todos.

En un sondeo de D’Alessio, Irol y Berensztein, Manzur encabeza el podio con el 74% de rechazo, mientras que la sultana anda por el 70%.

Otro límite es el propio peronismo republicano.

Finalmente salieron a la luz las conversaciones entre Horacio Rodríguez Larreta y el gobernador de Córdoba, Juan Schiaretti, para hacer un “frente de frentes” para las Paso y para que el cordobés se integre como la “pata peronista” a Juntos por el Cambio para enfrentar a Milei y al kirchnerismo.

Un freno casi infranqueable es la inflación desbocada. La Argentina es el segundo país del mundo con la mayor inflación anual de alimentos, superando a Ruanda, Zimbaue o Ghana. Y la desopilante explicación psicológica que dio sobre el tema Alberto Fernández, la criatura fallida de la sultana.

José Luis Espert, que también hoy confirmó que se integra como la “pata liberal” a Juntos por el cambio, también se refirió a la “inflación psicológica”. Melanie Klein, Sigmund Freud, Lacan y Jung ahora mismo se están revolcando en la tumba.

El ministro Sergio Massa pretende ser el único candidato a presidente del Frente de Todos con una economía que algunos, como Fernando Marull, comparan con la escalada inflacionaria del ‘89, que nos llevó a una híper.

Laura Di Marco

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Laboratorio Uruguay: Gildo, la pobreza y el exilio de las elites

La Argentina necesita de “buenos ejemplos visibles”, pensaba el politólogo Guillermo O’Donnell. Y tal vez, en esa frase dicha al pasar resida el nudo de nuestras desgracias. Porque lo que hoy brilla son los contraejemplos, asociados con nuestra decadencia. Gildo Insfrán y la corporación de los Moyano son, tal vez, los contraejemplos más icónicos de un país que ha multiplicado su pobreza por 10 en los últimos 30 años.

Publicado

el

4 de mayo de 2023

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Laura Di Marco

Hace 35 años que Insfrán controla los destinos de uno de los feudos más pobres y atrasados de la Argentina. Declarado enemigo de la idea de progreso, fue destacado como el mejor gobernador del país por el Presidente. Vacunado vip, Hugo Moyano, boicoteador serial de los gobiernos democráticos no peronistas, también fue premiado por Fernández, quien, incluso en plena cuarentena estricta, organizó un asado en su honor y el de su familia, en la quinta de Olivos. Cualquier conexión con el film El irlandés es mera coincidencia.

Insfrán fue protagonista de una las frases más brutales de la semana contra los porteños “hijos de su madre”, que siempre “están mirando a Europa”. Meses atrás, siempre honrando el diálogo democrático, los había llamado “zánganos”. Pero la verdad es que ni los porteños ni los argentinos que innovan y producen, diseminados a lo largo del país, están pensando en Europa. Adonde sí están mirando es al otro lado del río, a Uruguay, y allí se instalan. ¿Por qué?

Este es el tema que abordan en su último libro María Eugenia Estenssoro y Silvia Naishtat: Laboratorio Uruguay, el pequeño gigante que sorprende en América Latina. Se trata de dos autoras proactivas dedicadas a investigar el vaso medio lleno. Es decir, los buenos ejemplos visibles y los países que funcionan.

Ya en 2017 Estenssoro y Naishtat habían escrito Argentina innovadora. Allí habían puesto el foco en la generación dorada, esos jóvenes emprendedores creadores de multinacionales tecnológicas, en la poscrisis de 2001. Algunas de esas exploraciones fueron los casos de Marcos Galperín, dueño de Mercado Libre; Martín Migoya, de Globant; Roberto Souviron, uno de los creadores de Despegar; OLX, de Alejandro Oxenford, y, la más reciente, Satelogic, de Emiliano Kargieman.

Sin embargo, con el tiempo, y el advenimiento del cuarto gobierno kirchnerista, todos ellos y sus empresas terminaron emigrando. La mayoría, a Uruguay.

Pero ¿por qué a Uruguay? De ese hilo empezaron a tirar las autoras. “Teníamos a los Messi de la tecnología y los expulsamos, ¿por qué?”, fue el disparador que planteó Estenssoro. El caso de Satelogic es muy ilustrativo. Fundada en 2010, la compañía, que fabrica satélites del tamaño de una cocina, fue incubada en Invap, una empresa estatal radicada en Bariloche que fabrica reactores nucleares, aunque los diseña en el exterior.

¿Qué le pasó a Kargieman, matemático formado en la UBA? El 75% de sus insumos depende de la importación y se topó con el cepo de Cristina. Además, necesitaba exportar porque los satélites se lanzan desde Estados Unidos, Guyana, China. Finalmente llegó a necesitar la firma de cinco ministros para que su empresa pudiera seguir existiendo. Decidió mudarla a la zona franca de Montevideo.

Estenssoro y Naishtat dan con una tesis inquietante. Si bien los argentinos hemos sufrido varios exilios a lo largo de la historia, como el de la clase media pauperizada en 2001 o el político, durante la dictadura, lo que nunca se había producido es este otro fenómeno: la huida de las elites económicas, como ya había sucedido en Venezuela.

¿Las razones? El discurso antiempresario, sentirse perseguidos y “escrachados” –como el caso de Pablo Moyano con Galperín–, la presión impositiva que roza lo confiscatorio, la supervivencia de sus empresas, la carencia de una visión de futuro, el contexto político. Como afirma el politólogo uruguayo Gerardo Caetano: ni el peronismo ni los liderazgos mesiánicos jamás podrían haber tenido lugar en el Uruguay porque, desde su fundación, su matriz fue republicana, liberal y laica. El resultado, según The Economist, es que el pequeño gigante rankea en el lugar número 11 entre las democracias más plenas del mundo.

“Se nos fue la generación dorada de la Argentina –dice Naishtat– y esto nos hace acordar a la fuga de cerebros que sucedió durante la dictadura de Onganía, cuando fueron expulsados (César) Milstein y (Manuel) Sadovsky”. Una fuga de cerebros que terminó obturando el desarrollo de la Argentina. También con la excusa de la ideología, aunque en los años 60, se los expulsaba porque aquellos científicos eran, supuestamente, de izquierda y estos emprendedores son, supuestamente, de derecha. O, para resumirlo en el lenguaje presidencial: de la “derecha maldita”.

El exilio de las elites argentinas se da en un tiempo en el que dos viejos enemigos, Julio María Sanguinetti y Pepe Mujica, decidieron dialogar juntos en un libro, como actuales adversarios, en el que demuestran que la izquierda y la derecha pueden convivir sanamente, en el marco de un sistema que no demoniza al otro por pensar diferente.

Laura Di Marco

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Milei, la cacerola de 2023

La gran novedad de esta semana es que un outsider, en el que hace dos meses atrás nadie pensaba como posible integrante de un balotaje, tiene chances de ser presidente.

Publicado

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30 de abril de 2023

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Laura Di Marco

PARA LA NACION

No es el candidato más probable -ese podio aún los tienen los postulantes de Juntos por el Cambio- pero hoy sí es un candidato posible.

Ese outsider, con apenas ocho diputados, se llama Javier Milei, al que tanto Mauricio Macri como Cristina Kirchner no solo están legitimando, sino incluso lo subieron al ring esta semana. Macri y Cristina devinieron en punteros de Milei. ¿Parece exagerado?

El año pasado Macri dijo que votaría a Milei y hace unos días, en una entrevista, vaticinó que el libertario podría ingresar al balotaje. Cuando Macri lo mete en el balotaje está potenciando el efecto “carro del triunfador”.

Esto está estudiado por los consultores: si yo digo que alguien va ganando se convierte en una alternativa “enviagrada”. Me tienta votar al ganador.

Cristina también lo subió al podio esta semana, desafiándolo con dos de sus ideas más potentes, que se convirtieron en la discusión sobre la que gira la campaña: dolarización y casta. ¿Por qué Cristina le pega a Milei y, de ese modo, le sube el precio?

Milei le roba votos tanto a Juntos por el Cambio como al kirchnerismo, aunque, si vamos a los números, es cierto que pareciera lastimar más a la oposición del viejo Cambiemos.

Según la consultora Synopsis, de Lucas Romero, por cada tres votos que le quita a Juntos por el Cambio, le quita uno al Frente de Todos. Pero hay otras consultoras que ven a un Milei quitándole tajadas a todos y todas y, lo más extraño, a un sistema político trabajando para él.

Juan Germano, de la consultora Isonomía, aporta otro dato. Hace un año y medio, cuando Milei medía 5 o 6% sus votantes eran de la derecha liberal que había salido del clóset. En cambio, cuando hace ocho meses llegó a un 10 o 20% ya atrapaba votantes cambiemitas.

Pero ahora, que ronda el 20%, es indudable que está atrayendo a votantes del Frente de Todos. Jóvenes de barrios vulnerables que antes votaron al kirchnerismo y que sienten que ese espacio no hizo nada por ellos. Es más, los empeoró.

Los votos que Milei recoge hoy en La Matanza, Morón, Avellaneda o Merlo no son de la derecha liberal. Son de gente desencantada. De jóvenes desesperanzados. Lo que va cambiando en Milei, que crece por oleadas, es la composición demográfica de su voto. Hay datos reveladores.

La mitad de los que votan en la argentina tiene menos de 40 años. El 90% de los votantes de Milei tiene menos de 50 años. Es más, según Alejandro Catterberg, de Poliarquía, el 53% de los que votan al líder libertario tiene menos de 30 años.

La pregunta del millón es: ¿tiene realmente chances Milei de ser el próximo presidente de la Argentina o, como dicen algunos encuestadores, es la cacerola del 2023?

Si se miran las encuestas y la trayectoria de la oposición, el ganador más probable es Juntos por el Cambio, a pesar la canibalización interna. Por muchas razones. Hay dos en particular. Vienen cosechando un 40 por ciento de los votos en las últimas tres elecciones. Además, hay una identificación cultural básicamente de las clases medias.

Este viernes se juntaron los candidatos de Pro en la casona de Mauricio Macri, en San Isidro. Se sacaron una foto de unidad. Muy unidos no se los veía, pero, lo que dejaron trascender, es que están callados -y prefieren permanecer así- porque están consensuando adentro.

Hacen bien. Si no se ordenan, siguen trabajando para Milei, sobre todo cuando Patricia Bullrich no para elogiarlo. Más todavía: Macri llegó a decir el año pasado que votaría por Milei.

No obstante, quedan preguntas abiertas en torno a Cristina. ¿Querrá ella levantar a Milei para dividir el voto no peronista en la provincia de Buenos Aires y así minar las chances de Juntos por el Cambio? Es una posibilidad. Eso es lo que piensa Mariel Fornoni, de la consultora Management and Fit.

Surge otra novedad. Lo que está dividido en la Argentina ahora es el no peronismo. Una Argentina en donde lo que se rompió es la esperanza. Milei es el candidato de los desencantados. De los desesperanzados. De los jóvenes a los cuáles nadie les ha mejorado la vida.

Los consultores tienen algunos consensos sobre este outsider que mueve el avispero. La campaña de Milei es genial, pero la debilidad es él mismo. Milei es el peor enemigo de Milei cuando propone un mercado para vender órganos o la libre portación de armas.

La campaña de Milei es más inteligente que su propio candidato. Este es un resumen de los encuestadores que están midiendo este fenómeno. Milei está obligando a todos a hablar de su agenda: la dolarización, los privilegios de la política, y la llamada “casta”.

¿Qué dice la gente en los focus group? Algo bastante lógico: “Voté al kirchnerismo, me fue mal. Voté a Macri, no me funcionó. Y bueno, voto a este que por lo menos no tiene prontuario político”. Pasado versus no pasado, podríamos decir.

¿Qué dice el propio Milei? El está de acuerdo con que es la cacerola de 2023, pero con una diferencia. Hoy hay una canalización política que, según Milei, sería él mismo.

La legisladora Ofelia Fernández, del Frente de Todos, dijo algo muy interesante en estos días: “Nosotros les prometimos a los jóvenes que le íbamos a cambiar la vida y se la empeoramos. Deberíamos hacer una autocrítica”. Los jóvenes son quiénes definen las elecciones en la Argentina.

Lo curioso, de todas maneras, es que en la clase magistral que Cristina ofreció en La Plata, se centró en la gran propuesta de Milei: la dolarización. Dijo que esta medida era peor que la convertilidad de Cavallo, al que ubicó en el arco de la derecha maldita.

Sin embargo, cuando se mira la historia reciente ves que los Kirchner, que fueron muy menemistas en los noventa, elogiaban mucho a Cavallo. De hecho, Néstor Kirchner sentía gran admiración por él. Fue después de una discusión económica en el Consejo Federal de Inversiones, en la que Cavallo lo dejó mal parado, que el santacruceño se puso a estudiar economía.

Llegó a su casa y le dijo a Cristina: “Cavallo me destrozó. Es la última vez que lo hace”. Es llamativo analizar cómo fue cambiando de pensamiento cristina a lo largo de los años con respecto a lo que hoy llama “derecha liberal”.

La crisis de las dos coaliciones favorece a Milei. ¿Puede ser Sergio Massa el candidato de la unidad del peronismo con un 8% de inflación mensual y un 104% anual? Algunos intendentes comentan que puede haber otro candidato de unidad: Gabriel Katopodis.

Si la crisis económica empeora, ¿Milei tiene más o menos chances? ¿Hay voto vergonzante al líder libertario o es al revés? ¿Hay gente que amenaza con votar a Milei, como la protesta de la cacerola, pero a la hora de la verdad optaría por algún candidato más conservador?

Todo es incierto en un escenario que cambia minuto a minuto y en donde nadie está convencido que la foto de hoy sea la que se termine proyectando en las Paso o las generales. Más aún, quizá lo que se proyecte es todo lo contrario.

Laura Di Marco

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